"La toma del espacio urbano por los del otro mundo" Manuel Mandianes: "El carnaval ha vuelto con tanta fuerza gracias al estado de emergencia de los individuos y de la sociedad"
"Frente al conocimiento se apela a la imaginación y al relato. Está permitido inventar y probarlo todo porque “Dios ha muerto”"
"El carnaval no reconoce los límites naturales del mundo griego cuyo traspaso era la hybris, ni tampoco los límites del mundo cristiano cuyos límites estaban definidos por los mandamientos y saltárselos era pecado"
"Libera de los dioses que hay que respetar, de las leyes que hay que cumplir, de las virtudes y de los protocolos que hay que practicar todos los días"
"Libera de los dioses que hay que respetar, de las leyes que hay que cumplir, de las virtudes y de los protocolos que hay que practicar todos los días"
| Manuel Mandianes
Los orígenes del Carnaval son tan antiguos como los orígenes del rito y el culto a los muertos. ¿Cuándo comenzaron los hombres a practicar los ritos? ¿Cuándo comenzaron los hombres a rendir culto a los muertos? Los enmascarados disfrutan de todas las libertades del mundo. Esta libertad sólo la pueden disfrutar los que vienen del otro mundo. Todo enmascarado es, por definición, un habitante del otro mundo que vuelve. Los días de carnaval, los habitantes del otro mundo invaden el espacio urbano habitado por los de este mundo.
Los habitantes del otro mundo salen de sus lugares de residencia y de sus escondrijos a las horas que les convienen pasando por encima los horarios de la autoridad establecida. Los enmascarados han de disfrutar de la misma libertad que disfrutan aquellos. Por lo tanto, un desfile de carrozas protegido por la policía o por los guardias de tráfico puede ser un magnífico espectáculo, pero poco puede tener de carnaval. Los muertos no se sienten afectados por una serie de normas que regulan la convivencia de los vivos; por esta razón aquellos disfrutan de muchas libertades que a éstos se les niegan. Nada más anticarnavalesco que un desfile de carrozas que, además, han tenido que pasar control previo para verificar si se ajustan a los cánones propiciados por la comisión.
En nuestros días, el carnaval ha vuelto con tanta fuerza gracias al estado de emergencia de los individuos y de la sociedad. Cuando los ritos que eran puntos de referencia dejan de ejercer como tales, los grupos se inventan. Hoy la cultura no se desarrolla por la asunción e integración de una herencia sino por una autocreación existencial que remplaza a la transmitida por los antepasados. "Cada uno puede hacer lo que le da la gana", dice la gente. Es verdad, el carnaval es un momento que las mujeres se visten de hombres, los hombres se disfrazan de mujeres, un hetero se convierte en homo y éste en aquel. Pero todo esto no es más que la expresión de una realidad más profunda: la toma del espacio urbano por los del otro mundo que son los únicos seres realmente libres.
El yo, sujeto de la modernidad, es un ser cuyos deseos son infinitos, una presencia sin fondo, una interminable ausencia. La crítica del fundamento y de las nociones fuertes dieron origen al pensamiento débil. Las grandes nociones de la tradición tales como verdad, bondad, belleza carecen de significado. El nuevo pensamiento se lleva mal con todos los dogmatismos y con las grandes verdades. Frente al conocimiento se apela a la imaginación y al relato. Está permitido inventar y probarlo todo porque “Dios ha muerto”. El desfondamiento del yo y de la sociedad es una realidad extraña y familiar al mismo tiempo, desconocida y próxima que produce a cada uno un desasosiego que no se sabe en qué consiste exactamente pero inquietante. El lado oscuro, que no tiene rostro, que no aparece en cuanto tal en ningún sitio ni nunca, lo domina todo y hace que cada yo no sea uno sino varios. El carnaval no reconoce los límites naturales del mundo griego cuyo traspaso era la hybris, ni tampoco los límites del mundo cristiano cuyos límites estaban definidos por los mandamientos y saltárselos era pecado.
Los conflictos sociales se expresan sin confrontación, dejando salir lo oculto, abriendo la puerta a todos los fantasmas. Sólo hay ansia de otra cosa sin saber qué otra cosa es. El carnaval saca a la luz cosas ocultas para que permanezcan ocultas. El carnaval es el fondo sin fondo, es la sinrazón de la locura pero una forma de resistencia. El carnaval es la personificación de esa fuerza desconocida, que no tiene nombre, la expresión de un deseo sin límite, un universo sin reglas anterior a la conciencia y a la capacidad de arbitrio. El carnaval expresa, canaliza, vehicula esa fuerza, ese abismo, al mismo tiempo que protege de ella en la medida en que la exterioriza. Sirve, sobre todo, como los circos romanos, de pretexto y desahogo a lo irracional, de regresión del individuo a su condición de parte de la tribu, de pieza gregaria en la que, amparado en el anonimato cálido de la tribuna, el individuo da rienda suelta a sus instintos.
El carnaval rompe con las formas típicas de la vida social, con los hábitos cotidianos que identifican al grupo y al individuo que se disuelve en el acontecer colectivo, y se olvida del mundo; libera de los dioses que hay que respetar, de las leyes que hay que cumplir, de las virtudes y de los protocolos que hay que practicar todos los días. El amor y la embriaguez eliminan los límites con los otros individuos. La disolución de la conciencia individual causa placer porque destruye las barreras y los límites que la persona siente en la vida cotidiana. Se puede decir aquello que escribió O. Wide: “Nada se parece tanto a la inocencia como la falta de discreción descarada”. El sentimiento sustituye la razón y el convencimiento. Muchas máscaras llevan cencerros a la cintura y utilizan otros instrumentos de hacer ruido con los que tratan de expulsar todo espíritu contrario al bienestar de la comunidad que lo celebra.
"El carnaval es la personificación de esa fuerza desconocida, que no tiene nombre, la expresión de un deseo sin límite, un universo sin reglas anterior a la conciencia y a la capacidad de arbitrio"
Las emociones son el principal factor de explicación del carnaval como el de otros muchos movimientos actuales. Cada individuo pasa a ser un objeto, un elemento de la tribu. El absurdo no es el carnaval sino el yo y la sociedad que descubre. El carnaval nos hace dar de bruces con la realidad de lo cotidiano; es la expresión de la locura y el delirio sociales que permanecen ocultos, abre las puertas del averno por la que sale sin control lo que debiera permanecer oculto; es la expresión plástica de lo que tal vez configura la identidad colectiva e individual. El miedo, la angustia y el terror se espiritualizan y se exorcizan de tal manera que no necesitan otra expresión. Aquí, derecha e izquierda son palabras sin significado. El carnaval da rienda suelta a las represiones, permite reírse de quien nos machaca y contra quien no podemos nada; es la expresión del miedo a algo sin límites bien definidos. Los monstruos y las figuras representan y banalizan lo siniestro lo amenazante de la vida cotidiana. Los monstruos y los zombis que pueblan las pantallas de los cines y la televisión son un carnaval y el carnaval es como una película de monstruos. El sujeto del carnaval es la masa, el abismo indiferenciado, el mundo dionisíaco.
El estar al lado de otros cubre la necesidad que el ser humano siente, al menos de vez en cuando, de estar al lado de otros aunque sean otros a quienes no amamos ni odiamos porque no los conocemos ni nunca hemos visto. Se trata de una vecindad física, local, sin voluntad duradera más allá de esto que está ocurriendo. Todo lo que es profundo ama la máscara que es una respuesta a la experiencia de lo elemental. “Lo bello no es nada más que el comienzo de lo terrible”, escribe Rilke en Elegías del Duino. El carnaval es la personificación de esa fuerza desconocida, que no tiene nombre, la expresión de un deseo sin límite, un universo sin reglas anterior a la conciencia y a la capacidad de arbitrio. El lado oscuro, que no tiene rostro, que no aparece en cuanto tal en ningún sitio ni nunca, lo domina todo y hace que cada yo no sea uno sino varios.
El reconocimiento de la existencia de carnavales, a veces diferentes hasta irreconocibles como tales si se comparan entre sí, no significa ni oposición irreducible ni equivalencia sino pluralidad muy de acuerdo con la posmodernidad. A la manera de expresar estos contenidos, a las máscaras, a los vestidos se van adhiriendo circunstancias, modas contemporáneas, del momento y tradiciones locales que cada día duran menos por la movilidad y fluidez de las costumbres en una sociedad líquida como la nuestra. En la actualidad se cruzan y conviven diferentes sistemas de valores en las calles por donde se pasean los enmascarados que parecen imposibilitar una única interpretación del carnaval.
Y tiene lugar en un momento preciso del calendario, determinado por la situación de la luna. Hacía el 15 de febrero se celebraban las lupercalias en honor de Luperco, organizadas por las más importantes cofradías sacerdotales de Roma. Después de ser manchados con la sangre del macho cabrío sacrificado en al cueva de Luperco y limpiados con un vellón de lana, los lupercos, seres muertos resucitados, volvían del otro mundo: salían a correr desnudos alrededor del Palatino, cargados de símbolos mágicos. A su paso, golpeaban a las mujeres con una fusta hecha de la piel del macho cabrío sacrificado. Las lupercales continúan hoy con los carnavales. El carnaval es, por definición, la última luna nueva de invierno. El 2 de febrero es el día en que, según la tradición europea, el oso sale de su madriguera para observar la luna. Si es luna llena, el carnaval no tendrá lugar hasta cuarenta días más tarde. El carnaval anuncia el final de los rigores del invierno y el estallido de la primavera. Por eso cambiar de celebración del carnaval sólo puede tener sentido por la pérdida de sentido del carnaval.
Las fiestas son un acto más del consumo, de solaz, distracción y diversión; algo para entretenerse, resaltan valores hedonistas, lúdicos. Aluvión de imágenes, ritmo cada vez más frenético, efectos especiales. Muestran una realidad transformada en espectáculo que se asemeja a una película. No dejan nada porque son cascarones vacíos sin significado ni contenido. Hinchan la imagen y contraen el contenido y el sentido. A veces rayan en la obscenidad y la idiotez y profanan la intimidad porque su única finalidad es crear sensaciones fuertes mediante la desmesura, el exceso, la sordidez y hasta la inmundicia. En la fiesta moderna los signos sólo remiten a sí mismos sin otra finalidad que el impacto en el espectador; se alimenta de si misma y en sí misma se agotan al instante. La ilusión de los organizadores y conservadores es que su fiesta sea declarada de interés turístico para convertir en una misma cosa lo comercial, lo económico, la diversión y la seducción.
Aunque en nuestros días cada vez aparecen más diferencias entre ellos, en el fondo todos los carnavales son el mismo carnaval. En el carnaval tradicional no hay espectadores; cada miembro de la comunidad desempeñaba su papel sin que los turistas invadieran su intimidad. No todos los elementos carnavalescos son antiguos; el carnaval es cultura y la cultura es algo dinámico, vivo, que cambia constantemente. El carnaval incorpora a su expresión elementos cotidianos, del día a día. El carnaval es el rito del desorden organizado en el que cada uno tiene su función y quien no sabe cuál es la suya, lo único que está haciendo es arruinarlo. El carnaval no consiste en una partida ya jugada y acaba de una vez por todas. Es incansable, cada año entablan una nueva partida y diferente a si misma cada año y en cada lugar a pesar de que todos los carnavales son el mismo carnaval. El carnaval no es cristiano ni pagano; es anterior a toda confesión religiosa o culto a ningún dios o ídolo. Es un recuerdo de los antepasados.
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