La velocidad, de alto contraste, en la transferencia de las competencias de política migratoria Migrantes en España, Cataluña, Europa… una partida de ajedrez con piezas humanas

"El acuerdo entre el PSOE y Junts que plantea la transferencia de las competencias de política migratoria es noticia de estos días… el documento nace con la urgencia de un relámpago, con el pulso apresurado de los pactos que no esperan la brisa de la reflexión"
"La velocidad con que este acuerdo avanza contrasta con la lenta marcha de aquellos que llevan la verdad en las manos y el cansancio en los pies. Por ejemplo la Iniciativa Legislativa Popular, para la regularización de los que ya viven entre nosotros, espera en los pasillos del poder, como un eco que se ahoga en la burocracia"
"Y aquí estamos, viendo cómo la política de nuestro tiempo perfila un mapa donde la humanidad se fragmenta entre quienes tienen derecho a existir y quienes deben probar muchas cosas para ser reconocidos"
"Que la Cuaresma no sea solo un rito, sino una revolución del corazón. Que este tiempo de penitencia nos haga reflexionar sobre qué mundo estamos construyendo y a qué estamos dando prioridad"
"Y aquí estamos, viendo cómo la política de nuestro tiempo perfila un mapa donde la humanidad se fragmenta entre quienes tienen derecho a existir y quienes deben probar muchas cosas para ser reconocidos"
"Que la Cuaresma no sea solo un rito, sino una revolución del corazón. Que este tiempo de penitencia nos haga reflexionar sobre qué mundo estamos construyendo y a qué estamos dando prioridad"
| Jose Luis Pinilla Martin s.j.
El acuerdo entre el PSOE y Junts, plasmado en una proposición de ley, que plantea la transferencia de las competencias de política migratoria es noticia de estos días. Me animo a comentarlo
Y es que en los aledaños del Congreso, un acuerdo se gestó con la prisa de quienes saben que el tiempo es un susurro efímero en la tempestad política que debe aprovecharse en función de la contingencia política. El 4 de marzo, el documento nace con la urgencia de un relámpago, con el pulso apresurado de los pactos que no esperan la brisa de la reflexión.

Migración y descentralización: dos ejes que se entrelazan como ramas de un mismo árbol, donde la savia del debate se enreda entre el miedo y la esperanza. La migración, combustible de discursos incendiarios, es una herida abierta en la piel de una tierra que ha visto marchar y llegar, que ha sido cuna y orilla. La descentralización, ese sueño de autonomías extendiendo sus alas, es ahora motivo de disputa y de cálculo parlamentario.
Pero la velocidad con que este acuerdo avanza contrasta con la lenta marchade aquellos que llevan la verdad en las manos y el cansancio en los pies. Por ejemplo la Iniciativa Legislativa Popular, para la regularización de los que ya viven entre nosotros impulsada por más de 700.000 firmas- entre ellas muchas de Iglesia, espera en los pasillos del poder, como un eco que se ahoga en la burocracia.
En la arena política, los gladiadores de siempre se posicionan. PP y Vox rechazan la ley, pero su batalla es otra: el temor a la asimetría, la pugna por el control. Podemos, con una mirada crítica, denuncia quizás lo que considera un riesgo de la normalización del racismo. Entre tanto, Sumar y ERC ven en la descentralización unas tramas que quieren que jueguen a su favor con otras aspiraciones: un reto para hacer más autogobierno que los diferencie de otras mediaciones políticas.
Las voces de los movimientos sociales se entrelazan con las de los partidos, algunas en sintonía, otras en disonancia, pero todas empujadas por la misma urgencia: decidir quién tiene el poder de acoger, de regular, de abrir o cerrar las puertas de un país que sigue debatiendo su identidad, en los distintos marcos, entre el miedo y la esperanza.
Y así, en el teatro del Congreso, se juega una partida de ajedrez con piezas humanas, con vidas en el tablero. La pluma legisla, la voz reclama, el tiempo sigue su marcha implacable. Pero la pregunta persiste en el aire, flotando entre los escaños y las calles: ¿seremos tierra de la acogida similar en todos los enclaves o disculpa para unas fortalezas de exclusión? El destino de muchos pende de una decisión que, como tantas otras, se escribe con tinta mezclada de poder y la amenaza de nuevos olvidos.

Quienes huyen de la violencia, del hambre, del desamparo, son ahora piezas en un tablero de ajedrez, fichas en un juego de intereses políticos que poco entienden del sufrimiento humano. La Iglesia, en su misión de amparo, recuerda que la migración no es un capricho ni un delito, sino el rostro mismo del Evangelio encarnado en cada exiliado, en cada madre que abraza a su hijo bajo un puente, en cada joven que desafía las olas en busca de una mañana menos hostil.
"Era forastero y me acogisteis", nos recuerda el Evangelio de Mateo, pero en esta legislación quizás más que acogida, parece que hay sospecha o posibilidad de distinción para marcar bien los límites en estas y otras cuestiones; no hay manos conjuntamente extendidas, sino muros levantados en función de intereses a veces contrapuestos.
La Iglesia, en su doctrina social, ha sostenido que los derechos humanos están por encima de cualquier frontera y que la dignidad no conoce nacionalidad ni papeles. Y, sin embargo, aquí estamos, viendo cómo la política de nuestro tiempo perfila un mapa donde la humanidad se fragmenta entre quienes tienen derecho a existir y quienes deben probar muchas cosas -entre ellas su manera de hablar- para ser reconocidos.
Mientras tanto, en Europa soplan vientos fríos para quienes buscan refugio. Se endurecen las políticas migratorias, se levantan nuevos muros invisibles, se multiplican las restricciones en nombre de la seguridad. Las fronteras se cierran, pero las inversiones en armamento crecen. En lugar de abrir caminos de acogida, se refuerzan arsenales, como si la respuesta a la desesperación fuera más guerra, más miedo, más control. La paradoja es amarga: se recortan recursos para la solidaridad, pero se multiplican los presupuestos para la destrucción. Y no solo Europa carga con esta responsabilidad: Estados Unidos, China y Rusia también alimentan la espiral armamentística, cada uno buscando su hegemonía, mientras los migrantes quedan atrapados en un mundo que invierte en la guerra, pero escatima en la paz.
Creyentes y no creyentes, todos caminamos en este mismo polvo (¿cuaresmal?), bajo este mismo cielo. Que la Cuaresma no sea solo un rito, sino una revolución del corazón. Que este tiempo de penitencia nos haga reflexionar sobre qué mundo estamos construyendo y a qué estamos dando prioridad. Que al final del camino, en la Pascua de la historia, podamos decir que resucitamos un poco, porque ayudamos a otros – de aquí y de allá- a levantarse de sus cenizas, porque en lugar de sembrar miedo en cualquier territorio, cultivamos esperanza
