"Tenía el sentido del humor de su madre, Modesta" Josep M. Bausset: "Adolfo Nicolás imitaba al gran Chaplin en las sobremesas de su comunidad"
"Sabiendo que Tarancón era un hombre que sabía descubrir enseguida la inteligencia de las personas, no me extrañó nada que los jesuitas eligieran, hace doce años, al P. Adolfo Nicolás como nuevo superior general"
"El General de los pobres, un hombre inteligente y con visión de futuro sobre el mundo. Un profeta (como se ha dicho también) con las raíces en Occidente y el corazón en Oriente"
Debido al paso de san Ignacio por Montserrat, de camino a Manresa como peregrino de santa María, “la vigilia de Nuestra Señora de marzo, la noche, el año 1522” siempre ha habido una relación especial entre los monjes y la Compañía de Jesús. Por eso, con motivo de la muerte del P. Adolfo Nicolás, que fue general de los jesuitas, me gustaría recordar una anécdota que tiene por protagonistas al cardenal Tarancón y a la madre del P. Adolfo Nicolás, que se llamaba Modesta Pachón.
Esta señora, un día descolgó el teléfono y oyó una voz que decía: “Le habla el cardenal Tarancón”, a lo cual ella, con buen humor, respondió: “¡Y yo la princesa de Asturias!”. Tarancón le contestó: “No, señora, que no es una broma, que soy yo, Vicente Tarancón, que vengo de Manila y he estado con su hijo Adolfo, y le traigo un regalo de su parte”. La señora Modesta, sin salir de su sorpresa y toda nerviosa respondió: “Ah, perdón, señor... es decir, reverencia... quiero decir... bien... no sé si es reverencia o excelencia, o lo que sea". "Tranquila señora, su hijo me dice D. Vicente y así está bien. Lo importante es que usted ha dado un hijo a la Iglesia, que es lo que necesitamos. Vengo encantado de estar con él en Filipinas”.
Creo que el humor que destila esta anécdota de Tarancón con la madre de quien fue superior de los jesuitas, revela el carácter de los dos personajes y seguro que también del hijo de la señora Modesta, que ahora ha llegado a la casa del Padre.
"Creo que la Iglesia de nuestro tiempo necesita hombres y mujeres con sentido del humor"
Del P. Adolfo Nicolás, los que lo conocían bien, han destacado su espíritu de servicio y de disponibilidad, así como el hecho de ser una persona sencilla y abierta, profética y a la vez obediente y audaz. Los que conocían al P. Nicolás destacaban, como la anécdota, su sentido del humor, porque en las sobremesas o en las veladas de su comunidad, en días de fiesta, acostumbraba a imitar al gran Chaplin.
Sabiendo que Tarancón era un hombre que sabía descubrir enseguida la inteligencia de las personas, no me extrañó nada que los jesuitas eligieran, hace doce años, al P. Adolfo Nicolás como nuevo superior general. Si Tarancón quedó “encantado de estar con él”, quería decir que descubrió en el P. Nicolás un hombre amable y afable, un hombre de Dios, como lo fue también el P. Arrupe. De hecho, alguien “bautizó” al P. Adolfo Nicolás como el General de los pobres, un hombre inteligente y con visión de futuro sobre el mundo. Un profeta (como se ha dicho también) con las raíces en Occidente y el corazón en Oriente.
En la primera homilía que pronunció como nuevo General de la Compañía, ya se le notaba ese humor castellano cuan dijo: “No voy a pronunciar un mensaje para el mundo. Sencillamente comentaré las lecturas, sin discurso programático”.
Como ha dicho Leonardo Boff, “tener humor es tener capacidad de percibir la discrepancia entre dos realidades: entre los hechos y los sueños, entre las limitaciones del Sistema y el poder de la fantasía creadora. El humor revela que hay siempre una reserva de sentido, que aún nos permite vivir y sonreír”.
Creo que la Iglesia de nuestro tiempo necesita hombres y mujeres con sentido del humor, tal como lo tenían el cardenal Tarancón, la madre del P. Nicolás y él mismo. De hecho San Pablo, en la carta a los Gálatas (5:22) incluye la alegría como uno de los dones del Espíritu. Y aunque la alegría y el humor no son lo mismo, sí que el humor, el humor fino, sin malicia, sin herir nunca a nadie, lleva consigo la huella y la marca de aquellos que tienen la alegría del corazón, como el P. Nicolás. Y es que el humor hace desaparecer la crispación y el pesimismo. Y además de ser un buen síntoma de salud, el humor hace ver la vida el mundo con esperanza y con alegría, dos elementos de los cuales hoy nuestra Iglesia, en estos tiempos de pandemia, está tan necesitada.
Etiquetas