Dios habla, también en estas cuestiones, por la boca de los niños Misas y aburrimiento
"Dudar de la existencia de las misas dentro de las mismas misas, no es un fraude ni un atrevimiento doloso… Es una verdad como un templo, o como una catedral, en lenguaje canónico diocesano"
"Salir de la misa con caras tristes, de aburrimiento, sin ganas de hablar y con prisas, pregona la necesidad de la reforma de su liturgia y más de la celebración eucarística"
Una amiga mía a quien por ser de Valencia llamo Amparo, acaba de reafirmarme que en esta ocasión se siente feliz, al obligarse a darle la razón a una de sus nietas, con quien dialoga -es un decir- sobre temas y presencia en actos religiosos.
-Sí, abuela, no voy más a la misa de los domingos. Y no voy, porque me aburro. Y además me doy perfecta cuenta de que tú también te aburres, al igual que el resto de quienes están en el mismo banco y en todo el templo…
(Mi nieta tiene razón y yo honradamente me limité a convencerme aún más de que Dios habla, también en estas cuestiones, por la boca de los niños)
Las misas, por santas que sean, por sagrado que sea el lugar, y por piadosos que aparenten ser el cura y los asistentes, aburren a chicos y a grandes, en proporciones religiosamente preocupantes, tal y como lo reflejan los datos del último CIS. Y vaya por delante que académicamente “aburrimiento” o “tener aversión a algo”, significa nada más y nada menos que “cansancio o fastidio producido por falta de entretenimiento o de estímulo”, y “malestar o fastidio que produce una sensación de hartazgo, generalmente debido a la insistencia”
Tal y como hoy se celebran las misas, estas aburren a las ovejas, es decir, a chicos y a grandes. Y a los mismos curas, que no todos suelen conocer ni siquiera la etimología y el por qué se llama, y es, misa la misa. (Hagan la prueba y pregunten). Tampoco conocen la palabra aproximadamente exacta para expresar el hecho –y el deber- de “cumplir con el precepto dominical bajo pena de pecado grave o mortal”. “Ir”, “estar”, “oír”, “asistir”, “ver”. “atender”, “estar presente”… ni siquiera tienen relación alguna con la misa...
El término “participar” y “con-celebrar”, así como el de “partir el pan”, son demasiadamente “actuales” y su contenido y pedagogía carecen en la práctica generalizada de sentido religioso, convertidos en “cursiladas” teologales del concilio Vaticano II, que rozan la herejía, al exigir la participación del pueblo, una buena parte del mismo y de su clero sigue convencido de que no hay más misa que la que “se dice” en latín y de espaldas…
Como sin misa-misa –Eucaristía- no hay Iglesia, es de absoluta necesidad reconocer que dudar de la existencia de las misas dentro de las mismas misas, no es un fraude ni un atrevimiento doloso… Es una verdad como un templo, o como una catedral, en lenguaje canónico diocesano, y sin molestia alguna para quienes presiden y adoctrinan desde sus sagradas cátedras…
Urge la necesidad de la reforma litúrgica. Con las celebraciones actuales y al uso de las misas, no es posible cumplir con el precepto dominical. Este no tiene sentido, al carecer el mismo del nombre, de los gestos, de las palabras reales, sustituidas por las mitras, los báculos, las bulas y los garabatos-bendiciones…
Misas y aburrimiento jamás rimarán en la religión cristiana. Dios, y cuanto se corresponde con Él, ni es, ni está, ni estará jamás, aburrido. “Por esencia, presencia y potencia” de los catecismos clásicos, Dios en Cristo Jesús es actividad, acción y alegría. Es “celebración” también con el significado de referencia al “aplauso o aclamación”, sobre el de la “solemnidad” de la que es portadora la palabra en otra acepción.
No es religiosa una misa en la que todos y todas –chicos y grandes- han de estar rigurosamente tristes y aburridos. En silencio y “callados como en misa”. Salir de la misa con caras tristes, de aburrimiento, sin ganas de hablar y con prisas, pregona la necesidad de la reforma de su liturgia y más de la celebración eucarística. No precisar de tiempo ni siquiera para comentar –para bien o para mal- lo que predicaron el cura o el obispo en sus homilías, equivale a no haber estado siquiera físicamente en la ceremonia, o haberlo hecho “de cuerpo presente”.
Es de destacar que las retrasmisiones de las misas, por radio o TV., con las bendiciones y reclamaciones correspondientes de la Conferencia Episcopal, están ayudando poco a la renovación litúrgica, sino todo lo contrario, aún reconociendo el bien que puede reportarles a impedidos o enfermos. El lenguaje, la oratoria, la solemnidad y los ritos y gestos imperiales y paganos de celebrantes y acólitos, terminan por robarles a las misas lo poco que les queda de religiosidad, de “Santa Cena”, de besos y abrazos de paz, de alegría, de asamblea- Iglesia y de adoctrinamiento, de oración y encuentro con Dios al habernos encontrado, antes y necesariamente, con el prójimo…
En esta ocasión, precisamente litúrgica y sagrada, a la nieta de mi amiga Amparo, y a ella misma, les sobran razones para plantearse seguir “yendo” a la misa dominical, solo por aburrimiento…