"No hemos de hacer lo que él hacía, sino aprender de su actitud interior" Navidad es anidar el amor de Jesús en nuestro corazón

Navidad es anidar el amor de Jesús en nuestro corazón
Navidad es anidar el amor de Jesús en nuestro corazón

"La Navidad nos presenta un ambiente festivo, de añoranza de un paraíso perdido, de volver a hacernos niños para aprender a perdonar, a vivir en armonía, a rememorar cuando Jesús nace y sólo unos pocos le esperaban de verdad"

"Juan el Bautista es la voz que anuncia que está próxima la llegada de “Dios con nosotros”, Emanuel. San Agustín nos habla de despertar… Ya no hay que tener pena de sentirnos miserables"

"Nos han engañado con que esos remordimientos son piadosos… todo eso tiene que ir a la basura, es del demonio. No podemos amargarnos con errores pasados, que sirven de aprendizaje para afrontar mejor las experiencias de hoy"

"No hemos de hacer lo que él hacía, sino aprender de su actitud interior, de valentía y fidelidad a nuestra consciencia por encima de la opinión del contexto cultural que nos rodea"

La Navidad nos presenta un ambiente festivo, de añoranza de un paraíso perdido, de volver a hacernos niños para aprender a perdonar, a vivir en armonía, a rememorar esos momentos de hace dos milenios cuando Jesús nace y sólo unos pocos le esperaban de verdad, los que la Biblia llamaba pobres de Yavé.

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Juan el Bautistaes la voz que anuncia que está próxima la llegada de “Dios con nosotros”, Emanuel. San Agustínnos habla de despertar: “Dios se ha hecho hombre por ti. Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz. Por ti precisamente, Dios se ha hecho hombre” (Sermón 185: PL 38, 997-999). Nos va animando a aceptar esta iluminación que nos llega con la venida de Jesús a nuestra carne, hacerse uno de nosotros para que aprendamos a hacernos uno de “Ellos”: “Una inacabable miseria se hubiera apoderado de ti, si no se hubiera llevado a cabo esta misericordia. Nunca hubieras vuelto a la vida, si él no hubiera venido al encuentro de tu muerte. Te hubieras derrumbado, si él no te hubiera ayudado. Hubieras perecido, si él no hubiera venido”. Por eso Navidad es importante, como una celebración anual de agradecimiento: “Celebremos con alegría el advenimiento de nuestra salvación y redención. Celebremos el día afortunado en el que quien era el inmenso y eterno día, que procedía del inmenso y eterno día, descendió hasta este día nuestro tan breve y temporal”. 

Ya no hay que tener pena de sentirnos miserables (el sentimiento de culpa que tanto nos amarga a veces): “estamos en paz con Dios, porque la justicia y la paz se besan”. Y “por eso, después que la Virgen dio a luz al Señor, el pregón de las voces angélicas fue así: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. Y el fruto es la paz interior, pues Dios nos recuerda: “yo tengo pensamientos de paz y no de aflicción” (libro de Jeremías), de modo que cuando algo no nos da paz, por más que nos parezcan pensamientos religiosos, aquello no es de Dios, que es príncipe de la paz.

Nos han engañado con que esos remordimientos son piadosos… todo eso tiene que ir a la basura, es del demonio.No podemos amargarnos con errores pasados, que sirven de aprendizaje para afrontar mejor las experiencias de hoy. No tener pena por nuestras debilidades que han hecho sufrir a otros, pues ese aprendizaje nos permite ahora estar más pendientes de las necesidades de los demás… Hemos de aprender de los niños, que aprendiendo de sus caídas vuelven alegres a sus juegos, se enfocan en ellos. Así la vida es un juego donde Dios juega con nosotros (como nos recuerda el libro de los Proverbios), y aprendió Teresita de Jesús.  

"Nos han engañado con que esos remordimientos son piadosos… todo eso tiene que ir a la basura, es del demonio"

Nos dice la Palabra divina que no estamos “mal hechos”, pues “las obras de Dios son perfectas”, hemos sido escogidos por amor y formados a imagen de Cristo por amor, y alegrémonos por ello, para que –sigue diciendo Agustín- “el testimonio de nuestra conciencia constituya nuestra gloria”. Es la intervención de Dios más clara en la historia: “teniendo un Hijo unigénito, hacerlo hijo del hombre, para, a su vez, hacer al hijo del hombre hijo de Dios”. 

Amor

Esta nueva vida ha sido intuida por muchos, ese paraíso perdido al que anhelamos ir se ha anunciado con muchas utopías, desde Platón hasta el marxismo, pero vemos que esos paraísos terrenales han sido mal enfocados, que en cierto modo está todo por hacer, que las estructuras, la política, no llenan ese vacío interior, pues el cambio primero que hay que hacer no es en las estructuras, sino en nuestro corazón.    

Pero no basta un momento de iluminación. Recuerdo una película de Dyer que se llama “El cambio” (2009) donde vemos a una madre frustrada no realizada porque está volcada con su familia, con un marido insensible y egoísta; y a un ejecutivo agresivo, explotador, capitalista con una esposa enfocada a comprar y lucir el tipo. El cambio supone para ellos descubrir una realidad nueva, transitar el camino espiritual que va desde la ambición hacia el sentido, el propósito.

Hay muchas tendencias de espiritualidad que se refieren a un “momento cumbre” de iluminación. Pero ese proceso no suele ser de un momento, sino que ese instante nos da una motivación, para un entrenamiento, un esfuerzo continuado. A veces es un estado de éxtasis, pero también de agonía, pues tanto el amor como los malos momentos nos hace más fuertes y nos dan esa motivación para afrontar los cambios, puede haber sentimientos de culpa y preocupaciones que han sido mal gestionados y necesitan purificación, para estar libre de esos impedimentos y enfocarnos en crecer en la liberación que da el amor, la confianza de que todo tiene un sentido en la vida, y vivir el presente que nos ofrece la vida, pues Jesús nace en nuestro corazón no sólo hace dos milenios, sino cada vez que vivimos esa ley del amor. 

Para ese camino de aprendizaje, estos días la Iglesia recuerda a Juan el Bautista, que es como el compendio de las promesas del Antiguo Testamento, él las resume, es el profeta Elías que tenía que volver, prepara el camino para acoger a Jesús. Se acaba una etapa con su testimonio, y empieza una nueva era, la del Reino de los Cielos, la era de la Gracia, una nueva Alianza o Testamento, sellado con la sangre de Jesús. Ya se había anunciado que somos imagen de Dios, pero fuimos cayendo en una religión de esclavos; con Jesús, nadie nos puede esclavizar a unas normas porque somos hijos de Dios, somos libres y no tenemos más ley que el amor. En unión con Jesús, podemos llamar a Dios «Padre» y recibir la vida del Espíritu que nos infunde la caridad y que forma la comunidad a la que llamamos Iglesia (congregación).

No hemos de hacer lo que él hacía (vivir en el desierto, alimentarse de miel silvestre y langostas…) sino aprender de su actitud interior, de valentía y fidelidad a nuestra consciencia por encima de la opinión del contexto cultural que nos rodea.

Mientras que la filosofía antigua hablaba de purificación, Jesús nos habla más de cambio (metanoia, en griego); se nos pide vivir menos enfocados a la exterioridad del “tener” y más centrados en la interioridad del “ser”, para aprender a vivir en una comunión de amor, donde descubrimos la voluntad de Dios, que es la de servir a los demás, la libertad y alegría, hacer camino anunciando -a través de nuestros actos de servicio- que esto es una escuela donde nos preparamos para una realidad más alta, un cielo nuevo y una nueva tierra donde no habrá llantos ni penas, pues todo serán alegrías. 

Cambio

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