Del integrismo a la creatividad de la fe: una conversión necesaria Rolando Iberico: "Camuflados en una supuesta fidelidad a la verdadera doctrina, los integristas tienen obsesión por mostrarse perseguidos"
"Las redes se vuelven en una plataforma para expresar odios, enemistades y modelos eclesiales que alimentan un culto a los presbíteros"
"El becerro de oro reemplaza groseramente al Dios verdadero, al Dios que nos confronta con nuestra soberbia, nuestro egoísmo, nuestra altanería y nuestra injusticia"
"La solidaridad es hoy, como dice el arzobispo de Lima monseñor Carlos Castillo, estar distanciados. Lo contrario atenta contra la sana razón"
"La solidaridad es hoy, como dice el arzobispo de Lima monseñor Carlos Castillo, estar distanciados. Lo contrario atenta contra la sana razón"
| Rolando Iberico Ruiz, teólogo
El lamentable espectáculo protagonizado por el sacerdote diocesano Carlos Rossel y un grupo de laicos en el Santuario de la Divina Misericordia en Lima da cuenta de un serio problema en la manera de vivir la fe en estos tiempos de pandemia. Peor ha sido la respuesta del padre Rossell en la red social del mismo Santuario, quien reconoce sin inmutarse que celebraban la misa diariamente desde el inicio de la cuarentena en flagrante violación de las leyes peruanas y de la disposición arzobispal.
Además, el mismo padre reconoce que ha visitado enfermos, labor loable y necesaria por supuesto, pero que acrecienta seriamente el riesgo de contagio para los laicos. Es grave que justifique sus acciones y las reduzca a un ataque a la Iglesia, al presbiterado y a la eucaristía, pues se trata de una falacia.
Su desobediencia contra la autoridad no lo convierte en un mártir ni en un paladín de la fe, sino en un irresponsable con la salud de los fieles y en un trasgresor de las normas estatales y de sus superiores. Más impresionantes son los terribles comentarios que acompañan el video, pues han dado pie a una serie de cuestionamientos a la legítima autoridad del arzobispo de Lima y a una exaltación de la falta. Las redes se vuelven en una plataforma para expresar odios, enemistades y modelos eclesiales que alimentan un culto a los presbíteros y una falsa persecución contra la fe. Esta situación nos enfrenta a dos serios problemas: un insistente integrismo católico en nuestra Iglesia y la falta de adecuada formación entre los fieles.
Los comentarios en el Facebook reflejan un peligroso integrismo en la Iglesia. Camuflados por una supuesta fidelidad a la verdadera doctrina, los integristas tienen una obsesión por mostrarse perseguidos, por identificar a los “enemigos” del catolicismo y por una virulenta agresividad. Es lamentable esta actitud pues en el fondo nos habla de la reducción de la fe, tanto como experiencia y como contenido, a una práctica idolátrica.
El peligro de la idolatría está presente desde los orígenes de la revelación de Dios a la humanidad. Todos los creyentes conocemos de memoria el relato del becerro de oro que desafía al propio Dios y que lo reemplaza por una pieza moldeada al gusto de los infieles israelitas y que ellos controlan a su gusto y a su medida (cfr. Éx 32). El becerro de oro es el nuevo dios modelado a imagen y semejanza de los israelitas, y que reemplaza groseramente al Dios verdadero, al Dios que nos confronta con nuestra soberbia, nuestro egoísmo, nuestra altanería y nuestra injusticia. Piensan, erradamente, que el becerro de oro es el mismo Dios de la alianza. De la misma manera, el integrismo convierte a Dios y a la fe en una idolatría agresiva, trasnochada, paralizadora y abstraída de la vida concreta. Crean su dios, su versión de la iglesia y su propio modelo de fe de acuerdo con sus furias, agresividades, miedos y mezquindades. Reemplazan a Dios y a la Iglesia por su propia versión de dios y de la iglesia.
La superioridad espiritual y moral de la justificación del padre Rossell, así como de muchos de los comentarios en Facebook, son ajenas a la experiencia de fe en el Señor encarnado, muerto y Resucitado. Hablan de una superioridad des-encarnada de la realidad dolorosa, incierta y difícil que hoy nos toca vivir. Nos hablan de un dios ajeno al Señor muerto y resucitado, solidario y justo. El Dios de nuestra fe es un Dios encarnado en nuestra humanidad, cuyo poder es el “amor hasta el extremo” (cfr. Jn 13, 1). No es un Dios de poder ni de violencia. No es un mago que resuelve todo arbitrariamente. No es un Dios creado a nuestra imagen y semejanza como el becerro de oro. Hay que recordar hoy y siempre que somos nosotros los creados a la imago Dei.
Frente al integrismo, la creatividad para vivir la fe es importante como respuesta a la novedad de Dios. Por ello, el cómo vivimos nuestra fe es crucial para que nuestra salvación se inicie ya en este mundo, y el cómo está en mirar la actitud de Jesús, en “tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús” como dice Pablo (cfr. Fil 2, 5). En las actuales circunstancias de la pandemia, no podemos vivir la fe como si la coyuntura nos fuera ajena o como si Dios nos estuviera poniendo a prueba o, peor aún, como si se tratase de un castigo divino. Ninguna de esas opciones refleja al Dios en el que creemos. Él comparte con nosotros nuestro camino, nos acompaña y asume nuestros dolores para abrirnos a la esperanza de una nueva vida.
"No podemos vivir la fe como si la coyuntura nos fuera ajena o como si Dios nos estuviera poniendo a prueba o, peor aún, como si se tratase de un castigo divino"
Hoy nuestra fe nos exige amar “hasta el extremo” (cfr. Jn 13, 1). Y ese amor hoy significa estar distanciados, especialmente de aquellos más vulnerables a la enfermedad provocada por el virus. Proteger sus vidas es hoy un signo concreto de nuestra fe y hacernos colaboradores responsables con el bien común significa que debemos poner los medios necesarios para evitar la expansión del virus. A los que no tenemos responsabilidades en las fuerzas armadas y policiales, en los supermercados y mercados, y sobretodo en los hospitales, nos toca quedarnos en casa. La solidaridad es hoy, como dice el arzobispo de Lima monseñor Carlos Castillo, estar distanciados. Lo contrario atenta contra la sana razón y, por tanto, contra la fe misma. Como afirmaba San Juan Pablo II, la fe y la razón se complementan, no se niegan ni se confrontan.
Junto al peligroso integrismo está la falta de formación de muchos laicos. Hoy muchos estamos apartados de la celebración de la eucaristía. Muchos creyentes hemos celebrado la Semana Santa a través de las redes y, probablemente, continuaremos celebrando la eucaristía de manera virtual. Esta experiencia nos debe llevar a revalorar la importancia de la vida sacramental para nosotros. Seguro a nivel más eclesiológico, esta experiencia conducirá a repensar otras posibilidades para celebrar los sacramentos. Pero lo crucial es cómo nos preparamos en este largo tiempo de ayuno eucarístico.
Hoy muchos retoman las prácticas de fe en familia como el rosario, pero una práctica clave es la lectura de la Palabra de Dios. La lectio divina da la posibilidad de confrontar nuestra vida y el cómo experimentamos la pandemia (nuestros miedos, incertidumbres, tristezas, esperanzas, alegrías). La lectio divina es dejarnos acompañar y esclarecernos por la fresca Palabra de Dios. En este camino podemos andar y perseverar mientras esta densa noche de muerte y enfermedad pase.
Hay mucho que reflexionar en este tiempo como un largo ayuno que nos prepare para el reencuentro con quienes hoy estamos distanciados. Como dice Benedicto XVI en Sacramentum Caritatis, retomando el Concilio Vaticano II, la eucaristía es fuente y culmen de la vida y la misión de la Iglesia. Es decir, la celebración eucarística es para todos nosotros el lugar de nuestro encuentro con Dios y de nuestra salida a anunciarlo. Me pregunto, ¿qué llevamos en nuestra vida y qué queremos llevar a ese momento central de nuestra fe cristiana luego de la pandemia?
Frente a la actitud engreída, agresiva y soberbia del integrismo, y a la falta de formación, estos tiempos “recios” son una invitación a reencontrarnos con la fe de nuevas maneras. La pandemia nos reta a no perder la esperanza, pues como dijo el papa Francisco en su reciente homilía de la Vigilia Pascual, Cristo ha conquistado el derecho a la esperanza, que no es optimismo, sino don venido del Resucitado. Estamos llamados a salir del peligro del integrismo y lanzarnos a recrear la fe. Recrear la vida de nuevas maneras que adelante el futuro bueno y esperanzador que surgirá de este oscuro abismo.
Esa fe vivida en nuestras casas junto a los nuestros y solidaria con los vulnerables es la que llevaremos a la mesa del Señor, a la Eucaristía, fuente y culmen de la vida y la misión de la Iglesia. Frente al peligro del integrismo sectario que hemos visto, en ruptura con la comunión con la Iglesia, debemos responder con la firmeza de una fe vivida, responsable y cuidadosa de nuestros prójimos, sin búsqueda de protagonismos y falsos martirios mediáticos, pues ellos “ya han recibido su recompensa” (cfr. Mt 6, 2).
Después de esta triste crisis, nos tocará como Iglesia pensar seriamente estas actitudes sectarias y amenazadoras de la comunión eclesial. Hay mucho trabajo en el camino de la formación de los laicos que los haga capaces de reflexionar teológicamente sobre la fe y la vida, que puedan leer la Palabra de Dios, que sepan llevar a la Eucaristía la propia existencia y que sean capaces de hablar contra las injusticias, incluso en la propia Iglesia. Frente al integrismo que crea su propio dios y modelo eclesial, a los creyentes nos toca recordarles que al Dios vivo no le podemos domesticar, ni moldear ni reemplazar, como los israelitas lo hicieron con el becerro de oro.