Maritain, Montini, Gustavo Gutiérrez, Ruiz-Giménez... líderes incontestables Cien años de Pax Romana, Asociación Mundial de Universitarios Católicos
En esta fase inicial los puntos de referencia fueron sobre todo dos, Giovanni Battista Montini, que por entonces ya no era asistente nacional de la Fuci sino suplente y prosecretario en la Secretaría de Estado del Vaticano, y Jacques Maritain, también exiliado a América contra el régimen colaboracionista de Vichy
La Tercera Ola partió de los países católicos, de Portugal y España, donde encontramos exponentes de Pax Romana en primer plano, a saber, Ruiz-Gimenez en España como animador cultural decisivo, María De Lourdes Pintasilgo y luego Antonio Guterres como presidentes del Consejo en Portugal. Tadeusz Mazowiecky también pertenecía a Pax Romana y unos meses antes de la caída del Muro de Berlín se convirtió en el primer Presidente del Consejo no comunista de Europa del Este
| Stefano Ceccanti. Profesor de Derecho Constitucional Comparado. Universidad La Sapienza. Diputado del Partido Democrático. Roma
(Iglesia Viva).- La Primera Guerra Mundial lo había sacudido todo, habiendo demostrado que el nacionalismo excluyente y destructivo podía surgir del mundo de la cultura.
Lo que no había sido posible en los años de la crisis modernista, cuando los principales esfuerzos por unir a la Iglesia y al mundo de la cultura en un espíritu de investigación a nivel internacional se habían revelado imposibles, se hacía ahora más que factible según la dirección que Etienne Gilson definiría más tarde en 1947 en Roma: “organizar en todo el mundo la fraternidad de los espíritus que ponen su inteligencia al servicio de Dios”. Es decir, rechazar el nacionalismo egoísta y la desconfianza mutua entre el mundo de la cultura y la Iglesia católica.
Por ello, no fue casualidad que la convocatoria de una reunión decisiva, del 19 al 21 de julio en Friburgo (Suiza), se hiciera desde tres países neutrales en el conflicto que acababa de terminar (Suiza, España y Holanda), donde nació de forma embrionaria la Asociación Mundial de Universitarios Católicos Pax Romana (abreviada como Pax Romana-Miec en francés e Imcs en inglés). El nombre se hizo eco del verso de Dante en el Purgatorio, que hacía referencia a la universalidad del cristianismo (“esa Roma donde Cristo es romano”) y a los doscientos años de paz en los que nació Cristo. En la foto de grupo aparece Giuseppe Spataro por la Federación Italiana de Estudiantes Universitarios Católicos (FUCI), que pronto se convertiría en uno de los líderes del Partido Comunista Italiano (PPI), y, entre los demás, laicos y sacerdotes, cuatro mujeres jóvenes. Piergiorgio Frassati, gran partidario de Wilson y de la Sociedad de Naciones, fue también uno de los primeros organizadores de las reuniones internacionales. Poco después de su temprana muerte, Pax Romana celebró su primer congreso en Bolonia en 1925, junto con el de Fuci −Federación de univesitarios católicos de Italia−, donde asumió provisionalmente el nombre algo pomposo de “Confoederatio studentium universi terrarum orbis catholica”, pero para Italia no era un contexto fácil.
El Congreso de Fuci entró en un campo de minas: Cuatro años antes de la Conciliazione, la Federación había puesto el Congreso bajo el patrocinio del Rey para protegerse de las amenazas fascistas, pero esto, junto con la presidencia del Congreso confiada al antifascista Francesco Luigi Ferrari, creó un grave problema con el Vaticano, que finalmente se resolvió positivamente. A Giovanni Battista Montini (el futuro Pablo VI) y al brillante laico Igino Righetti se les encomendó la dirección de la Federación, pero esto llevó a una gran cautela en las relaciones internacionales en los años siguientes a fin de no desafiar los difíciles equilibrios con un régimen nacionalista también en esa zona. Sin embargo, Pax Romana ya estaba consolidada con veintitrés países miembros.
La verdadera internacionalización tuvo lugar a partir de 1939, cuando se celebró el primer Congreso fuera de Europa, en Estados Unidos, justo cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. En cierto modo también fue fruto de esa coincidencia histórica, ya que el alemán Rudi Salat, que estuvo presente, decidió hacer una objeción de conciencia a la guerra de Hitler, se quedó en América y desde allí lideró el crecimiento de Pax Romana en el sur del continente.
En esta fase inicial los puntos de referencia fueron sobre todo dos, Giovanni Battista Montini, que por entonces ya no era asistente nacional de la Fuci sino suplente y prosecretario en la Secretaría de Estado del Vaticano, y Jacques Maritain, también exiliado a América contra el régimen colaboracionista de Vichy.
El planteamiento teórico era el que encontramos en el folleto de Montini La conciencia universitaria de 1930, así como en Cristianismo y democracia de Maritain: podríamos definirlo como la búsqueda de una respuesta ortodoxa a la crisis modernista de fin de siglo, la que había bloqueado el diálogo en su momento. La Iglesia había perdido influencia en las universidades y en el mundo de la cultura; si quería recuperarla, debía pensar en una relación de doble sentido, es decir, ciertamente tenía algo que dar a estos círculos, pero también tenía algo que recibir, purificándose de ciertas superestructuras históricamente relativas. En particular, esto exigía no una demonización, sino un cuidadoso discernimiento de los diversos aspectos de la modernidad, que no era un bloqueo, y una reinterpretación positiva de la democracia, captando detrás de ella una auténtica inspiración evangélica, aunque a menudo se afirmara, al menos en Europa, contra la Iglesia.
“La verdad no es un relámpago; es un amanecer progresivo, gradual, casi inadvertido de la luz”, escribió Montini en La conciencia universitaria, y para Maritain “había que superar la escisión entre el principio democrático y el principio cristiano en Europa, donde las almas se dividen entre un cristianismo irreductiblemente formado en su estructura y doctrina, pero durante demasiados años aislado de la vida del pueblo, y la infidelidad abierta y militante o el odio a la religión”. Durante el período de la guerra, desde la oficina neoyorquina de Pax Romana, trabajaba el padre John Courtney Murray, vinculado a Maritain, Montini y Sturzo; este jesuita ya profundizaba en esos años en la cuestión de la libertad religiosa, a fin que fuera aceptada positivamente por la Iglesia católica, como así ocurrió en el Concilio Vaticano II.
En 1947, como ya se mencionó con la citación de Gilson en el congreso fundacional de Roma, se añadió una segunda rama, la de los licenciados, según el esquema que había llevado a Montini en la misma época a dar a luz al Movimiento de Graduados de AC (hoy Meic, Movimiento Eclesial de Compromiso Cultural), con el acrónimo Pax Romana-Miic (acrónimo francés - Movimiento Internacional de Intelectuales Católicos) o Icmica (acrónimo inglés - Movimiento Católico Internacional para Asuntos Intelectuales y Culturales).
También en 1946, con una inspiración similar y durante un congreso universitario de Pax Romana, nació la JEC (juventud estudiantil católica) internacional, en la que también participaron estudiantes de secundaria (a la que se adhiere en Italia el Msac, Movimento Studenti di Azione Cattolica).
El Concilio Vaticano II fue la culminación de la influencia de Pax Romana: la mayoría de los auditores laicos procedían de ella (el español Joaquín Ruiz-Giménez, el exiliado catalán Román Sugranyes de Franch, los italianos Vittorino Veronese, la australiana Rosemary Goldie y muchos teólogos de primera fila que habían sido ayudantes del movimiento (Emilio Guano) o al menos cercanos a él (Chenu, Congar, el recién cardenal Journet). Además, estaban acostumbrados desde hacía décadas a las asambleas internacionales con un trabajo complejo, utilizando varias lenguas. Maritain, que se distinguió en 1948 como uno de los constructores de la Declaración Universal de Derechos de la ONU, recibió también el mensaje del Concilio a los intelectuales.
Algunos frutos, a nivel civil, se recogerían más tarde durante la Tercera Ola Democrática. Como señala Samuel Huntington, en algunos aspectos el Concilio había tomado nota de ciertas novedades que ya se habían producido con la elección de Kennedy y los éxitos de los partidos de la democracia católica, a saber, la posibilidad de una síntesis entre el catolicismo y la democracia que esperaban Maritain y Murray, pero en otros aspectos también la había promovido en los Estados que aún eran refractarios. De hecho, la Tercera Ola partió de los países católicos, de Portugal y España, donde encontramos exponentes de Pax Romana en primer plano, a saber, Ruiz-Gimenez en España como animador cultural decisivo, María De Lourdes Pintasilgo y luego Antonio Guterres como presidentes del Consejo en Portugal. Tadeusz Mazowiecky también pertenecía a Pax Romana y unos meses antes de la caída del Muro de Berlín se convirtió en el primer Presidente del Consejo no comunista de Europa del Este.
Tras el Concilio Vaticano II, la internacionalización de estos movimientos se hizo cada vez más completa y encontró un referente cultural sobre todo en Gustavo Gutiérrez, asistente del movimiento universitario peruano Pax Romana-Unec, que propuso partir del enfoque maritainiano para superarlo en el nuevo contexto histórico-social. En particular, como señala en el diálogo con Maritain en su libro Teología de la Liberación, Gutiérrez indica que la cuestión originalmente planteada por el filósofo francés de vivir secularmente el compromiso político, es decir, “cómo un no cristiano puede formar parte de un partido político de inspiración cristiana”, debe ser necesariamente invertida en sociedades pluralistas y en gran medida postcristianas o al menos no con mayoría católica, es decir, “las condiciones en las que un cristiano puede participar en un partido político indiferente, e incluso hostil, a una visión cristiana”.
De manera más general, según Gutiérrez, el contexto postconciliar se prestaba mal a las distinciones rígidas de planos cuando el pluralismo de realidades imponía un método inductivo, el método que la Constitución Conciliar Gaudium et Spes, antes de ella la Mater et Magistra de Juan XXIII y tras ella la Octogesima Adveniens de Pablo VI (véase, en particular, el apartado 4) pusieron en marcha a partir del modelo de la llamada “revisión de vida” experimentada por los movimientos contextualizados, en particular por la JEC y la JOC (la juventud obrera cristiana).
Este método se basaba en tres verbos, a saber, ver, juzgar y actuar, donde el primero se refería a la experiencia personal en un entorno laico, mientras que la tríada utilizada por la acción parroquial católica: oración, acción, sacrificio partía de la oración individual y comunitaria en un horizonte eclesial. También adquieren mayor importancia las referencias a Emmanuel Mounier y su llamamiento a las corrientes personalistas para que se posicionen creativamente en el espacio político de la “izquierda no comunista” más allá del horizonte de los partidos de la democracia cristiana.
Esta internacionalización efectiva no ha estado exenta de problemas, y la observación de Pablo VI en el documento Octogesima Adveniens sobre la extrema dificultad de hacer propuestas universalmente válidas se ha aplicado también a Pax Romana.
Con los dos pontificados posteriores, a pesar de su complejidad, el clima cambió y fue más en la dirección de una identidad reafirmada que en la de una búsqueda cultural desprejuiciada, que, como tal, no está exenta de riesgos y errores, pero que a la larga ha resultado a menudo más fructífera.
El clima ha vuelto a cambiar y se ha puesto decididamente en sintonía con el actual pontificado, pero esto es una página de la crónica, todavía no de la historia.
Boletín gratuito de Religión Digital
QUIERO SUSCRIBIRME