La experiencia de oración de Santa Teresa de Jesús Tratar de amistad con quien nos ama

Teresa de Jesús
Teresa de Jesús

"Hoy en día es una tarea teológica urgente superar la pretensión cristiana de superioridad en el diálogo interreligioso, y concentrarse humildemente en mostrar claramente lo que significa la 'oración cristiana'"

"El rasgo distintivo de la oración cristiana no es 'el' diálogo con Dios, que también existe en otras religiones, sino la forma y el contenido"

"Así lo entendió muy bien con su propio acento Santa Teresa de Jesús (1515-1582). Vivió en una época en la que los teólogos y las autoridades de la Iglesia vigilaban celosamente que los laicos y también las religiosas rezaran sólo oralmente"

Fortalecida por su propia experiencia de oración mental, recomendó "que, por males que haga quien la ha comenzado, no la deje, pues es el medio por donde puede tornarse a remediar, y sin ella sería muy más dificultoso"

¿En qué consistía, pues, su oración mental que tanto recomendaba?

En su famoso libro "Das Gebet. Eine religionsgeschichtliche und religionspsychologische Untersuchung" (1918), Friedrich Heiler llama a la oración "el corazón y el centro de toda religión. No es en los dogmas y en las instituciones, y tampoco en los ritos y en los ideales éticos, donde percibimos lo propio de las religiones, sino en la oración". Lo demuestra con citas de teólogos y místicos de diferentes religiones, pero también con las palabras de Ludwig Feuerbach, el más radical de los críticos de la religión: "La esencia más profunda de la religión se revela en el acto más simple de la religión: la oración". También en nuestra "era secular", la oración está inscrita en el corazón del hombre.

Vivimos en tiempos en los que miembros de diferentes religiones conviven en la misma sociedad. En el barrio, pero también en el lugar de trabajo, en las instituciones educativas y en los medios de comunicación y en el deporte tenemos contacto con personas, formas de oración y valores de otras religiones.

Con el Concilio Vaticano II hemos aprendido a respetar lo que es verdadero, bello y sagrado en ellas (cf. Nostra aetate 2). No siempre ha sido así. Cuando los españoles conquistaron el Imperio Azteca en 1521, los misioneros no entendían bien la obra de Dios en su religión. Y sin embargo, los indios rezaban con estas hermosas palabras:

"En el cielo habitas,
Tú sostienes la montaña,
Anahuac (= el mundo) está en tus manos,
en todas partes se te escucha,
invoca y adora,
se busca tu honor y tu gloria.
En el cielo habitas,
Tú sostienes la montaña,
Anáhuac está en tus manos"

Aztecas

Entre las normas generales de conducta de los pueblos amerindios se encuentra este consejo: "Levántate con el sol para rezar. Reza solo. Reza a menudo. El Gran Espíritu te escuchará si hablas". De esto se desprende una comprensión de la oración como la que comparten la mayoría de las religiones: La oración como "diálogo" con ese ser intangible que llamamos Dios.

Hoy en día es una tarea teológica urgente superar la pretensión cristiana de superioridad en el diálogo interreligioso, y concentrarse humildemente en mostrar claramente a los cristianos, pero también a los que se interesan por el camino de Jesús, lo que significa la "oración cristiana", sin por ello calificar o menospreciar la oración de otras religiones.

El punto de partida es tomar conciencia, con el Concilio Vaticano II, de la "la vocación del hombre a la unión con Dios", ya que Dios nos ha creado como su "interlocutor": "Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva" (Gaudium et spes 19).

El rasgo distintivo de la oración cristiana no es "el" diálogo con Dios, que también existe en otras religiones, sino la forma y el contenido. Ciertamente, el Padre-Nuestro es la oración enseñada por Jesús, y contiene todo lo que caracteriza a la oración cristiana como "diálogo con Dios" y "todas nuestras necesidades espirituales y temporales", como decía San Juan de la Cruz (3S 44,4). Pero Jesús, el Cristo, en quien "están encerrados todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento" de Dios (Col 2,3), tiene mucho más que enseñarnos. Y es tradición cristiana que accedamos a estos tesoros por medio de la oración mental contemplativa cristocéntrica.

Así lo entendió muy bien con su propio acento Santa Teresa de Jesús (1515-1582). Vivió en una época en la que los teólogos y las autoridades de la Iglesia vigilaban celosamente que los laicos y también las religiosas rezaran sólo oralmente (por ejemplo, el Rosario) y no se dedicaran a la oración mental y contemplativa. Teresa se reía de los que decían: "‘hay peligros’, ‘hulana por aquí se perdió’, ‘el otro se engañó’, ‘el otro que rezava cayó’, ‘dañan la virtud’, ‘no es para mujeres, que les vienen ilusiones’, ‘mijor será que hilen’, ‘no han menester esas delicadeces’, ‘basta el Pater´noster y Avemaría’“ (CE 35,1).

Fortalecida por su propia experiencia de oración mental, recomendó "que, por males que haga quien la ha comenzado, no la deje, pues es el medio por donde puede tornarse a remediar, y sin ella sería muy más dificultoso" (V 8,5). Más bien se debe continuar con „una grande y muy determinada determinación“ para llegar por medio de ella „a este agua de vida“, prometida a la samaritana (Jn 4,14) … „venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, travaje lo que se travajare, mormure quien mormurare“ (CE 35,1). A quien aún no ha comenzado la oración mental le ruega „por amor del Señor … no carezca de tanto bien. No hay aquí que temer, sino que desear“ (V 8,5).

¿En qué consistía, pues, su oración mental que tanto recomendaba?: Es una escuela de conformación con Jesús a través del cultivo de la amistad con él. Lo esencial es entender la oración mental como un „tratar de amistad“ con Jesús, „estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama“ (V 8,5). Lo que importa es una relación personal y amorosa con Jesús, independientemente de los lugares y los tiempos, siempre conscientes de su amor, pero también del parentesco y la diferencia entre él y nosotros. Esta oración no siempre requiere palabras. Tampoco se trata de „pensar mucho“ o de ocupar discursivamente la imaginación con consideraciones profundas y visiones piadosas, sino de „amar mucho“ ante el amor de Dios.

Teresa recomienda a veces temas de meditación, especialmente el sufrimiento de Jesús flagelado y atado a la columna, en el Monte de los Olivos y en el Gólgota, pero anima a la libre elección de los temas según el estado de ánimo de la persona concreta y no insiste en absoluto en un esquema rígido, como era habitual en la época. Porque lo que le importa no es la transmisión de ciertos métodos de oración, ejercicios espirituales, posturas corporales o consideraciones profundas, sino el fomento de una relación de amor vivida con Dios. Todo lo que ayuda a profundizar en esta relación de amistad sirve para el progreso espiritual.

La oración no es el cumplimiento de un deber para complacer a Dios, ni es un acontecimiento puntual que debe repetirse y prolongarse lo más posible. Es más bien un "acontecimiento relacional" que no puede limitarse a determinados momentos, sino que impregna toda la vida. Desde este punto de vista, es absurdo dividir la vida en tiempos de oración (contemplación) y tiempos de acción, y dividir a las personas en las que rezan y las que no tienen tiempo para ello.

Si rezar es una cuestión de confianza y amor y no de tiempo y lugar, entonces todo el mundo puede ser una persona orante. Y no se puede entonces delegar su oración en otros, pues la amistad con Dios puede y debe ser vivida por cada uno mismo: „Dios es como la fuente, de la cual cada uno coge como lleva el vaso“, decía San Juan de la Cruz (2S 21, 2). El objetivo de la oración mental es vivir la vida misma como oración, desde una relación de amistad con Jesús, que era „manso y humilde de corazón“ (Mt 11,29), para que „despiertos o dormidos vivamos con él“ (1 Tes 5,10), y nada pueda „separarnos“ de su amor (Rm 8,9).

Según Jn 14,23 ("El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él"), Teresa sentía que Jesús, a quien tanto amaba, había hecho morada en ella. A lo largo de su experiencia de oración mental, aprendió que Dios no va a hacer mudanza, que su amistad es constante. Por lo tanto, este famoso texto es una expresión de su experiencia de oración, aunque la autoría no sea del todo segura, y para Teresa fuera más bien la "humildad" y el "amor" que la "paciencia" lo que todo lo alcanza del buen Jesús:

"Nada te turbe,
nada te espante,
Dios no se muda [= no cambia su morada],
la paciencia todo lo alcanza,
quien a Dios tiene [= en quien Dios ha hecho morada],
nada le falta,
sólo Dios basta"

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