La Iglesia celebra, el día 27, la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado Alberto Ares, sj.: "En la Iglesia acogemos a más de 800.000 personas inmigrantes"
"Para liberarnos de prejuicios hacia los inmigrantes, solo tenemos que observar y aprender de los niños"
"El gran reto al que se enfrenta nuestra sociedad no está en la frontera sur, ojalá pudiéramos acoger de verdad a las personas que llegan. El gran reto lo tenemos en la convivencia y en la integración"
"Necesitamos políticas que realmente ayuden a integrar y a vivir a las personas. No podemos crear auténticos polvorines en nuestros barrios, que es lo que fabricamos si no invertimos en integración"
"Necesitamos políticas que realmente ayuden a integrar y a vivir a las personas. No podemos crear auténticos polvorines en nuestros barrios, que es lo que fabricamos si no invertimos en integración"
"Es mucho más sencilla la convivencia cuando uno está de igual a igual", asegura Alberto Ares, director del Instituto de Estudios de Migraciones de la Universidad Pontificia de Comillas y coordinador adjunto del Servicio Jesuitas a Migrantes. En entrevista con RD por la Jornada Mundial del Refugiado, asegura que la Iglesia católica se ha puesto al frente del trabajo con migrantes y refugiados. "En la Iglesia acogemos a más de 800.000 personas inmigrantes", asegura.
Alberto es director del Instituto de Estudios de Migraciones de la Universidad Pontificia de Comillas y también coordinador adjunto del Servicio Jesuitas a Migrantes. ¿Lo que era antes el Servicio Jesuita a Refugiados?
A.- Más bien convivimos con Migrantes y Refugiados y trabajamos de forma similar, unos más focalizados en refugio y otros en migraciones. Aunque trabajamos, a veces, un poco mezclados.
- Todo viene del espíritu emprendedor y del la profecía de Arrupe.
A.- Exactamente. Este curso estamos otra vez de celebración.
- Hablamos con Alberto porque el día 27 se celebra en toda la Iglesia la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, y queremos que nos cuente cómo observar la realidad y qué podemos aportar como Iglesia ante esta situación.
Este año lleváis un lema muy potente: “Como Cristo, obligados a huir”.
A.- Este año la jornada quiere rescatar la 'universalidad' del mundo de las migraciones. Que cada miembro de la Iglesia tenga en cuenta que somos un pueblo migrante y que nos ha tocado salir de nuestra casa como a Jesús. De ahí ese paralelismo del lema. De hecho, el pueblo de Israel se constituye como pueblo en un movimiento migratorio; en el éxodo. Entonces, caer en la cuenta de esta universalidad es lo que creo que ha querido el papa Francisco para este año en la jornada.
- Sí, porque a veces da la sensación de que es muy necesario reivindicar a Jesús y el Evangelio cuando otros utilizan cruces, rosarios y su condición de cristianos para, precisamente, no acoger. Para no proteger, promover e integrar, que son los cuatro grandes verbos/base del mensaje del Papa para la jornada de este año.
A.- Pienso que la esencia del mensaje, de la Buena Noticia del Evangelio, tiene que ver con estos cuatro verbos, pero también con estar en camino y acoger.
Si uno recorre la Biblia desde el Antiguo Testamento al Nuevo Testamento, comprueba que está lleno de pasajes de acogida y hospitalidad. Un valor, o un lema, muy nuestro y que el papa Francisco repite decididamente. Y algunos, como los jesuitas en España y en muchos rincones del mundo, también seguimos trabajando y apostando por ello.
- 'Hospitalidad' es otra de las palabras clave no sólo de la acogida de refugiados, sino de este pontificado, de esa Iglesia-hospital-de-campaña: la campaña que vosotros sacasteis hace tiempo de hospitalidad y que sigue funcionando a través de la web y de mucho trabajo... ¿Somos hospitalarios aquí, en España?
A.- En el estudio que hemos sacado estos últimos días en la Universidad de Comillas el Instituto de Migraciones junto a Cáritas, nos hemos dado cuenta de que los inmigrantes se sienten integrados en España. Eso significa, de forma indirecta, que la sociedad española es acogedora o, por lo menos, que es hospitalaria. Evidentemente, hay mucho camino que recorrer pero es bueno, también, reconocer situaciones en las que tanto la Iglesia como la sociedad de España, hacen un esfuerzo por acoger a la población inmigrante.
En la Iglesia acogemos a más de 800.000 personas migrantes y refugiadas en alguno de nuestros servicios. Hablamos de personas de lo más variado; de personas que se quedan fuera del sistema, personas víctimas de trata, desplazados, menores... bueno, un amplio abanico. Sobre todo, de aquellos que se quedan, como leeríamos en el Evangelio, al borde del camino. De aquellos que no tienen un lugar donde donde estar.
- Hablas de 800.000 personas con las que trabaja la Iglesia. Estamos en un momento en el que – como refleja el informe al que te referías antes- los inmigrantes se sienten integrados, excepto en algunos factores como el económico y demás y, paradójicamente, asistimos a la vuelta de mensajes casi de 'España para los españoles', 'nos vienen a quitar el trabajo', 'el confinamiento se da en más sitios porque hay más población inmigrante que viven de una manera distinta, que no se cuidan tanto'..., que la culpa, poco menos que la tienen ellos. Y esos mensajes, aparte de que no ayudan mucho a la convivencia, tampoco se corresponden con la realidad.
A.- Para nada. Los datos de este informe son muy frescos y reconocen que la población inmigrante no solo nos ha sostenido en muchos servicios básicos durante la pandemia, sino que, además, son los que más contribuyen. Si ponemos una balanza lo que los inmigrantes se llevan y lo que aportan, aportan mucho más de lo que se llevan: nuestro sistema de pensiones, nuestra educación, la sanidad, en parte se sostienen por las aportaciones de las personas migrantes y refugiadas que viven con nosotros. Esto es un hecho y lo sabemos desde hace décadas; desde los inicio de este siglo. A los que estudiábamos por aquella época o un poco antes nos decían que nuestro sistema de pensiones iba a colapsar. Y no colapsó gracias a la llegada de inmigrantes. Y este es un dato que muchos españoles no conocemos.
Hay ya casi 8 millones de personas en España que son de origen inmigrante, lo digo bien: casi 8 millones de personas. Estamos a veces desorbitados o impactados por las imágenes de las pateras que llegan a nuestras costas por el Sur. Pensamos que nos invaden, que esto es un desastre... Pero hay que tener en cuenta todas las cosas. Así que, tengamos en cuenta también esa acogida.
El gran reto al que se enfrenta nuestra sociedad no está en la frontera sur, ojalá pudiéramos acoger de verdad a las personas que llegan. El gran reto lo tenemos en la convivencia y en la integración, como decimos en este informe que hemos publicado.
- Una frase que me dijeron Juan y Daniel en una entrevista reciente y que me demostró la falta del lenguaje que tenemos incluso los que nos dedicamos a esto, es que no se trata de personas que viven 'con' nosotros sino que son 'parte' de ese nosotros. Porque ya son ciudadanos que pagan sus impuestos, que conviven con nosotros, nos casamos, son nuestros amigos, nuestros compañeros de trabajo..., etcétera.
A.- Sí, sí. De hecho, es curioso, a muchas personas también de nuestros recursos, hijos ya, que han nacido aquí, les toca mucho, les duele cuando les preguntas y tú dónde eres porque han venido al mundo en España, aunque sus padres no. Es un gran reto, de hecho. El Servicio Jesuita a Migrantes y esta red de comunidades de hospitalidad que hemos ido tejiendo en estos últimos años, ya décadas, lo que estamos intentando implementar son modelos de acogida que no se queden sólo en las primeras etapas, sino que logremos que las personas se inserten en los barrios, que tengan una red de relaciones claras donde puedan construir, donde se puedan sentar a la mesa... Creo que ese es un gran servicio que la Iglesia católica está aportando a nuestra sociedad y una misión con la que el Servicio Jesuita a Migrantes está muy comprometido.
- Volvemos a las cuatro a los cuatro verbos del Papa: acoger, proteger, promover e integrar, que son esas cuatro etapas con las que trabajáis.
Hablamos de inmigrantes y refugiados cuando todavía hoy, y en el hoy del coronavirus más, estamos viendo cosas que, bueno, nunca nos sorprenderemos de nosotros mismos, probablemente: hace hace cinco años estábamos todos llorando la muerte del pequeño Aylán en la orilla de la playa, y cuando hace unos días se quemó el campo de Moria, veíamos imágenes de los vecinos haciendo barricadas para impedir la entrada de refugiados. Para impedir la salida a los refugiados de ese mal campo.
A.- Ahí el problema es complejo. Yo entiendo a esos vecinos de la isla de Lesbos y entiendo en parte, también, a los vecinos de Melilla, a algunos ciudadanos de Canarias, a algunas personas que viven en nuestras costas en Almería, en Huelva... Los entiendo porque lo que no podemos seguir haciendo -y esto, ojalá, en el nuevo pacto de migraciones que saldrá pasado mañana se tenga en cuenta- es lo que hemos hecho hasta ahora: más seguridad y más vallas cuando vemos que esta estrategia lo único que hace es provocar más muerte y beneficiar a las mafias. Que nosotros mismos estamos facilitando esas situaciones. Y, además, estamos haciendo es que estas personas se vayan concentrando en torno a ciertas periferias. Y como no son capaces de acceder a un trabajo digno y a unas condiciones, les toca vivir en lugares donde los alquileres son de aquella manera o donde no se les permite siquiera entrar. Y las personas con las que están conviviendo en esos lugares están soportando una alta presión migratoria que sería ridícula si la pudiéramos compartir entre todos. Y todo como consecuencia de una Europa tan insolidaria -España también- en ese sentido.
El 10-15 por ciento de la población del país es de origen inmigrante. En realidad se trata de un porcentaje de población asumible. Por ejemplo, si lo comparamos con el aula de un colegio, de veintitantos-treinta alumnos, dos niños o dos niños y medio serían migrantes. O sea, eso es razonable. Al menos, en un colegio se puede controlar. Cuando hablamos de un porcentaje de un 90 a un 95% de minorías étnicas, o de población inmigrante que está llegando en diferentes fases, hablamos de lugares concretos donde esta población migrante queda bloqueada, aumentando su densidad y los problemas. Estamos hablando de situaciones que no me extraña que las personas que viven en esos contextos acaben reaccionando con rechazo por impotencia. Claro que no me gusta. Y creo que necesitamos políticas que realmente ayuden a integrar y a vivir a las personas. No podemos crear auténticos polvorines en nuestros barrios, que es lo que fabricamos si no invertimos en integración.
- Me estaba acordando de los colegios y de los chavales de hoy que, probablemente, nos pasen por la izquierda en muchas cosas, dado que la integración en las aulas y en los centros es un hecho. Ellos no se plantean, por lo menos en edades tempranas, esta problemática: son sus compañeros de clase y punto. La estigmatización llega cuando nos hacemos adultos.
A.- Este verano creé un podcast que se llama también “Tendiendo puentes”, como el bloque en RD, y hablando con una amiga sobre este tema de los niños y los prejuicios en un colegio rural, me decía: Alberto, hasta ahora hemos estado invirtiendo en integración y, muchas veces, con las generaciones más pequeñas lo que tenemos que hacer es sentarnos, mirar y aprender. Aprender de los pequeños. Aprender que es mucho más sencilla la convivencia cuando uno está de igual a igual.
- Es que los problemas vienen cuando los niños comienzan a crecer y van a asimilando los prejuicios de los mayores.
A.- Sí, así es.
- ¿Cuáles son las claves que tú crees puede aportar la Iglesia a ese pacto por la inmigración, a esas políticas que, da la sensación, no terminamos de atinar ni aquí ni en Europa?
A.- Pienso que la Iglesia es un actor más, tampoco nos podemos creer que somos el ombligo del mundo para todo, y menos en una realidad como esta de las migraciones y el refugio. Pero, creo que tenemos nuestro rol. Primero, un rol si realmente nos llamamos cristianos y si cuando rezamos el padrenuestro nos creemos que todos somos hermanos y hermanas. Tenemos, por tanto, un rol muy importante en la acogida y en la no discriminación, en el ver la dignidad de las personas. Esto es algo que deberíamos cultivar aún más en nuestras parroquias y en nuestras comunidades. Algo que está escrito pero que no siempre es tan fácil vivenciar, y tampoco creo que es para coger el látigo y darnos en la espalda, sino seguir creciendo y pidiendo perdón y tirando para adelante.
Otra de las cosas que yo creo que la iglesia católica puede hacer, teniendo una red de atención social tan potente y global como tiene -que pocas habrá así- y que llega a tantos sitios, es seguir poniendo todos sus recursos al servicio de las personas más vulnerables y especialmente en esto. Tenemos ejemplos, podemos hablar de las comunidades de Sant' Egidio, del Servicio Jesuita a Refugiados, la Merced, Migraciones, el Servicio Jesuita a Migrantes, Cáritas..., tantas instituciones. Y algunas que trabajan en origen, como Entreculturas, Manos Unidas, muchas instituciones cercanas a la Iglesia que realmente están comprometidas.
Y un tercer elemento, por no alargarme mucho, son todas las labores de incidencia pública. De poder aportar en nuestras políticas con nuestros políticos, en nuestras leyes, para que esas leyes sean más justas. La Iglesia, y entono además el 'mea culpa', también estamos en este ámbito social muy acostumbrados a poner tiritas porque somos buenos en eso, y ojalá nunca lo dejamos de hacer, pero también tenemos una misión muy importante de actuar en aquellos lugares donde se toman las decisiones, no para hacer lo que a nosotros nos da la gana, sino para poner en el centro a las personas y a los más vulnerables. Para esto igualmente tenemos recursos. De hecho, la red Migrantes con Derechos en España, intenta poner nuestro nuestro granito de arena también en este ámbito de la sensibilización y de la incidencia.
- La transformación de la sociedad, y en cierto modo también la del Reino, que nos toca.
Escuchándote hablar se me ocurre que en pocos días verá la luz la tercera encíclica del papa Francisco, Tutti fratelli, en la que, por lo poco que sabemos, vamos a leer de ese plan para resucitar, de esta fraternidad universal y de este mundo que tenemos que construir todos, porque todos somos hermanos -de ahí el título, tomado de san Francisco- en un momento especialmente delicado, que es el de la de la sociedad del coronavirus. Ahí sí que está la Iglesia también y este Papa, como ciudadano y como personaje global, tiene muchas cosas que decir. Supongo que estamos con ganas de leerla y de entenderla, también, en esas claves.
A.- Muchas, sí. Yo estaba mirando por ahí, a ver si había alguna filtración...
Es broma. Estoy muy contento de que el papa Francisco pueda conectar desde esa ecología integral de la que nos ha venido diciendo tanto y de esta fraternidad universal; el poder mirar de una forma conjunta toda la realidad social que vivimos. Esta hermandad.
Supongo que hablará de todos los cristianos y cristianas como en otras encíclicas, pero, además, como nos hablaba el Vaticano II, de todas las personas de buena voluntad que busquen con sincero corazón esa fraternidad, esa humanidad.
Y, sin duda, también, lo que nos ha ido diciendo el papa Francisco, más conectado con la realidad de Migrantes y Refugiados, y el dicasterio nos lo recuerda, es que estamos para 'tejer', para tender puentes. Y esto habla mucho de fraternidad y de impulsar dinámicas que nos ayuden a estar más conectados con la naturaleza, con Dios, con los demás y con nosotros mismos.
- Es un colofón a esos cinco años que estamos celebrando ahora de Laudato si' y del cuidado integral del mundo del que formamos parte.
Alberto, un placer. Esperamos seguir trabajando para que haya más samaritanos y para que no vengan solo de fuera a cuidarnos, sino que todos entendamos que ese que está al lado nuestro es nuestro hermano o nuestra hermana. Podemos hacerlo posible.
A.- Un gusto compartir contigo, Jesús. Y ojalá que te oigan y que nos oigamos todos. Muchas gracias.
- Al menos nos haremos escuchar, que ya es bastante.
A.- Cierto.