El teólogo disecciona la carta del Papa a los obispos de EE.UU. Leo Guardado: "Una carta alentadora y profética en la línea de Juan XXIII y Óscar Romero"

Papa firma carta
Papa firma carta

El Papa se dirige no sólo a los más de 400 obispos que dirigen las Iglesias locales en Estados Unidos, sino también a todos los católicos y personas de buena voluntad

Es una invitación a la Iglesia en Estados Unidos a seguir caminando como discípulos de Jesucristo, conscientes de que la credibilidad de la fe cristiana se encuentra en las acciones comunitarias de un pueblo que vive y muere dando testimonio de la orden de amar a todos, y preferencialmente a los más pobres y excluidos

Un primer punto destacable es que la carta está dirigida a un grupo de obispos muy numeroso. Hay 439 obispos en activo y jubilados en Estados Unidos. De ellos, unos 278 obispos están sirviendo activamente en alguna de las 194 archidiócesis/diócesis, o en la Archidiócesis para los Servicios Militares, o en el Ordinariato Personal de la Cátedra de San Pedro (para grupos y clero que antes eran anglicanos). Todos estos obispos están llamados a caminar como Pastores del Pueblo de Dios en cada Iglesia local.

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El Papa fundamenta su mensaje en la Biblia. El desplazamiento forzoso está en el corazón de las Escrituras hebreas y cristianas, y en nuestros días cualquier intento de pensar la fe sin referencia a la migración forzosa es una evasión de la realidad. Los párrafos 1-3 recuerdan el Éxodo de la esclavitud a la libertad y a la Sagrada Familia como refugiados en Egipto, puntos de referencia fundacionales de la fe cristiana que, como dice el Papa, no son “articuladas artificialmente”. En estos textos encontramos la revelación de un Dios que camina con el pueblo de Dios, que se hace encarnadamente emigrante y refugiado, vinculando para siempre el amor de Dios con el amor al prójimo. Es este amor, expresado más concretamente como dignidad humana, el que “rebasa y sostiene toda otra consideración de carácter jurídico que pueda hacerse para regular la vida en sociedad” (n.3). La ley debe estar al servicio de la dignidad de todas las personas, sin excepción. Cuando la ley no está al servicio de la dignidad de toda persona, debe discernirse la legitimidad de la ley.

Donald Trump y Paula White
Donald Trump y Paula White

Desde este horizonte bíblico y sacramental, la carta pasa a analizar el momento histórico decisivo en el que los obispos y las iglesias locales están llamados a actuar: las deportaciones masivas. El Papa hace referencia a una “conciencia rectamente formada” (n.4) que debe discernir críticamente y oponerse a la criminalización y deportación de inmigrantes y de familias enteras que son expulsadas a situaciones vulnerables sin protección. Una vez más, el Papa vincula un auténtico Estado de derecho con la protección de la dignidad humana, especialmente de los más pobres y marginados. Un Estado de derecho que viola la dignidad humana carece de autenticidad: en última instancia, fracasar como Estado de derecho o, como dice el Papa, “mal terminará” (n.5).

Frente a la idea de que el amor cristiano se expande en círculos concéntricos que empiezan por el propio pueblo, la carta papal afirma que es cuando se defienden los derechos de los más pobres y marginados, independientemente de quiénes sean y de que se les entienda o no como parte del propio pueblo, cuando se garantiza la dignidad infinita de todos. Es una llamada a los cristianos a pensar no como individuos sino como sujetos que por Cristo ya están constituidos en redes de relaciones que superan cualquier frontera que el Estado-nación quiera poner al amor cristiano. El acto de amor expresado en la parábola del buen samaritano, un amor que trastoca las normas de comportamiento esperadas, poniendo en el centro a los más vulnerables, es el verdadero orden del amor divino y humano (ordo amoris) (n.6-7).

Expulsión de migrantes en la frontera
Expulsión de migrantes en la frontera RD/Agencias

En los últimos párrafos, el Papa se dirige no sólo a los más de 400 obispos que dirigen las Iglesias locales en Estados Unidos, sino también a todos los católicos y personas de buena voluntad. Reconociendo el papel de liderazgo que los obispos están llamados a encarnar, el Papa les agradece sus esfuerzos y, en el verdadero espíritu del ordo amoris, les recuerda que Dios estará presente en todo lo que hagan para proteger y defender a las personas y comunidades que son y seguirán siendo blanco del Estado: “quienes son considerados menos valiosos, menos importantes o menos humanos!” (n.8).

Las últimas palabras del Papa antes de la oración de clausura son una serie de exhortaciones, pero la más desafiante es la que aborda el miedo personal y comunitario que puede esperarse cuando el permanecer junto a los perseguidos puede convertir a uno mismo en el blanco de la persecución estatal. El Papa exhorta a todas las personas a “aprender a dar la vida como Jesucristo la ofrendó, para la salvación de todos”. Esta invitación no es ni más ni menos que lo que Jesús dijo a sus discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla?” (Mat. 16, 24-26). La pregunta que queda para cada obispo, y cada cristiano en los Estados Unidos, es si uno todavía está dispuesto a seguir a Jesús, soportar la persecución, convertirse en un blanco del estado, y en última instancia sufrir formas modernas de crucifixión.

La pregunta que queda para cada obispo, y cada cristiano en los Estados Unidos, es si uno todavía está dispuesto a seguir a Jesús, soportar la persecución, convertirse en un blanco del estado, y en última instancia sufrir formas modernas de crucifixión

Esta carta histórica puede leerse en relación con las palabras del Papa Juan XXIII en Pacem in Terris (1963), donde apela a la conciencia de la persona cuando se enfrenta a cuestiones religiosas o a asuntos de Estado. En el lenguaje de la época, Juan XXIII escribe: “La autoridad no es, en su contenido sustancial, una fuerza física; por ello tienen que apelar los gobernantes a la conciencia del ciudadano, esto es, al deber que sobre cada uno pesa de prestar su pronta colaboración al bien común. Pero como todos los hombres son entre sí iguales en dignidad natural, ninguno de ellos, en consecuencia, puede obligar a los demás a tomar una decisión en la intimidad de su conciencia. Es éste un poder exclusivo de Dios, por ser el único que ve y juzga los secretos más ocultos del corazón humano. Los gobernantes, por tanto, sólo pueden obligar en conciencia al ciudadano cuando su autoridad está unida a la de Dios y constituye una participación de la misma” (n.48-49).

Monseñor Romero
Monseñor Romero

La centralidad de la conciencia estuvo también en el corazón de la histórica homilía que San Óscar Romero pronunció el 23 de marzo de 1980, cuando habló directamente a los soldados que estaban cometiendo un fratricidio, y que selló su destino de mártir. Romero predicó: “Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y, ante una orden de matar que dé un hombre, debe de prevalecer la ley de Dios que dice: “No matar” (Ex. 20:13). Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación.”

La alentadora y profética carta del Papa Francisco es una invitación a la Iglesia en Estados Unidos a seguir caminando como discípulos de Jesucristo, conscientes de que la credibilidad de la fe cristiana se encuentra en las acciones comunitarias de un pueblo que vive y muere dando testimonio de la orden de amar a todos, y preferencialmente a los más pobres y excluidos. Un pueblo que, como dijo Romero, sólo de Dios saca su fuerza y su esperanza.

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