Adiós al último teólogo conciliar importante Un amonestador en el mudar de los tiempos: sobre Joseph Ratzinger / Benedicto XVI
Para algunos, ahora era el Panzerkardinal, el "cardenal blindado" que observaba críticamente las innovaciones teológicas y a menudo intentaba cortarlas de raíz con su autoridad de guardián de la doctrina de la fe. Para otros, sin embargo, fue el "Mozart de la teología", el agudo intelectual y esteta teológico que intentó encauzar las nuevas corrientes en el cauce del flujo de la tradición
Ratzinger reaccionó ante el Concilio como Ortega y Gasset y otros intelectuales ante la Segunda República: "No es esto, no es esto". A partir de entonces, se vio a sí mismo –junto con otros destacados teólogos de habla alemana– como guardián del verdadero "espíritu" del Concilio
De su papado se recordará permanentemente, sobre todo, la encíclica inaugural "Deus caritas est" (Dios es amor), en la que presentó con claridad la naturaleza del Dios que se nos mostró en Jesús
Su sorprendente e impresionante renuncia el 11 de febrero de 2013 tiene un significado histórico. Gracias a esta desmitificación del papado, en la que mostró una verdadera humildad, este tipo de acontecimientos se producirán probablemente con más frecuencia en la futura historia papal
De su papado se recordará permanentemente, sobre todo, la encíclica inaugural "Deus caritas est" (Dios es amor), en la que presentó con claridad la naturaleza del Dios que se nos mostró en Jesús
Su sorprendente e impresionante renuncia el 11 de febrero de 2013 tiene un significado histórico. Gracias a esta desmitificación del papado, en la que mostró una verdadera humildad, este tipo de acontecimientos se producirán probablemente con más frecuencia en la futura historia papal
| Mariano Delgado, Universidad de Friburgo Suiza*
Con la muerte de Joseph Ratzinger / Benedicto XVI, ha fallecido el último teólogo conciliar importante y el primer Papa que abdicó voluntariamente según el ejemplo de Celestino V, el 5 de julio de 1294. En ambas funciones, fue un amonestador controvertido en el mudar de los tiempos tras el Concilio Vaticano II.
Una quimera de nuestro tiempo
En 1960, en vísperas del Concilio, escribió que el cristianismo no vive con nosotros en nuestra propia forma, sino en una forma que nos es en gran medida ajena, "la forma de la Edad Media", por lo que la "tarea primordial" de la teología actual consiste en dar el paso a la modernidad, al "espíritu actual"; sin embargo, más tarde lamentó, en medio de la primera fase de la recepción del Concilio, que el mundo de la Edad Media fuera desechado como si perteneciera irrevocablemente al pasado, como hicieron el cura y el barbero con muchas de las novelas de caballería de Don Quijote: "Hemos cerrado audaz y victoriosamente la puerta de una época pasada y declarado disuelto y desaparecido lo que había más allá. Es inconfundible en la literatura conciliar y postconciliar el género de burla con el que, como escolares adultos, deseábamos despedirnos de los anticuados libros de texto. Pero mientras tanto, otro tipo de burla ha entrado en nuestros oídos y en nuestras almas, una que se burla más de lo que habíamos querido y deseado. Y poco a poco hemos perdido la risa; poco a poco nos hemos dado cuenta de que detrás de las puertas cerradas también está lo que no se debe perder, si no queremos perder el alma. Ciertamente, no podemos volver al pasado, ni queremos hacerlo. Pero debemos estar preparados para una nueva reflexión sobre lo verdaderamente sostenible en el mudar de los tiempos".
Preservar lo que verdaderamente nos sotiene se convirtió desde entonces en la tarea de su vida. Joseph Ratzinger, que, para un libro conmemorativo del escritor católico Reinhold Schneider, escribió un memorable ensayo sobre "la conciencia en el tiempo" basado en la protesta profética de los dominicos de la Española en 1511 y en la obra de Bartolomé de las Casas contra la opresión de los indios, consideraba su propia protesta como un deber de conciencia. De eso no hay duda.
El gran giro biográfico
No podemos indagar en su biografía espiritual, sino sólo percibir lo que él mismo nos sugiere en sus escritos. Según estos, el cambio de opinión debió de producirse en algún momento de su trabajo de profesor en Tubinga, presumiblemente en 1967/68, cuando pronunció sus conferencias sobre el Credo de los Apóstoles ante oyentes de todas las facultades. El libro, publicado en 1968 con el título "Introducción al cristianismo", se convirtió en un éxito de ventas y pertenece a lo mejor entre las numerosas interpretaciones del Credo en el siglo XX. En el prefacio, Ratzinger utilizó el cuento popular alemán de "Hans en la suerte" (Hans im Glück) para resumir la situación postconciliar. Como Hans, la Iglesia postconciliar habría cambiado el tesoro de la tradición por bienes siempre inferiores y ahora correría el peligro de perder también "lo que realmente vale la pena conservar". Así, Ratzinger reaccionó ante el Concilio como Ortega y Gasset y otros intelectuales ante la Segunda República: "No es esto, no es esto". A partir de entonces, se vio a sí mismo –junto con otros destacados teólogos de habla alemana– como guardián del verdadero "espíritu" del Concilio.
Mientras que su producción teológica de la época anterior a este giro biográfico (como los ensayos de los años sesenta recogidos en su libro "El nuevo pueblo de Dios") puede considerarse el mejor ejemplo de teología histórica con intención sistemática y prospectiva, después apareció más bien como observador crítico y amonestador del período posconciliar, sobre todo desde su nombramiento como arzobispo y cardenal de Munich y Freising en 1977 y como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe en 1982.
"Cardenal blindado" y "Mozart de la teología"
Tras la caída del comunismo, su marca siguió siendo una pluma afilada, que se orientaba más hacia la prosa fluida y fácil de leer de san Agustín, que hacia la teología escolástica, lingüísticamente pobre de santo Tomás de Aquino. La claridad de su lenguaje –poco frecuente entre los teólogos alemanes–contribuyó a que se le entendiera bien y a que hubiera diversidad de opiniones sobre sus mordaces reflexiones y opiniones sobre la situación en la Iglsia y en el mundo. Para algunos, ahora era el Panzerkardinal, el "cardenal blindado" que observaba críticamente las innovaciones teológicas y a menudo intentaba cortarlas de raíz con su autoridad de guardián de la doctrina de la fe. Para otros, sin embargo, fue el "Mozart de la teología", el agudo intelectual y esteta teológico que intentó encauzar las nuevas corrientes en el cauce del flujo de la tradición.
La disputa sobre la teología de la liberación a mediados de la década de 1980 se convirtió en el faro de esa percepción pública de su doble rostro de Jano. Aunque más tarde llegó a apreciar la verdadera preocupación espiritual de la teología de la liberación
La disputa sobre la teología de la liberación a mediados de la década de 1980 se convirtió en el faro de esa percepción pública de su doble rostro de Jano. Aunque más tarde llegó a apreciar la verdadera preocupación espiritual de la teología de la liberación a través de contactos personales –por ejemplo con el peruano Gustavo Gutiérrez–, el problema que persiste es la forma de pensar de su "hermenéutica de la sospecha": que las nuevas corrientes se juzgaban a menudo a través del prisma de su propia teología en lugar de intentar comprender los nuevos contextos del pensamiento teológico de la Iglesia universal después del Concilio. Su propia teología recibió, por así decirlo, rango de magisterio y se convirtió en el criterio para juzgar lo verdaderamente sostenible en el mudar de los tiempos.
Cabe suponer que influyó notablemente en la declaración dogmática de Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica "Ordinatio Sacerdotalis" del 22 de mayo de 1994 sobre la imposibilidad del sacerdocio femenino. En una época en la que la discusión teológica sobre este tema acababa de comenzar y grandes teólogos como Karl Rahner o personas que bebían de la experiencia mística del Carmelo teresiano, como Edith Stein, bien podían imaginar esta innovación, la reflexión teológica fue bloqueada "para siempre", por así decirlo, con un "solus papa", que, aunque seguía siendo válido de iure después del Concilio, de facto ya casi no se consideraba posible. ¿Hay que entenderlo "in saecula saeculorum" lo mismo que la decisión dogmática "extra ecclesiam nulla salus" del Concilio de Florencia de 1442, con la que se excluía de la salvación a la humanidad no católica sin obediencia al Papa, mientras que el Concilio Vaticano II, con una conciencia teológica diferente, se expresó de otra manera? ¿No debería ser el modus operandi para cuestiones tan serias dejar que la discusión teológica se desarrolle en libertad y luego, cuando esté madura o concluida, decidir sobre ella junto "con el Papa" en un concilio o en un sínodo de la Iglesia universal?
Controversias teológicas
En el cambio de milenio tuvo lugar la llamada "disputa de los cardenales" entre el cardenal Ratzinger y el cardenal Kasper. Se trataba de la relación entre Iglesia universal y la Iglesia local, primacía y episcopado y estructuras sinodales, pero también de la recepción de la eclesiología conciliar. Kasper adoptó posiciones que más tarde fueron confirmadas indirectamente por el papa Francisco en su Exhortación Apostólica Evangelii gaudium (2013), cuando habló de la necesidad de una "saludable descentralización". Ratzinger, por su parte, criticó duramente a Kasper, defendió una primacía ontológico-platónica de la Iglesia universal y enfatizó la primacía papal en lugar de la colegialidad y la sinodalidad. Aunque la disputa se resolvió amistosamente y se atribuyó en parte a malentendidos, las cuestiones planteadas son fundamentales para el futuro de una Iglesia universal sinodal.
Con el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe "Dominus Iesus" (Jesús el Señor) del 6 de agosto de 2000 sobre la singularidad y universalidad salvífica de Jesucristo, que debe entenderse como una dura crítica al diálogo ecuménico e interreligioso porque conduce al relativismo y al indiferentismo, Ratzinger volvió a dividir las opiniones, creando un conflicto ecuménico. Aunque Juan Pablo II intentó calmar las aguas, para muchos quedó claro que, a partir de entonces, como muy tarde, la teología de Ratzinger tuvo una influencia más fuerte en el Magisterio romano que la de cualquier prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe anterior. El relativismo y el indiferentismo, la espada de Damocles del papado preconciliar y antimodernista, utilizados para desacreditar teologías inoportunas y procesos de diálogo, volvieron a ser aceptables en las controversias teológicas. Muchos seminaristas, de bajo nivel intelectual, han sido formados de nuevo desde entonces en esa mentalidad. Gracias a la homilía en la misa "Pro Eligendo Romano Pontifice" en la Basílica de San Pedro el 18 de abril de 2005, en la que Ratzinger advirtió elocuentemente contra una "dictadura del relativismo", fue elegido sucesor de Juan Pablo II.
Es una ironía de la historia que el defensor de esta "correlación polifónica", también para el Islam, como Papa Benedicto XVI fuera tan malinterpretado con el discurso de Ratisbona del 12 de septiembre de 2006
En enero de 2004 había demostrado su capacidad de diálogo en una memorable conversación con el filósofo alemán Jürgen Habermas en Múnich. Allí defendió la "necesaria correlacionalidad de la razón y la fe, la razón y la religión, que están llamadas a purificarse y curarse mutuamente y que se necesitan y deben reconocerse mutuamente"; particularmente evidente es esa correlación en el cristianismo occidental. Pero también advirtió contra la arrogancia occidental y abogó –casi como Hans Küng con su "Proyecto Ético Global"– por una correlación polifónica con las demás religiones y culturas sobre la base de la complementariedad de la razón y la fe, "para que pueda crecer un proceso universal de purificaciones, en el que finalmente los valores y normas esenciales, de algún modo conocidos o intuidos por todos los pueblos, puedan adquirir nueva luminosidad, para que lo que mantiene unido al mundo pueda volver a cobrar fuerza efectiva en la humanidad". Es una ironía de la historia que el defensor de esta "correlación polifónica", también para el Islam, como Papa Benedicto XVI fuera tan malinterpretado con el discurso de Ratisbona del 12 de septiembre de 2006.
Puntos fuertes y débiles
De su papado se recordará permanentemente, sobre todo, la encíclica inaugural "Deus caritas est" (Dios es amor), en la que presentó con claridad la naturaleza del Dios que se nos mostró en Jesús y al que ahora reconocerá cara a cara. También quedarán algunos discursos, como el que pronunció el 22 de septiembre de 2011 en el Bundestag alemán, en el que habló de la "ecología del hombre", porque él también tenía una "naturaleza" que habría que cuidar. Su sorprendente e impresionante renuncia el 11 de febrero de 2013 tiene un significado histórico. Gracias a esta desmitificación del papado, en la que mostró una verdadera humildad, este tipo de acontecimientos se producirán probablemente con más frecuencia en la futura historia papal.
Por lo demás, su papado evidenció claramente los puntos fuertes y débiles de Joseph Ratzinger: su aguda inteligencia y brillante lenguaje; sus esfuerzos por salvar lo que "Él" creía que era lo verdaderamente sostenible en el mudar de los tiempos tras el Concilio, incluida una estetización de la liturgia y del papado; su especial preocupación por el futuro del cristianismo "en Europa", que corre el peligro de olvidar sus raíces espirituales en Jerusalén, Atenas y Roma; su capacidad para percibir las "heridas de la Iglesia" (especialmente del clero), que conocía muy bien desde hacía décadas como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, unida a su incapacidad para combatir con coherencia los escándalos de abusos y para reformar la Curia y la Iglesia tras las décadas postconciliares perdidas de idealización platónica de la Iglesia, que bloquearon la visión de la realidad.
Tras su dimisión, el Papa Francisco se enfrentó a la tarea de un importante cambio de rumbo, que denominó "conversión" (reorientación y conversión al mismo tiempo) en el original español de Evangelii gaudium. Sólo cabe desear a la Iglesia católica, que con el Concilio se reposicionó en el mundo actual, que mantenga el nuevo rumbo y recupere la alegría de la evangelización, su principal tarea. Porque, como dijo Gilbert Keith Chesterton, la tradición viva, o lo verdaderamente sostenible en el mudar de los tiempos, es salvar el "fuego" (de la evangelización), no conservar las "cenizas" de una forma eclesial pasada.
*Mariano Delgado es Catedrático de Historia de la Iglesia en la Universidad de Friburgo (Suiza) y Decano de la Clase VII (Religiones del Mundo) de la Academia Europea de las Ciencias y las Artes (Salzburgo).
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