No cabe otro diagnóstico: sin Eucaristía no hay Iglesia El celibato que se acaba
La lógica, el sentido común, el convencimiento de que sin Eucaristía no hay Iglesia, así como la falta de racionalidad de los argumentos, acaban de abrirle santa y sensatamente al papa Francisco las puertas del exilio del celibato, para gloria de Dios y edificación de su pueblo
No sé si se acaba, si se está acabando o si se acabó. Pero, con documentación veraz, hidalguía, humildad y misericordia, acerca del celibato sacerdotal no cabe otro diagnóstico que el formulado de esta difusa, y posiblemente confusa, manera.
En esta ocasión, y entre tantas noticias y comentarios como distribuyen las agencias de prensa, y de las que se hacen fiel eco los medios de comunicación social, -con inclusión de algunos eclesiásticos-, no hay día, y casi página o espacio, en los que el celibato sacerdotal no se haga, piadosa o impiadosamente presente.
Mueven y conmueven en esta dirección, estas cuatro noticias:
Además del sacerdocio de hombres casados, el Sínodo de las Amazonías tratará otros problemas.
En la Iglesia francesa se toma cada día en mayor consideración el tema de los hijos de los sacerdotes católicos, a quienes se les suele conocer popularmente como “hijos de Satanás” o “hijos sacrílegos”.
En una prestigiosa galería internacional de arte, se subasta el cuadro de Velázquez titulado “La Papisa”, retrato de la amante del papa Inocencia X que, con el número 236, ocupó la Cátedra de san Pedro, muriendo en Roma a los 80 años de edad, en 1655, y cuyo nombre de pila fue el de Giovanni Battista, con el apellido Pamphill.
Tal y como están hoy las cosas, “la pelota del acceso de los casados al sacerdocio católico está en el tejado de las Conferencias Episcopales”.
El famoso padre jesuita José María Díez-Alegría, teólogo de gran prestigio y a quien nadie puede negarle su condición de hombre sensato y creyente, afirmó que “el celibato sacerdotal es una fábrica de locos”. (Se tiene la seguridad de que tal aseveración no respondió ni solo ni fundamentalmente al comportamiento del conocido cardenal Federico Tedeschini, ex Nuncio Apostólico en España, “mister impresionante en físico, talento y en diplomacia”, principal figura de la Curia de entonces, muerto en Roma en 1959 y cuyo fallecimiento ocasionó importantes problemas hereditarios al Vaticano y a sus propios parientes, a consecuencia de los dos hijos que tenía, considerados “nepotes” o sobrinos.
Jesús instituyó la Eucaristía, pero no el celibato sacerdotal. Aseverar lo contrario obliga a pensar una vez más en la perentoria necesidad que se registra en la Iglesia adulta, de educarse y formarse en la fe. Estudiar la historia de los papas, de la Iglesia universal y vivir con los ojos sensiblemente abiertos a las realidades temporales y “divinales”, con el evangelio como testigo, lleva a conclusiones precisamente no identificables, ni coincidentes, con lo que se cree, predica y practica acerca del celibato sacerdotal, de su extensión y de su convicción.
Con honestidad, ascética, Biblia e historia, no resulta fácil aportar razones convincentes relativas a la justificación plena y fervorosamente católica del celibato sacerdotal, fundamentadas sistemáticamente en las propiciadas por el minúsculo y poco representativo Concilio de Elvira. Por cierto, del mismo se dice que tuvo lugar en “Illiberis”, hoy ciudad de Granada, y al que tan solo asistieron 19 obispos de la Hispania romana, con excepción de los de la provincia Tarraconense (¡¡). Tan fastuoso acontecimiento “católico” estaría fechado entre los años 303- 10 de la era cristiana. En su canon 33 se decreta que “Plugo mandar terminantemente que los obispos, presbíteros y diáconos y todos los clérigos, que se abstengan de sus cónyuges y no engendren hijos, y quienquiera que lo hiciere sea apartado de la clerecía”. (Gracias a Osio, el célebre obispo de Córdoba, actos y actas de tan minúsculo concilio lograron ser conocidos en el mundo cristiano)
No descarto la existencia de razones ascético- místicas al dictado de ideas purificadoras “piadosas”, también con ascendencias paganas, para justificar el celibato del que oficialmente hizo y, en parte, hace, gala la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, aún con el complemento doloroso de la comprobación de tantos escándalos…
Pero la verdad-verdad, humilde, resignada, provocadora por algunos, sin temor a anatemas y a expulsiones del siempre privilegiado estamento clerical, sobre cualquier otra, es el del más que probable detrimento que padecerían los signos de la Iglesia, a la hora de tener que heredar los hijos legítimos de los padres-papas, obispos o curas en su diversidad de escalafones, quienes hasta ahora habrían de estar legalmente incapacitados para disfrutar de las riquezas “eclesiásticas”, por aquello de que, más que la de hijos, su calidad era y es la de “sobrinos”. Al celibato sacerdotal le “costará Dios y ayuda” ser desterrado de la Iglesia católica, primando en ello los motivos substantivamente económicos de la institución…
Pero los tiempos, y los criterios, cambian, en igualdad de condiciones para mal, pero también para bien y, conocidos algunos de los fines de la convocatoria del Sínodo de las Amazonías, y que entre ellos destaca la integración en el ministerio sacerdotal de hombres casados, con todas sus consecuencias, en buena lid y lógica equivale a la aceptación ya del celibato opcional.
“Amazonías”, es decir, zonas huérfanas de celebraciones eucarísticas por falta de curas, son muchas en la cristiandad. Faltan curas. Y a los que son, pero oficialmente se les impide su ejercicio-ministerio por lo del celibato en cuestión, han de sufrir el bochornoso, blasfemo e irracional dicterio de que sus hijos sean tratados como si hubieran sido engendrados por el mismísimo Satanás…
La lógica, el sentido común, el convencimiento de que sin Eucaristía no hay Iglesia, así como la falta de racionalidad de los argumentos, acaban de abrirle santa y sensatamente al papa Francisco las puertas del exilio del celibato, para gloria de Dios y edificación de su pueblo. De todas maneras, de entre “las dolorosas previsiones” de Juan Pablo II, merece especial reseña la de “siento que la abolición del celibato sucederá; pero que yo no lo vea...”.
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