La humildad, o andar en la verdad, único camino frente a la pederastia "Hazme nuevamente feliz y volveré a ser virtuoso", decía Frankenstein
"Me impresionó el comentario de un obispo que hablaba de un sacerdote que había muerto en su diócesis. 'No he visto a ninguna persona a quien se le haya despedido con tanto cariño', comentaba"
"El difunto no era un hombre ejemplar. Pero, ¿qué tenía este sacerdote para ser tan querido? Sencillamente que era sincero"
"La reacción de la Igesia La postura de la Iglesia ante la pederastia ha estado en las antípodas: ocultamiento, soberbia, no reconocimiento, como institución, de la culpa, choca por su poca ejemplaridad"
"¿Cuáles pueden ser las causas profundas de esta soberbia, del ocultamiento de la culpa, y de creer que podemos hacer el juicio y poner las penas dentro de la Iglesia sin necesidad de un juicio civil?"
"La formación de muchos de los obispos y cardenales que hoy están bajo sospecha de ocultamiento de los casos de pederastia y lo que sucede en el interior de una persona para que llegue a una conducta tan depravada son aspectos que probablemente deban ser analizados para superar esta triste realidad"
"La reacción de la Igesia La postura de la Iglesia ante la pederastia ha estado en las antípodas: ocultamiento, soberbia, no reconocimiento, como institución, de la culpa, choca por su poca ejemplaridad"
"¿Cuáles pueden ser las causas profundas de esta soberbia, del ocultamiento de la culpa, y de creer que podemos hacer el juicio y poner las penas dentro de la Iglesia sin necesidad de un juicio civil?"
"La formación de muchos de los obispos y cardenales que hoy están bajo sospecha de ocultamiento de los casos de pederastia y lo que sucede en el interior de una persona para que llegue a una conducta tan depravada son aspectos que probablemente deban ser analizados para superar esta triste realidad"
"La formación de muchos de los obispos y cardenales que hoy están bajo sospecha de ocultamiento de los casos de pederastia y lo que sucede en el interior de una persona para que llegue a una conducta tan depravada son aspectos que probablemente deban ser analizados para superar esta triste realidad"
| Avelino Seco Muñoz, sacerdote de Santander
Me impresionó el comentario de un obispo que hablaba de un sacerdote que había muerto en su diócesis. “No he visto a ninguna persona a quien se le haya despedido con tanto cariño”, comentaba. El difunto no era un hombre ejemplar, se consideraba pecador e incapaz de corregirse de alguno de sus defectos. Con alguna frecuencia se pasaba bebiendo alcohol y, en más de una ocasión, cuando iba el domingo a celebrar la eucaristía decía a sus feligreses: “Anoche ya la volví a armar, bebí demasiado y hoy estoy como estoy, soy un desgraciado, ya me podéis perdonar”.
¿Qué tenía este sacerdote para ser tan querido? Sencillamente que era sincero: no ocultaba sus faltas; y humilde: reconocía sus debilidades; humano, muy humano. Nunca acudió al argumento de todo lo bueno que hacía ni de que había muchas personas que eran más alcohólicas que él.
El recuerdo del sacerdote que abusaba del alcohol y era muy querido por sus feligreses me ha rondado todos estos días de críticas duras contra la pederastia eclesial y de gran descredito de la iglesia y sus instituciones.
No se pueden comparar las dos situaciones, lo sé. En una situación se daba simplemente un defecto, un error de vida que perjudicaba al que caía en él; en la pederastia, en cambio, hay que hablar no sólo de error, sino de delito grave; un delito que debe llevar consigo el pago por la culpa y el resarcimiento de las víctimas.
Pero, ¿por qué me ha venido ahora, con motivo de los casos de pederastia, el recuerdo de algo que oí hace más de diez años?
Sencillamente por el choque entre dos posturas; una reacción es fruto de la humildad, el reconocimiento de la culpa y la no ocultación; esa es la postura del sacerdote que se considera débil y así se muestra. La postura de la Iglesia ante la pederastia ha estado en las antípodas: ocultamiento (los trapos sucios se lavan en casa), soberbia (somos de los estamentos donde menos se da), no reconocimiento, como institución, de la culpa (estamos tomando medidas, nunca nos hemos desentendido).
¿Cuáles pueden ser las causas profundas de esta soberbia, del ocultamiento de la culpa, y de creer que podemos hacer el juicio y poner las penas dentro de la Iglesia sin necesidad de un juicio civil?
Todas las prácticas responden, en el fondo, a unas condiciones de vida de los pederastas y a unas teorías de fondo de los que se han encargado de juzgarlas u ocultarlas. Podríamos decir que no hay mejor práctica que una buena teoría, pero nos encontramos con que la teoría de la Iglesia sobre su papel en la sociedad civil es, al menos, confusa.
Creo que, en el fondo, el posicionamiento de la iglesia ante los casos de pederastia, que se han dado en sus instituciones, se debe a la teoría doctrinal, que ha defendido como válida en un pasado inmediato y no ha abandonado del todo, sobre la sociedad Iglesia y la sociedad Estado.
En los años anteriores al Concilio Vaticano II la concepción de la Iglesia como sociedad perfecta era muy patente. Cuando se habla de sociedad perfecta se entiende que es aquella que se basta a sí misma para conseguir sus fines y, por tanto, puede ser independiente. Se habla de la Iglesia y del Estado como sociedades perfectas porque ambas cuentan con todos los medios para conseguir sus fines.
El Padre Joaquín Salaverri, profesor de Eclesiología en la Universidad Pontificia de Comillas, en su libro de texto sobre la Iglesia, seguido en muchos seminarios de la época inmediatamente anterior al Concilio, defendía que es una verdad de fe católica mantener que “la Iglesia es una sociedad perfecta y absolutamente independiente, con pleno poder legislativo, judicial y coactivo”. Con este libro de texto o similares se formaron muchos de los obispos y cardenales que, hoy, están bajo sospecha de ocultamiento de los casos de pederastia.
Si esta es la doctrina católica, no es de extrañar que la jerarquía de la Iglesia tenga la tentación de legislar, juzgar y castigar, según sus normas y con los castigos que considere oportunos, a sus miembros y que intente librarse de las leyes, juicios y castigos de la otra sociedad perfecta: el Estado.
El Concilio Vaticano II en ninguno de sus documentos utiliza la noción de “sociedad perfecta” para referirse a la Iglesia. Abrió nuevos caminos, a veces poco transitados, como pueblo de Dios o comunidad de creyentes y seguidores de Jesús. A pesar de ello, en la actualidad, existen muchos movimientos neoconservadores y prácticas no renovadas en el Derecho Canónico que se mueven con las coordenadas teóricas preconciliares.
La forma de presencia de la Iglesia en la sociedad, que es legítima y beneficiosa, debe ser reflexionada y analizada para que no sean percibidas las dos sociedades como rivales y disputándose parcelas de poder. A partir del Vaticano II se reflexionó mucho sobre la forma de relacionarse. Hay comunidades cristianas que tienden a estar presentes en la sociedad como levadura en la masa, usando, para su presencia, las mediaciones civiles ya existentes y hay otras comunidades o grupos cristianos que pretenden una presencia más definida y firme con instituciones y fuerzas económicas, ideológicas y sociales propias. Esta última es la forma de presencia que tiene más afinidad con la teoría de considerar a la Iglesia como “sociedad perfecta”.
Además de una equivocada teoría sobre las relaciones de la Iglesia y el Estado, hay otro aspecto de esta triste realidad de la pederastia que debe ser analizado para corregir el caldo de cultivo que facilita su aparición. Podría formularse así: ¿qué puede suceder en el interior de una persona para que llegue a una conducta tan depravada?
En el año 1818 la escritora inglesa Mary Shelly publicó: “Frankenstein o el moderno Prometeo”. La frase más famosa del libro es: “soy malo porque soy desgraciado”. Durante su lectura vemos el comportamiento de un ser que, a raíz de su infelicidad y exclusión, se va transformando poco a poco en un monstruo. Recordemos una frase que se encuentra en el capítulo X del libro: “Yo era afectuoso y bueno; la desgracia me ha convertido en un demonio. Hazme nuevamente feliz y volveré a ser virtuoso.”
La Iglesia tiene la obligación de ir leyendo los signos de los tiempos y discernir si su estructura, sobre todo en lo que a los clérigos se refiere, facilita que el seguimiento de Jesús sea una buena noticia y fuente de maduración humana y dicha; sólo así serán virtuosos.
¿Por qué imponer formas de vida, como el celibato obligatorio, para todos los que ejercen el ministerio ordenado, si sabemos que esta práctica no es la originaria en la Iglesia primitiva? ¿Por qué seguir manteniendo que el sacerdote debe ser un ser “segregado”, separado de los demás en la forma de vivir, en el trabajo y en las relaciones del cada día? ¿Por qué esa diferencia de categoría y separación innecesaria entre laicos y clérigos en la Iglesia? ¿Por qué los sacerdotes no van surgiendo de las comunidades cristianas en las que viven la fe y se convierten, en la práctica, en una especie de funcionarios que van acumulando méritos si quieren ascender?
Hay muchos porqués que esta gran estructura, que es la Iglesia, tiene que responder en cada momento histórico para recuperar la dicha de que cada uno se sienta seguidor de Jesús. Que no se pongan más cargas que las que cada uno se va imponiendo por amor.
El pederasta, como todo el que ha cometido un delito, tiene que pagar por su conducta; pero sigue siendo un ser humano a quien hay que acompañar y rehabilitar. “Hazme nuevamente feliz y volveré a ser virtuoso”, decía Frankenstein. Esa debía ser la función de todas las cárceles para ser verdaderamente humanas. Esa debía ser la función de todas las personas.
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