Antonio Aradillas ¡No a las mujeres!

(Antonio Aradillas).- Redacto estas reflexiones cuando la sangre de más de cuarenta mujeres maltratadas en España entintan de rojo violento los titulares de los diversos medios informativos, habiendo antes ellas cursado, o sin cursar, las previas y oportunas denuncias por los cauces oficiales. Cuarenta mujeres, víctimas de la irracional violencia machista registradas en España, obligan a pensar que su número sea similar, o aún mayor, en el resto del mundo, cristiano o sin cristianizar,

Y es precisamente la condición de cristiano, y además de "católico, apostólico y romano", la circunstancia que en mayor cuantía y consideración, estimulan el planteamiento de tan trágico tema, que antes de llenar páginas y secciones de los medios de comunicación, se vivieron en los interiores de los escenarios domésticos, con doliente participación e intervención, en frecuentes ocasiones, de los propios hijos,

Y, en consonancia con lo que piensa y vive el pueblo fiel de la Iglesia, una de las primeras convicciones que se alcanza es la de que esta -la Iglesia- resulta ser en gran parte, responsable de la dramática situación en la que viven -es decir, mueren-, tantas mujeres.

La formación-información de la fe, considerada como religiosa, basada en argumentos bíblicos, eclesiásticos, canónicos, catequísticos, litúrgicos y teológicos, conduce necesariamente al convencimiento de que la mujer, por ser mujer, es objeto y sujeto de pecado, y por supuesto, sierva y esclava del hombre a perpetuidad y sin discrepancia.

La discriminación de la mujer por parte de la Iglesia, impidiéndole el acceso a las responsabilidades que distinguen y honran al hombre, por hombre, es, hoy por hoy, insólito, insostenible, ofensivo y rozando los linderos de la irracionalidad.. Si además son ya muchos los teólogos de reconocida reputación profesional, que opinan lo contrario a la vigente disciplina oficial todavía mantenida en la Iglesia católica, razón de más para que a la mujeres y a no pocos hombres les extrañen, molesten, no comprendan y odien las normas y procedimientos canónicos al uso.

Si todavía algunos mantenedores de disciplinas decrépitas se empeñaran en proclamar el dogmatismo de las mismas -posición que cada día tiene menos adeptos- la solución legítima, y en consonancia con la vida y el evangelio, no sería otra que la de afrontar "en el nombre de Dios" ser declarado verdadero hereje, tanto en masculino como en femenino.

Con honradez, y siempre con amor para el papa Francisco, son ya muchos los cristianos -ellos y ellas- sorprendidos de que el tema no haya sido afrontado por él, hasta sus últimas consecuencias, con la audacia, la autoridad, el sentido común, la autonomía y el amor a los más pobres que define su comportamiento de padre y pastor "franciscanos".

La mujer es hoy la más pobre de toda la grey eclesial. Carece de los derechos de los que el hombre, por hombre, hace gala y disfruta. Ellos -solo ellos- son, y ejercen la autoridad, y además "en el nombre de Dios" y con todos los emolumentos humanos y divinos, aunque no siempre el "servicio" forme parte del referido concepto ni de "autoridad", ni de jerarquía. La mujer no llega a ser tenida en cuenta en la Iglesia como persona, y menos como sagrada. Es más impura que pura, por aquello de las pías orgánicas, biológicas y ancestrales leyes judías...

Tener que ser a perpetuidad esclavas del hombre, por lo de la interpretación alegórica de la costilla, en el Sagrado Libro del Génesis, por las vulgares interpretaciones del apóstol san Pablo y de no pocos "Santos Padres", teólogos y moralistas, el eslogan de que "La Iglesia no quiere mujeres" debiera estar ya a punto de pasar a mejor vida, cuando reconocidas teólogas, con autoridad, estudios, conocimientos y encarnadas en la realidad, y a la luz del santo evangelio, como en el caso de Ivone de Gevara, máxima representante en el mundo de la teología feminista, acaba de diagnosticar que "la Iglesia está ya a punto de perder a las mujeres que piensan y discurren".

La solución no está, ni en la concesión del diaconado femenino, ni en el consentimiento y permiso de que participen, como matrimonios, en dicasterios supremos y sinodales precisamente dedicados a la familia, de los que hasta el presente los más eminentísimos señores cardenales purpurados ni tuvieron ni tienen la más remota idea.

A las mujeres les sobran regalos y carantoñas eclesiásticas, con el recuerdo de que fue una mujer, María de nombre, la única persona que tuvo y tiene la gloria y el privilegio de haber llegado a ser "Madre de Dios". La solución está en la plena y consecuente equiparación con el hombre, dentro y fuera de la Iglesia y ¡basta ya de de "distingos", argucias y sutilezas "dogmáticas" o semi-dogmáticas.

Proporciona sobrados elementos de aterradora reflexión comprobar que, al menos en los programas electorales de todos los partidos políticos, -y más de los izquierdosos-, cuanto se relaciona con la mujer y su estatus, alcanza grados más altos de consideración, de respeto, de evangelio y de teología, que los que pueda albergar el Código de Derecho Canónico.

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