Los sacerdotes: ¿“varones célibes, enteramente hombres y heterosexuales”? Tamayo: "Homofobia, machismo, sexismo, patriarcado, celibato clerical... no están en el ADN del Cristianismo, pero sí en la mente de no pocos eclesiásticos"
"Es la masculinidad basada en la fuerza, en el poder, en la virilidad física, en los atributos masculinos, etc..."
El autor desgrana algunos ejemplos de "homofobia eclesiástica pura y dura"
| Juan José Tamayo
Los varones homosexuales, no idóneos para el sacerdocio
La Congregación para la Educación Católica, presidida por el cardenal polaco Zenon Grocholewski, publicó en noviembre de 2005 la Instrucción sobre los criterios de discernimiento vocacional de las personas con tendencias homosexuales con vistas a su admisión en el seminario y a las órdenes sagradas, que prohibía a los homosexuales ingresar en los seminarios y acceder al sacerdocio. El documento, síntesis de otros anteriores sobre el tema, aborda tres cuestiones: la madurez afectiva y la paternidad espiritual; la homosexualidad y el ministerio ordenado; el discernimiento de la idoneidad de los candidatos al sacerdocio.
Establece la distinción entre tendencias homosexuales profundamente arraigadas y actos homosexuales. Las primeras se consideran objetivamente desordenadas. Quienes las sienten están llamados a cumplir la voluntad de Dios “y a unir al sacrificio de la cruz las dificultades con que puedan topar”, al tiempo que deben ser acogidas con respeto y delicadeza, evitando cualquier forma de injusta discriminación. Los actos homosexuales, son calificados de “pecados graves”, en continuidad con la Tradición que siempre los ha tenido por intrínsecamente inmorales y contrarios a la ley natural.
La tesis es así de contundente en la exclusión de los homosexuales del sacerdocio:
“La Iglesia, aun respetando profundamente a las personas en cuestión, no puede admitir en los seminarios ni a las órdenes religiosas a todos aquellos que practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente enraizadas o sostienen la así llamada cultura gay”
La razón que alega el documento vaticano para dicha exclusión es que los homosexuales se encuentran en una situación que supone, de hecho, un grave obstáculo para el establecimiento de una relación correcta entre los hombres y las mujeres (¿?). En el caso de que se tratara de tendencias homosexuales de carácter transitorio, “como el de una adolescencia todavía no cumplida”, se establece que tendrían que haber sido superadas claramente al menos tres años antes de la ordenación de diáconos.
Es al director espiritual del seminario a quien se encomienda el discernimiento en torno a la idoneidad de los seminaristas para acceder al sacerdocio, es decir, valorar las cualidades de su personalidad y de manera especial recordar las exigencias de la castidad de los sacerdotes, la madurez afectiva y asegurarse de que el candidato no presenta alteraciones sexuales incompatibles con el sacerdocio.
“Si un candidato practica la homosexualidad o presenta tendencias homosexuales profundamente enraizadas, su director espiritual, así como su confesor, tienen el deber de disuadirle, en conciencia, de proceder a la Ordenación”. La Instrucción considera “gravemente deshonesto” el ocultamiento de las tendencias homosexuales por parte del candidato, ya que se trataría de una actitud no conforme con el espíritu de verdad, lealtad y disponibilidad, exigido a los llamados al servicio de Cristo.
El documento vaticano reitera ideas sobre el sacerdocio ya expuestas en otros documentos, como que sacerdocio no es un derecho y que el solo deseo de serlo no es suficiente para ser ordenado, sino que compete a la Iglesia definir los requisitos para acceder al sacerdocio.
“Varones de sexo varón, de género varóny sin atracción por el mismo sexo”
En similares términos se pronunció casi tres lustros después el secretario general de la Conferencia Episcopal Española (CEE), Luis Argüello, en su primera rueda de prensa como portavoz del episcopado español en la clausura de su 112ª Asamblea General celebrada en noviembre de 2018. En un ejemplo de homofobia eclesiástica pura y dura, monseñor Argüello, volvió a reiterar la exclusión de las personas homosexuales de los seminarios y del ministerio sacerdotal con la misma contundencia y mayor torpeza que el cardenal Zenon Grocholewski. Lo expresó de esta guisa:
“Nosotros en nuestra comprensión del ministerio, admitimos a diáconos permanentes que sean hombres casados, pero en el presbiterado como en el episcopado pedimos varones célibes, pero también que se reconozcan y sean enteramente hombres y por tanto heterosexuales” (subrayado mío)
Eran unas declaraciones claramente homófobas, machistas e impositivas del celibato a los sacerdotes. En cuanto las escuché, me provocaron los siguientes interrogantes: ¿por qué se admite a hombres casados en el diaconado y no en el presbiterado cuando ambos son ministerios ordenados?; ¿por qué se exige a los sacerdotes ser célibes cuando no existe una relación intrínseca entre sacerdocio y celibato?; ¿solo las personas heterosexuales son hombres?; ¿qué son entonces los homosexuales, extraterrestres, demonios?; ¿por qué se excluye a los homosexuales de los seminarios y del ministerio sacerdotal?. En las declaraciones de Argüello no se cita a las y ya sabemos que aquello de lo que no se habla no existe. Es la forma más sibilina de exclusión. ¿Por qué no se las admite al ministerio sacerdotal, cuando durante siglos ejercieron funciones presbiterales?
Las declaraciones del recién estrenado portavoz episcopal incendiaron las redes sociales y fue tal el escándalo provocado, incluso dentro de la propia Iglesia católica y de algunos colegas en el episcopado, que enseguida se vio obligado a matizar, corregir, desdecirse y reconocer que habían sido desafortunadas. La corrección, empero solo fue parcial. “Por supuesto –dijo-, las personas de condición homosexual son varones”. Pero mantuvo intacto el contenido homófobo y patriarcal de las afirmaciones anteriores, que excluían del sacerdocio a los homosexuales y a las mujeres:
“La Iglesia católica, a la hora de seleccionar a los candidatos al ministerio sacerdotal, pide que sean varones, de sexo varón, de género varón, y al mismo tiempo que su tendencia sexual no sea la atracción por el mismo sexo, sino que sea lo que la corporalidad masculina puede llevar consigo”
Masculinidad hegemónica y sagrada, condición necesaria para el acceso al sacerdocio
¿Y qué es lo que lleva consigo la corporalidad masculina? Es la masculinidad hegemónica o, para ser más preciso- la masculinidad sagrada- como lo ha sido durante tantos siglos en la Iglesia católica, la condición necesaria para el acceso al sacerdocio. Es la masculinidad basada en la fuerza, en el poder, en la virilidad física, en los atributos masculinos, etc. Y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid –nunca mejor aplicado el refrán a este caso, ya que monseñor Argüello es obispo auxiliar de Valladolid-, el portavoz de la CEE arremetió contra las leyes de algunos parlamentos autonómicos, en la mayoría de los cuales, dijo, se ha elevado a categoría jurídica el sentimiento. Y lo ejemplificó en un Decreto de la Dirección General del Registro Civil y del Notariado, que interpretó de esta guisa:
“A la hora de poder cambiar de sexo y, por tanto, de ir al Registro y decir: ya no me llamo Antonio, sino que a partir de ahora me llamo Mari Pili o Antonia, la categoría es el sentimiento”.
Tales afirmaciones me parecen más propias de una conversación de barra de bar tomando una ronda de “chatos”–ese es el nombre que damos al vino que tomamos en el bar en nuestra tierra castellana- con los amiguetes o vecinos que de una declaración razonada de un alto dignatario eclesiástico.
Homofobia, machismo, sexismo, patriarcado, celibato clerical: son prácticas y hábitos que no se encuentran, ciertamente, en el ADN del cristianismo, pero sí están instalados –incrustados, mejor- en la mente de no pocos eclesiásticos. ¿Cómo erradicarlos? Quizá el camino sea una actitud eminentemente evangélica y muy jesuánica: la metanoia, el cambio de mentalidad y de conciencia, de pensar y de actuar.
En el caso que nos ocupa, la metanoia consiste en cambiar los cráneos endurecidos, las mentes cerradas, las conciencias adormecidas; deconstruir las masculinidades hegemónicas y sagradas, y sustituirlas por otras igualitarias y alternativas; deconstruir las feminidades sometidas al patriarcado y sustituirlas por el feminismo en defensa de la justicia de género; deconstruir las moral de esclavas impuesta por las religiones a las mujeres y sustituirla por la ética de la emancipación; deconstruir la heteronormatividad y la binariedad sexual y sustituirlas por la pluriversalidad afectivo-sexual.
Dicho cambio no es fácil, pero tampoco imposible. Es posible, ciertamente, pero siempre que pongamos manos a la obra. No vale cruzarse de brazos.