"Hoy ya no queremos que los hermanos de otras confesiones cristianas sean como nosotros" La sinfonía eclesial: un ecumenismo de unidad/comunión en la riqueza de la pluralidad y la diferencia

(Victorino Pérez Prieto).-El papa Francisco hizo esta semana un nuevo viaje ecuménico. Esta vez a Ginebra, la cuna de Calvino, para la celebración del 70 aniversario del Consejo Mundial de las Iglesias y manifestar los avances en el camino ecuménico. Llega después del histórico viaje a Lund para conmemorar los 500 años de la Reforma, o el encuentro con el patriarca Kirill.

La Iglesia católica no pertenece al CMI, en parte porque el peso numérico de su jerarquía y de sus fieles por todo el mundo podría desequilibrar la balanza del mismo Consejo; pero también por el viejo debate sobre qué es la “Iglesia” y cuáles son “las iglesias”, que pretende dejar clara la primacía de Roma frente al resto de confesiones cristianas. Un debate superado para muchos teólogos y que lo va siendo también, poco a poco, en el seno de la Iglesia con las continuas puertas abiertas entre católicos, evangélicos y ortodoxos.

¿Cuál es la realidad del ecumenismo hoy?

Como he manifestado en numerosas ocasiones, y he escrito en mi libro La búsqueda de la armonía en la diversidad. El diálogo ecuménico e interreligioso desde el Concilio Vaticano II y otros trabajos, desde el Concilio Vaticano II la Iglesia ha querido pasar “del anatema al diálogo”. El verdadero espíritu del Concilio Vaticano II es el diálogo, y este quedó definido por Pablo VI como “el concilio del diálogo”. Fue el primer gran concilio desde el de Trento; pero mientras Trento nació con una clara actitud de rechazo contra la Reforma protestante (la Contrarreforma), el Vaticano II nació en una actitud de acogida al mundo moderno, para “abrir las ventanas” al mundo, con el que estaba tan enfrentada la Iglesia católica.

La Iglesia comprendió que, más que afirmarse en el viejo axioma extra Ecclesiam nulla salus de Cipriano de Cartago (+258), debería decir extra Mundi nulla salus: o la Iglesia está en el mundo, o no tiene razón de ser. Jon Sobrino añadiría sabiamente: extra Pauperes nulla salus, fuera de los pobres no hay salvación.Por eso, uno de los temas más innovadores e importantes del Concilio fue sin duda el diálogo ecuménico e interreligioso.

Centrándonos ahora en el primero, expresión práctica de este de diálogo conciliar fueron unos encuentros inmediatos muy significativos: se levantaron las excomuniones mutuas entre Roma y Constantinopla con los encuentros en Jerusalén y Roma entre Pablo VI y el Patriarca Atenágoras; el Primado de Inglaterra visitó al Papa y Pablo VI viajó a Ginebra para un encuentro con las iglesias de la Reforma, etc. Se intensificó el diálogo interreligioso, con las religiones no cristianas y con el mundo moderno secular, subrayando la importancia de la libertad religiosa...

Vaticano II: Lumen Gentium y Unitatis Redintegratio

El Vaticano II manifestó claramente que todos los cristianos formamos parte de la única Iglesia de Jesucristo. La Lumen Gentium dice que “la Iglesia se siente unida por varios vínculos con todos los que se honran con el nombre de cristianos, por estar bautizados” (nº 15). Y la Unitatis Redintegratio, el Decreto sobre el ecumenismo, comienza diciendo expresivamente: “Promover la reconstrucción de la unidad entre todos los cristianos es uno de los fines principales que se ha propuesto el Concilio Vaticano II, puesto que única es la Iglesia fundada por Cristo Señor, aun cuando son muchas las Comuniones cristianas que se presentan a los hombres como herencia de Jesucristo”.

La Lumen Gentium contiene el texto más conocido y debatido al respecto: la Iglesia de Cristo “subsiste en la Iglesia Católica” (LG 8). Este subsistit in ha propiciado interpretaciones muy diversas: unos han dicho que expresa que la Iglesia Católica es la única iglesia auténticamente apostólica (la Dominus Iesus, el polémico documento de J. Ratzinger); pero la interpretación que me parece más clara es que el hecho de que la Iglesia subsista en la Iglesia Católica, no significa que subsista sólo en ella, sino que también subsiste en las otras.

La apuesta del Concilio por el movimiento ecuménico es un paso muy importante; en primer lugar por el hecho de nombrarlo y valorarlo positivamente: “Este sacrosanto Concilio advierte con gozo que la participación de los fieles católicos en la acción ecuménica crece cada día y la recomienda a los obispos de todo el mundo para que la promuevan con diligencia…” (UR 4).

Es necesario recordar que el Código de Derecho Canónico de 1918 prohibía a los católicos participar en cualquier ceremonia religiosa que no fuera católica. Y el mismo Pío XI prohibió a los católicos participar en el movimiento ecuménico en su encíclica Mortalium animus. Por ello, el Concilio representó un importante avance en el diálogo ecuménico e interreligioso en la Iglesia; incluso un salto cualitativo.

Más allá de las tímidas propuestas del Concilio

A más de cincuenta años vista, vemos que este avance se nos queda ya corto, estamos mucho más allá de las tímidas propuestas del Concilio. Creo que en ese diálogo ecuménico entre las distintas confesiones cristianas, los católicos hemos ido aprendiendo que ya no se trata solamente de reconocer que los cristianos de las demás confesiones también son hermanos cristianos, pero… separados (UR 1,3… passim); y que, consecuentemente, tienen que “volver al redil” de la única Iglesia auténtica e históricamente inmutable: la Iglesia Católica-Romana... La unidad que buscamos ya no es bajo la autoridad jurídica del obispo de Roma; el papa sólo puede ser, a lo sumo, un “primus inter pares” entre las iglesias, no un monarca absoluto.

No se trata de buscar una uniformidad bajo una única autoridad canónica, el papa; sino de buscar la unidad/comunión en la riqueza de la pluralidad y la diferencia. Buscamos alcanzar la sinfonía eclesial, desde la variedad complementaria de iglesias que enriquecen la gran Iglesia; porque no puede haber armonía sinfónica sin los distintos instrumentos y voces diferentes que la componen. Se trata de reconocer realmente que todos los cristianos bautizados formamos parte de la única Iglesia de seguidores y seguidoras de Jesucristo; y que nuestras diferencias son expresión de una riqueza histórica, existencial, espiritual y teológica que no se debe perder.

Estas diferencias, al contrario de lo que se ha dicho muchas veces… no son fruto de avatares perversos que llevaron a divisiones -aunque estas divisiones nos hayan enfrentado muy violentamente en el pasado, y a veces personas y grupos hayan perdido el rumbo en lo esencial- sino que son una riqueza. Christian Duquoc (Iglesias Provisionales. Ensayo de Eclesiología ecuménica) dice que la multiplicidad de las Iglesias cristianas es un valor positivo, en cambio la obsesión por una “ideología de la unidad” manifiesta una “ideología de conquista a partir de un ‘centro’ que se cree factor de unificación”.

La pluralidad de las iglesias históricas atestigua la llegada del Reino de Dios; pero ni una ni todas son el Reino, de ahí su carácter provisional: “lo provisional designa la condición de innovación, de creación continua, de presencia de situaciones cambiantes”, una realidad que afecta a todas las formas que son históricas en las Iglesias: organización, formas sociales y simbólicas, expresiones doctrinales.

En fin, conviene tener en cuenta que “la imagen del ‘único pastor y el único rebaño’ del lenguaje cristiano es una imagen escatológica que no se debe aplicar en la historia”, como recuerda Raimon Panikkar. El “único pastor” no es el Papa de Roma y el “único rebaño” no es el de la Iglesia Católica. Por la contra, si bien no hay unidad posible sin el Espíritu, donde obra el Espíritu hay diversidad, incluso eclesial; por eso, Oscar Cullmann llega a afirmar que “los intentos de uniformidad eclesial son un pecado contra el Espíritu Santo” (L’unité par la diversité). La Iglesia una reposa sobre la diversidad, no sobre la uniformidad.

Hoy ya no queremos que los hermanos de otras confesiones cristianas sean como nosotros (“católicos-romanos”); sino que lo que deseamos realmente es que vivan libremente, con su particular estilo, el seguimiento de Jesucristo, y que nos ayuden a nosotros a vivirlo con nuestro estilo y tradición. En definitiva, que sepamos caminar juntos siendo hermanos diferentes.

Es la búsqueda de la armonía y la comunión en la diversidad, que deberemos aplicar también al diálogo interreligioso: nuestras diferencias nos enriquecen si somos capaces de caminar en comunión. Por eso decía un pastor en un Encuentro Ecuménico en Santiago de Compostela el año 1992: “No tenemos derecho a coexistir en la división.

Tenemos necesidad los unos de los otros y debemos ser los unos para los otros”. Más aún, el cristiano debe comprender que la Iglesia a la que pertenece no es para si misma, sino que la Iglesia es para los otros.

Ojalá sea este el espíritu del nuevo encuentro ecuménico en Ginebra.

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