Las piedras no son santas de por sí El templo profanado
"De interés y orientación es posible que resulte la insistencia en el tema de la reciente 'profanación' -musical amorosa– registrada en la catedral 'primada'"
"La primitiva Iglesia no dispuso de templos. Los cristianos se reunían en las casas particulares y la carencia de templos ni obstaculizó ni perjudicó el desarrollo de la fe, sino todo lo contrario"
"Las piedras no son santas de por sí. Santas lo son las personas. Y si son pobres, más santas aún. Y, por serlo pueden ser subjetos de profanación. Y esta es la que merecería ser reparada evangélicamente en actos masivos"
"A obispos, arzobispos, 'primados' o no tanto, pastoralistas, predicadores, 'sermoneadores' y catequistas, teólogos y moralistas les hacen falta cursos y cursillos intensivos acerca de los verdaderos fines que justifiquen sus actividades de reparación y purificación"
"Las piedras no son santas de por sí. Santas lo son las personas. Y si son pobres, más santas aún. Y, por serlo pueden ser subjetos de profanación. Y esta es la que merecería ser reparada evangélicamente en actos masivos"
"A obispos, arzobispos, 'primados' o no tanto, pastoralistas, predicadores, 'sermoneadores' y catequistas, teólogos y moralistas les hacen falta cursos y cursillos intensivos acerca de los verdaderos fines que justifiquen sus actividades de reparación y purificación"
Con comprensión, piedad y fidelidad, vaya por delante que el Evangelio - doctrina y vivencias de Jesús- , lo que defiende es la sacralidad de las personas, sobre otras apariencias que pudieran perdurar en la Iglesia, su continuadora. “Salirse de la Iglesia” resulta ser muy distinto a que “la Iglesia se salga de uno”. El término “perfidia” –“falta de fidelidad”- puede parecerles a algunos abrupto en demasía, pero a otros, correcto y adecuado.
De interés y orientación es posible que resulte la insistencia en el tema de la reciente “profanación”- musical amorosa – registrada en la catedral “primada”, partiendo también de la base etimológica de que el verbo “profanar” procede del latín, coincidente a su vez con las raíces del término “fanatismo”, o “admiración y entrega apasionada y desmedida a una creencia , causa o persona”, lo que podría suscitar y explicar determinadas actitudes y comportamientos registrados o por registrar.
Por “catedral”, por “primada” y por considerarse como la “dives” –“rica” por antonomasia entre todas las de la Cristiandad, así como por el “escándalo y repercusión” que el referido acto ha generado en la Iglesia en España, se justifican estas y otras reflexiones, bajo el signo de la contradicción, no siempre piadosa y constructiva.
“Profanar- profanar”, no es ni solo ni fundamentalmente aplicable a las piedras y a los espacios o lugares que se intitulan “sagrados”, en cualquier religión o cultura, por antiguas que una y otra sean. En la cristiana Jesús no se ahorró evangelizarnos acerca de ello, tanto con la exposición de su doctrina como con sus repetidos ejemplos de vida.
Dudar de su contenido y sentido pregonaría la triste y desoladora verdad de que el Evangelio no fue leído, ni siquiera por encima, que se pasaron de largo diversidad de versículos y aún capítulos enteros y escenas, que no se sabe leer, o que, por las razones o sinrazones que sean, pero todas sus lecturas fueron efectuadas a la luz de intereses personales o de grupos y al dictado del egoísmo siempre anti-cristiano y anti-humano.
Precisamente del mismo templo de Jerusalén no fue muy devoto Jesús, aun cuando su comportamiento religioso fuera impecable, pese a los escándalos que suscitara entre los Sumos Sacerdotes, allegados y tiralevitas, quienes solo y todo eran social, económica y religiosamente, lo que era el templo, con sus ofrendas, sacrificios , ceremonias, leyes, mandamientos y ritos. (La “ Samaritana” logró el grado de licenciatura en la ciencia y creencia del templo, de labios del mismo Jesús).
La primitiva Iglesia no dispuso de templos. Los cristianos se reunían en las casas particulares y, al menos en sus 300 años primeros de existencia y de ejercicio de la fe, no precisaron -ni les dejaron- hacerlo en lugares especialmente consagrados a tal menester. Y conste que la carencia de templos ni obstaculizó ni perjudicó el desarrollo de la fe, sino todo lo contrario.
Hasta es posible que la convalidara y ratificara más y mejor. La historia lo testifica de manera explícita. A los templos y a tantos otros lugares “sagrados” no los santifican los ritos, las ceremonias, el olor a incienso y quienes, aún con la mejor de las intenciones se dan cita con la Divinidad en tiempos concretos, con referencias inexcusables a protagonistas “vestidos de raro”, en épocas en las que de ales oropeles y oropéndolas solo disfrutan determinadas clases sociales.
Las piedras no son santas de por sí. Santas-santas lo son las personas. Y si son pobres, más santas aún. Y, por serlo, son o pueden ser, asimismo, objetos -subjetos de profanación. Y esta es la que merecería ser reparada evangélicamente en actos masivos, sermones, golpes de pecho y jaculatorias pletóricas de indulgencias.
No somos perfectos, por lo que no estará de más las reparaciones. Pero a obispos, arzobispos, “primados” o no tanto, pastoralistas, predicadores, “sermoneadores” y catequistas, teólogos y moralistas les hacen falta cursos y cursillos intensivos acerca de los verdaderos fines que justifiquen sus actividades de reparacióny purificación. Colocar siempre en su cúspide el bien integral de las personas, cristianos o no, por encima de todo, por su condición de “sagradas”, es artículo de fe en el planteamiento religioso más elemental y primario.