Esperanzar
En estos tiempos de contrariedades, desengaños, problemas económicos, sociales y tanto desencanto, creo que debemos resituar la esperanza en nuestras vidas, revitalizando «las pequeñas esperanzas, que son pequeños deseos y acciones posibles» (Ivone Gebara).
En este sentido nace con fuerza en mí el término Esperanzar, que es un verbo muy hermoso y posee un profundo significado: dar o provocar esperanza; animar, dar esperanza a alguien; tener esperanzas, confianza en obtener lo que se desea.
Es una bella expresión que implica e invita a activarse, a comprometerse en su realización. Por eso debemos conjugarlo con otros verbos, otras expresiones que harán posible y viable una acción determinada. Por lo tanto, esperanzar nunca es una palabra etérea, dulzona e impalpable, sino algo que concreta y posibilita lo que se desea.
Para esperanzar lo primero que hay que hacer es encontrarse, conocerse, acompañando, cuidando y alimentando el calor humano en las relaciones.
Para esperanzar es vital también escuchar con atención y reflexionar sobre lo escuchado, para buscar en común las soluciones más factibles.
Para esperanzar hay que dejarse impactar y traspasar por las lágrimas, el sufrimiento y dolor, muchas veces guardando silencio, abrazando, sintiendo en profunda resiliencia.
Para esperanzar es indispensable celebrar en la mesa de la vida, charlando, bebiendo, comiendo, bailando… con alegría e ilusión, compartiendo no solo lo material sino, principalmente, la hondura personal, la propia intimidad, la ternura compartida.
Para esperanzar es imprescindible dar, entregarse, comprometerse generosamente, pero sabiendo que cuando se realiza un auténtico intercambio fraterno, se recibe mucho más de lo que se ofrece, pues siempre «hay más alegría en dar que en recibir».