Nieva suaves copos
de manera cada vez más insistente
y los cristales de hielo
se desvanecen en sus manos,
como el color de aquella voz
o la luz de su mirada,
silenciando tras la ventana
el sutil susurro de los recuerdos.
Evoca de forma reiterada
la calidez de aquellas caricias,
el benéfico resplandor de su sonrisa,
pero todo se apaga bajo la afligida soledad
y se precipita hacia el hondo abismo
de los agujeros negros de la memoria
y su universo de olvido sin estrellas.
Cada día traza sobre una nueva hoja en blanco,
como un perenne e inconcluso poema,
y siempre con el mismo título:
Reencuentro...