Siempre el diálogo
«Para dialogar, preguntad primero; después... escuchad» (Antonio Machado)
Quizá, como dice nuestro gran poeta Antonio Machado, para que se establezca un diálogo abierto, sincero, después de la pregunta o la petición de aclaración, viene lo esencial: la escucha.
Sin escucha atenta a la mirada, los gestos, la actitud, las palabras de nuestro interlocutor, no existe diálogo. Cuando estamos pensando en lo que nos comunican e informan, para realizar la contrarréplica al momento, no construimos nada, no empatizamos con la otra persona.
La escucha se tiene que fraguar en un silencio interior. Muchas veces es mejor dejar pasar por el tamiz de la serenidad lo que hemos oído, antes de decir una palabra que no surja de la reflexión y ayude a construir, a dar fruto.
Solo desde la plena igualdad de quien habla y quien atiende, puede establecerse un verdadero diálogo. Pues si se muestra cualquier tipo de superioridad de uno sobre otro, ese diálogo queda invalidado desde sus inicios.
Las razones del otro deben ser para mí tan importantes como las propias. La generosidad y la amabilidad, el respeto, son rasgos que moldean el ambiente del diálogo, para que nuestro interlocutor se sienta a gusto y dispuesto a comunicarnos sus ideas, experiencias, interpelaciones, cuestionamientos vitales. Un diálogo que reúna estas características siempre restablece, mejora y fecunda las relaciones de unos con otros.
La tolerancia es otro de los elementos vitales en cualquier tipo de diálogo. El respeto a las diferentes ideas sociales, políticas, religiosas, culturales, artísticas… es una base primordial sobre la que se debe asentar un auténtico coloquio.
Siempre es necesario, para crecer como personas y seguir en búsqueda permanente, el estar abiertos a considerar las razones del otro, a dejarnos interrogar, pues la verdad se revela en el interior de cada persona y así nuestro interlocutor nos puede abrir una puerta, encender una luz o mostrarnos un camino insospechado, por el cual recorrer nuevas sendas de plenitud humana.
Con un diálogo asentado sobre estas bases, en un clima y con un lenguaje no violento, se pueden vencer enfrentamientos, disolver enemistades, resolver diferencias, eliminar odios.
Las parejas se asientan, maduran, vibran felices y gozan de la presencia de la persona amada desde el entendimiento, la confianza, la serenidad y la sinceridad que aporta un diálogo sin prisas, permanente.
Los amigos se encuentran en torno a un café humeante, a una copa en un bar, a la música que les une, para comunicarse y debatir los unos con los otros, para abrirse íntimamente al amigo, para desahogarse de los problemas que se tienen; así fortalecen los lazos de la amistad, lazos que liberan degustando las mieles de la verdadera amistad.
El diálogo es un arma pacífica que puede solucionar desde problemas personales, de pareja, en un vecindario, una ciudad, hasta conflictos internacionales entre países, guerras… Debería ser pues, el único armamento a utilizar ante cualquier discusión, problema o enfrentamiento. Un arma de paz que hay que trabajar día a día para conseguir los mejores resultados, los que de verdad expresan lo que puede conseguir el ser humano.
«Felices quienes han trabajado el diálogo en la fragua del silencio, lo ha pasado por el agua de la tolerancia y lo han enfriado al aire de la igualdad».