Soledad fecunda

Soledad fecunda
Soledad fecunda

«En soledad vivía, / y en soledad ha puesto ya su nido, / y en soledad la guía / a solas su querido, / también en soledad de amor herido» (Juan de la Cruz).

Nadie desea estar solo. Los seres humanos nos caracterizamos por nuestra sociabilidad, por la necesidad de unirnos a los demás, de mantener relaciones cordiales, cariñosas, amorosas. Cuando una persona no desea, ni está a gusto en contacto con los demás (si no es por algún tipo de opción personal, profesional o vocacional), sabemos que sufre algún tipo de patología psicológica.

Las nuevas redes sociales también favorecen el contacto con los demás, por la puesta en común de distintos tipos de afinidades musicales, culturales, espirituales, solidarias… Aunque también pueden conducir al aislamiento, o a otro tipo de patologías, cuando el mundo virtual que proyectan las nuevas tecnologías se confunde con el real y se prefiere estar solo viajando por ese espacio, al margen de los problemas y sufrimientos presentes en la realidad concreta de la vida.

Tanto las personas mayores como los jóvenes necesitamos unirnos en grupos, para que nos ayuden a encontrarnos a nosotros mismos, a relacionarnos, a salir de nuestro propio mundo. Este tipo de relaciones ayudan al equilibrio mental y a la realización personal en múltiples aspectos.

Pero también es necesario encontrarnos a solas con nosotros mismos. Nuestra salud interior, que se refleja también en la vitalidad física, precisa de la soledad para reflexionar, para serenarnos, para hallar nuestro ser más íntimo, al Otro que nos habita y nos da plena identidad, para tomar las decisiones importantes que solo nosotros podemos dar.

En la soledad resuenan las voces, los anhelos, los rostros de quienes nos acompañan por los senderos de la vida. La soledad nos ayuda a estar a gusto con nosotros mismos y a sentirnos dichosos en compañía con los demás; a conocernos con autenticidad: con nuestras incongruencias y aciertos, con nuestros pesares y alegrías; a relacionarnos personalmente con el Misterio, con el Dios de la vida y del universo… Todo ello va llenando de riqueza, poco a poco, nuestro mundo interior y nos ayuda a entrar en él cada vez con más asiduidad, con más ganas, sin ningún tipo de temor.

Adán se sintió en plenitud como persona cuando descubrió y se relacionó con Eva; pues no somos sino con el otro. «Somos el sueño de alguien y estamos llamados a engendrar a alguien con nuestro mejor sueño» (José Arregi). Por lo tanto, una soledad o es fecunda o no es una soledad sana, pues no nos aísla en lo profundo del yo egoísta e insociable, sino que nos abre, nos ayuda a dilatar nuestra experiencia existencial junto a los demás, repleta de nombres y de presencias gozosas que nos invitan a vivir una existencia feliz.

Muchas veces nos sentiremos dichosos por estar compartiendo, en medio de una multitud, distintas experiencias: un concierto de música, una película, un homenaje, una reclamación justa. Junto a los demás nos sentiremos unidos a tanta bondad, a tantas esperanzas e ilusiones como compartimos con los otros. O también solidarios, con el dolor, la derrota, la desilusión, la merma de los derechos, la pobreza o la injusticia. Y, a la vez, nos encontraremos solos, gozando de «la música callada, la soledad sonora… que recrea y enamora» (San Juan de la Cruz).              

«Felices quienes reciben el don de la soledad en donde resuenan todos los ecos, desde el inicio del universo».

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