Antonio Banderas o el Pregón
Sin embargo, mi escepticismo en seguida se volvió admiración ante el enfoque que dio al pregón el actor malagueño. Él había anunciado que no haría una homilía. Y es verdad. No hizo una homilía, sino algo mucho mejor. Consigue transmitir emoción, vida, sentimientos. Lo contrario de la mayoría de las homilías. Antonio Banderas dio una lección de lenguaje religioso comunicativo y vivo. Yo pondría como lección obligatoria para los que hoy quieran transmitir la fe como encuentro con una Persona Viva (cf. BENEDICTO XVI, Deus caritas est, nº 1) leer el texto y ver alguno de los vídeos de dicho pregón.
Banderas comenzó diciendo que “podría dedicar este pregón a hablar de una Semana Santa de devoción profunda, de la que sitúa en el centro de las celebraciones pasionales al verdadero protagonista, ese Jesús de Nazaret con el que cruzamos nuestras miradas en las calles de Málaga, el que nos abre la puerta a la reflexión profunda, el revolucionario del amor al prójimo, el amigo de la justicia, de la dignidad, de la libertad, el amigo del que no tiene nada”.
Sin embargo, aquí da un giro a su discurso que, en mi opinión, es su gran acierto: “Pero realmente, lo que me pide el cuerpo, de lo que yo quiero hablar esta noche aquí es de la gente. De los que viven la Semana Santa de forma callada, del nazareno de la vela que renuncia a su identidad personal, para formar parte de la identidad colectiva. De la señora que, invisible entre la gente, en una esquina cualquiera, de una calle cualquiera, se santigua emocionada al paso de un Cristo o de una Virgen. De los que caminan detrás de un trono en busca de alivio, o de una esperanza, o una respuesta. Sí, hablar de esa gente que a veces observamos o a veces somos”. Y creo que Banderas acierta porque sabe hablar de Dios y de Jesús a partir de la gente concreta.
Antonio Banderas consigue emocionar y transmitir un precioso testimonio de fe viva haciendo caso, supongo que sin saberlo, a este texto del filósofo madrileño Ortega y Gasset: "Sostenía Malebranche que si nosotros conocemos alguna verdad es porque vemos las cosas en Dios, desde el punto de vista de
Dios. Más verosímil me parece lo inverso: que Dios ve las cosas a través de los hombres, que los hombres son los órganos visuales de la divinidad" (J. ORTEGA Y GASSET, El tema de nuestro tiempo, capítulo X). Banderas nos habla de Dios a través de la vivencia de unos personajes que retrata entrañablemente. Os dejo con la descripción de tres de estos personajes. Y con el texto que recitó Banderas tal cual, porque habla solo. Ojalá aprendiéramos algo más de su modo de narrar y transmitir:
CARMEN.- "Al hablar Carmen con su amigo, hermano, padre, el Señor de la túnica blanca, siente que un escalofrío le recorre el cuerpo, que se le llena el pecho de luz, que ama profundamente a los que enlazando sus brazos con ella, comparten su devoción, y se dan permiso para sentir en el espacio público, en la calle. Y piensa que las lágrimas de los otros son las suyas, que sus penas son las de todos, y se arrepiente de las cosas bellas que pudo decir y nunca dijo, de las cosas buenas que pudo hacer y nunca hizo, de las batallas que perdió porque nunca se atrevió a lucharlas, y se dice todo esto mirando la figura infinitamente vertical, poderosamente serena, de aquel que venció la guerra de todas las guerras, la del amor, la de la paz. ¿Quién eres Cautivo? ¿Quién eres? ¿Por qué te quiero tanto? Y la respuesta la encuentra mirando a su alrededor. Te quiero porque nos das consuelo, porque nos unes, y porque eres pueblo, Cautivo, eres pueblo como yo".
El segundo personaje es el que más me ha impresionado. Habla de un cantaor venido a menos por culpa del alcohol, y de su encuentro redentor con una imagen de Cristo. ¿Cómo no recordar la famosa Saeta de Serrat?:
VAQUERITO.- "Vaquerito tiene sesenta y dos años pero aparenta muchos más. Esto se hace hoy más evidente, pues con las carreras de esta noche se ve obligado Vaquerito a pararse de vez en cuando para recuperar el aliento. Pero ni la falta de aire, ni esa maldita tos que en los últimos meses se ha convertido en su sombra, en su mala sombra, serán capaces de detenerlo. Vaquerito se ha impuesto a si mismo ejecutar una misión, y nada ni nadie le impedirá cumplirla. El viaje desde aquellos años setenta en los que la vida le prometía un camino de éxitos y triunfos ha sido muy largo y demasiado duro. Como si se tratase de una película, cruzan por su cabeza aquellos días en los que cantaba en los mejores escenarios. Los días de los aplausos, de las palmadas en la espalda, de las sonrisas, de las promesas. Cuando alternaba con Fosforito, Rafael Romero «El gallina», los hermanos Habichuela y todo lo más florido del mundo del flamenco. Cuando, con sólo abrir la boca, y dejar escapar el arte que llevaba dentro, se le abrían todas las puertas de la vida, y todo era posible. Pero eso cambió, y se redujo a un espejismo, en el momento en el que se le cruzó la bebida por delante. Desde entonces su existencia se transformó en un chiste mal contado, y ya nunca dejó de sentirse un juguete en manos de un destino cruel e hipócrita. Vaquerito resbaló, y fue a caer en una botella en la que quedo atrapado el resto de su vida. Y allí vive, con sus manos apoyadas contra el cristal, mirando desde su soledad a un mundo deformado por el alcohol, que sólo le devuelve olvido e indiferencia. Ya nadie se acuerda de él, nadie sabe quién fue Vaquerito, que ahora sigue recibiendo las quejas de los que se cruzan en su carrera torpe y alocada, y se interponen entre él y su objetivo. Mirando a izquierda y derecha, buscando el camino más corto, se siente perdido entre gentes distintas que se mezclan en un laberinto en el que cada cual tiene su propia misión".
"Sigue Vaquerito avanzando atolondrado, tratando de recomponer las piezas de ese puzzle en el que se han convertido sus pensamientos, llevado por una urgencia vital que es la fuente de toda la energía que mueve ese cuerpo que ya no la tiene. Se le acelera el corazón cuando se percata de que no debe de estar muy lejos aquello que va buscando, pues comienza a escuchar y sobre todo a sentir la cercanía de las pieles morenas de verde luna, los espíritus libres de las noches de Lunes Santo, y de repente los ve. Allí en mitad de la calle están los hijos del pueblo gitano. Se mezcla con ellos, percibe el calor de sus almas dulcemente salvajes. Vuelve su cabeza al frente y clava sus ojos en la espalda ensangrentada del Señor de la Columna. Echa a andar hacia el trono dorado. Y aunque es invitado, no acepta bailar bajo la luna, renuncia al rito de las palmas y el corro, de la guitarra y el clavel mordido. Se engancha al Moreno y siente como éste tira de él y lo lleva, flotando, hasta un punto preciso".
"Méndez Núñez con Plaza de Uncibay. Un lugar que ha estado esperando toda una vida. Un lugar lleno de gente que serán testigos de una cita que se había retrasado demasiado. La cita que tenía pendiente Vaquerito con el Señor de los Gitanos. No hace falta el siseo de nadie. Esa Málaga ruidosa y parlanchina a la que estamos acostumbrados se calla y se entrega al silencio, desde que de la garganta de este hombre solo, sale un quejido desesperado que parece salir del pozo profundo de la noche de los tiempos. La Plaza, una tumba. Sólo rebotan en las paredes de ésta, los trozos de vida rota que salen vomitados en forma de saeta de la boca del «cantaor», que poco a poco va siendo rodeado por los gitanos que se abren paso hasta llegar frente al trono. La magia de la Semana Santa se apodera de este hombre de ojos vidriosos y voz destrozada por el aguardiente, porque mientras canta él no ve a nadie, allí están el Moreno y él, los dos solos en mitad de la calle. Y puede oír el ruido de la sangre corriendo por sus venas, y de las olas tranquilas de la Malagueta, y siente el calor suave del sol de invierno. Y a pesar de eso le es difícil controlar el temblor de su mano cuando sus ojos se encuentran con los de Nuestro Padre Jesús de la Columna, y mientras sigue cantándole desea ser estatua, para no temblar, y desea ser fuego para purificarse, y desea ser nube, y agua, y aire. La misión que ha llevado a Vaquerito hasta este momento de su vida se está cumpliendo. Se da cuenta este hombre antiguo, que allí, de pie, plantado sobre este cruce de caminos, se están desatando los nudos que lo han tenido preso de sus propios demonios. Nota que alguien le quita el tremendo peso que había acarreado sobre su cuerpo cansado durante muchos años que a él le parecieron siglos. Cuando ya salen de su garganta los últimos golpes de voz, los últimos latigazos de su saeta, baja la mirada y repara en las manos de Jesús atadas a la columna. Un ciclón de preguntas eternas se le vienen a la cabeza. Se pregunta Vaquerito el por qué de todos los enigmas, de todos los misterios, de todas las tribulaciones, y sobre todo el por qué del sufrimiento de ese Sagrado gitano envuelto por el halo mágico de esta noche de Lunes Santo. La respuesta viene flotando suave, en forma de viento cálido, o quizás de aliento, o de susurro. Se le mete a Vaquerito en el cuerpo y allí se quedaría hasta el fin de sus días. Se concreta en una palabra, en un concepto, en una idea. La más simple, la más profunda, la más difícil. Amor, esa es la clave, la respuesta a todas las preguntas. Y perdona Vaquerito a todos los que le habían hecho daño, a los que lo dejaron atrás, a los que se rieron de él, y sobre todo se perdona a sí mismo. Y el susurro comienza a crecer, se va haciendo tan grande que despierta a Vaquerito de su sueño breve, de su diálogo íntimo con el Moreno, para encontrarse con una calle que lo ovaciona, con un olé emocionado cuyo eco permanecerá en el corazón de aquellos afortunados que han tenido la suerte de presenciar este momento que el boca a boca se encargará de convertir en uno de los legendarios de la Semana Santa malagueña. Se pierde Vaquerito entre la masa de gente,
guardando para siempre, con humildad, esos cinco minutos de gloria merecida, y la esperanza de una vida a la que le ha puesto un parche, un remiendo que lo anima a seguir la ruta de su existencia. Los que le abren camino para dejarle pasar escuchan que éste va diciendo «gracias Señor, gracias Dios mío, gracias, gracias». Un alma agradecida. Eso es lo que se lleva hoy Vaquerito. Pero detrás de él deja la estela de su grito apasionado que queda suspendido en el aire limpio de la noche. Éste, ha recorrido las aceras, las terrazas y los balcones".
LOLA.- "Lola es una cofrade solidaria, comprometida con su tiempo y con el mundo violento e injusto en el que le ha tocado vivir, así que ajusta a esa realidad la base humanitaria del mensaje de Jesús, que ella se empeña e insiste en que las cofradías han de poner en práctica. Trabaja pues con los órganos de obras sociales de la Hermandad, colabora con las bolsas de caridad, con la Fundación, con las autoridades del Materno, con la Organización Nacional de Ciegos, y con cualquier actividad en la que hagan falta manos para trabajar e ideas que poner sobre la mesa. Se enfada cuando de vez en cuando oye decir que las cofradías no son ONGs. «Tampoco lo eran Jesús y sus discípulos, y ayudaban al que lo necesitaba». Nadie le replica, porque saben de su genio, y sobre todo porque es una mujer cargada de argumentos que lleva las discusiones hasta el final".
"La secuencia comienza con Lola respirando al mismo ritmo que respira un Jesús golpeado, cuya imagen referencia un momento antiguo y dramático de la Pasión que se entrelaza con la cadencia de los pasos de los hombres de trono que portan a nuestro padre Jesús de Azotes. Continua con el instante en que una cruz se alza en busca del mito, se eleva en su camino hacia miles de años de leyenda en los que Lola y millones de seres humanos han encontrado la verdad de su existencia y su fe, ahora depositada en las manos clavadas al madero del Cristo de la Exaltación. Sigue con una revelación suprema, la certeza absoluta de la muerte, y la relatividad de todo lo demás. La cabeza caída. El alivio, tras el sufrimiento y la humillación. La cara serena del Cristo de Animas de Ciegos, que Don Isidro le había dejado a Lola tocar en la intimidad de la capilla, y en la que ésta había encontrado a través del tacto de sus dedos la luz que ella no podía percibir, el consuelo y la fuerza para tirar para adelante y vivir con alegría. La misma alegría que experimenta ahora Lola al escuchar unas estrofas del himno que cantan los paracaidistas marchando tras el trono y que hablan de que la muerte no es el final. Eso piensa ella, que la muerte no es, no puede ser el final. Termina la secuencia con el paso del trono de la Virgen del Mayor Dolor, que ella interpreta en su mente como un ejemplo de la falta que nos hacemos los unos a los otros, de los necesitados que estamos de calor humano, pues el cuadro que aparece enmarcado entre las barras que sostienen el palio de la Virgen, muestran a un San Juan que consuela a la madre dolorida por la pérdida del hijo, y que parece susurrarle al oído los versos del canto paracaidista. La muerte no es el final, María. La muerte no es el final”.
En definitiva, os animo a echar un vistazo al texto y disfrutarlo. Y aprender de él. Aunque no me leerá, desde aquí felicito de corazón a Antonio Banderas por su texto y lo que logra transmitir.