Una Ascensión cuesta abajo ©

Ayer, Domingo, 20 de mayo de 2012 fue Día de la Ascensión. Los templos de la Iglesia Católica en Madrid lo han celebrado según el Misal de Pablo VI, ajustado a la normativa de festivos de la Conferencia Episcopal Española que lo transfirió de su jueves tradicional al domingo, de forma que su mensaje pierde relieve al pasar de día exprofeso a acompañamiento del precepto dominical.

Desde aquellos años en que tuve la suerte de oír y conocer a Julián Marías con sus sorprendentes críticas a los cambios litúrgicos de la Iglesia tras el Concilio Vaticano II, no ha dejado de interesarme su seguimiento. Ahora, en especial, esta degradación, que me propongo subrayar, de los tres días que antaño brillaban más que el sol: “Jueves Santo, Corpus Christi y el Día de la Ascensión”.

Para comprender el perjuicio debemos repasar la importancia catequética de esta fiesta. La Ascensión de Cristo es una verdad dogmática de la Iglesia que figura en el Credo. Es decir, se trata de algo en lo que los católicos creemos sin duda ni debilidad y que, además, confesamos y proclamamos desde los tiempos en que los Apóstoles vivían. Y que no es una originalidad estrambótica. Se dice de Mahoma, del que sus fieles creen ascendió a los cielos; lo creemos de Elías, llevado en carro de fuego (2 Re 2, 9-13; del profeta Habacuc (Dan 14, 33-36), y del diácono Felipe (Hch 8, 38-40). Lo que distingue a Jesús de todos ellos es que Él ascendió por sí mismo, en cuerpo y alma, y que ninguno de los otros era Dios mismo, Cristo, consustancial al Padre.

El Concilio IV de Letrán (A.D. 1215) dice al respecto:

«...finalmente, Jesucristo unigénito Hijo de Dios, encarnado por obra común de toda la Trinidad, concebido de María siempre Virgen, por cooperación del Espíritu Santo (no es hijo de la Tercera Persona trinitaria), hecho verdadero hombre, compuesto de alma racional y carne humana, una sola persona en dos naturalezas, mostró más claramente el camino de la vida. Él, que según la divinidad es inmortal e impasible, Él mismo se hizo, según la humanidad, pasible y mortal; Él también sufrió y murió en el madero de la cruz por la salud del género humano, descendió a los infiernos, resucitó de entre los muertos y subió al cielo; pero descendió en el alma y resucitó en la carne, y subió (al cielo) justamente en una y otra...» (cfr. Dz 429)


El Catecismo editado bajo el pontificado del Beato Juan Pablo II, art. 2177, nos enseña que separadamente de los domingos «[…] por tradición apostólica ha de observarse en toda la Iglesia como fiesta primordial de precepto […] el día de la […] Ascensión […] (© Lib. Editrice Vaticana.)

A esto, enseñado y destacado por Juan Pablo II, para algunos el único papa solamente cuando les agrada, se contrapone el argumento de que, primero, por más grave, "eso de la Ascensión hay que matizarlo..." y, segundo, que "no hay que singularizar la fiesta ya que el mensaje es el mismo en domingo que en medio de la semana". Y es que, por poco que se investigue, pronto se le ve el rabo al mentiroso y padre de la mentira vendiendo que Cristo no es Dios. Sin embargo...

La Iglesia siempre destacó de manera extraordinaria esta fiesta con la misma intención apologética que, por citar sólo dos, aplica a la Eucaristía o la Natividad. Son hitos doctrinales que reclaman día propio, mensaje de primera magnitud. Así esos tres jueves. Y no admite discusión que colocar la Ascensión dentro del domingo inmediato a su jueves es quitarle importancia de primera plana y pasarla a páginas de interior. Una manía muy diplomática de evitarles a los que no quieren ver a Jesús ni de botones el bochorno de su exaltación como "nombre sobre todo nombre", y proponer la subnormalidad de que así se les atraerá, a esos, al seno de la Iglesia. (¿Qué Iglesia?) Al pasar el Día de la Ascensión del jueves al domingo se oscurece su base docente: Jesucristo único mediador entre el cielo y nosotros. Dios mismo bajado a la tierra y vuelto al cielo para prepararnos morada.

¿Qué jerarquía religiosa teníamos los católicos que humilló nuestro Credo al negociar con fiestas - sus signos - tan elementales de nuestra fe? Nada había que objetar, faltaba más, a que el gobierno de una nación, que en 1978 se declaró aconfesional, propusiera a la Iglesia reducir - o eliminarlas todas - las fiestas religiosas de dias laborables. Pero de ningún modo suprimirlas en el calendario litúrgico, asunto interno de la Iglesia, "que somos todos". Podría haberse habilitado para el jueves horarios especiales adaptados a dia laboral. Pero, miren por donde la negociación aún le regaló al interés pagano influir en nuestra propia casa.

Me temo, para cuando lleguemos a la hora de la verdad, si nos preguntan sobre quién fue para nosotros Jesús, no nos ocurrirá que no sepamos ni balbucir.


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