Correo Comentado VIII: Un examen sin calificar. 3/4. ©
Continuación de la serie de proposiciones que un lector me envió para descubrir si soy católico o, más probable, para afirmar que no lo soy.
XVIII.- «El Concilio Vaticano II no definió ningún dogma, pero eso no quiere decir que se pueda hacer católicamente la afirmación de que dicho Concilio ha errado en la fe o ha enseñado herejías.»
R.-Pues ya es maravilla tal proposición porque no todo lo que del Concilio se ha cosechado es digno de alabanza, excepto si le pidiéramos opinión a un Lamennais, a un Marx o a cualquiera de sus émulos.
Considero de extraordinaria ayuda para estas interpretaciones las palabras del Cardenal Ratzinger, cuando era Prefecto para la Doctrina de la Fe, en su libro “Teoría de los Principios Teológicos”. (Herder 1985, Barcelona, pp. 452-453) :
«Debemos tener la suficiente capacidad de autocrítica para reconocer que el ingenuo optimismo del Concilio y la presunción de muchos que lo apoyaron y propagaron han justificado de terrible manera los funestos presagios de muchos varones eclesiásticos del pasado sobre los peligros de los concilios. No todos los concilios legítimos de la Historia de la Iglesia han sido fructuosos. De algunos de ellos sólo queda, como resumen, un enorme “Celebrado en vano”.» [...]
«Respecto del rango del Concilio Vaticano II aún no puede pronunciarse un juicio definitivo, incluso admitiendo que en sus textos hay muchos elementos válidos.»
Aparte de que hay concilios condenados o invalidados: Pisa y Pistoia, por ejemplo.
Que el CV2, prácticamente continuador del suspendido Vaticano I, no se convocara dogmático no deja de causar sorpresa. No son pocos Padres los que opinan, y otros más que lo adelantaron, que en su pregón de solamente pastoral se buscaban diversas ventajas operativas.
De entre ellas estaba, a mi entender de simple fiel, que enseñando al borde del rompimiento con la historia se permitieran en los hechos (pastorales) casi todo lo que de otro modo habría sido imposible legislar. Soy de la opinión de que entre quienes lo prepararon poco les importaban los esquemas y las deliberaciones de tan magna asamblea; lo que en verdad les importó fue hacer del Concilio patente de toda clase de olvidos, ataques y desprecios a la doctrina tradicional, que estorbaba para "la nueva economía" de Pablo VI.
Ya al poco de su elección aquel papa Montini nos exigía:
«Todos los hombres deben obedecer al Papa en todo lo que ordene si se quiere estar asociado a la nueva economía del Espíritu.» (29 de junio de 1970)
Y el 4 de septiembre de ese mismo año explicó en 'La Croix' su novedosa propuesta:
Es necesario dar la bienvenida a lo innovador; hay que romper con los esquemas habituales que utilizábamos para designar las invariables tradiciones de la Iglesia.
Aquí ya no es difícil entender ese extraño “ectoplasma conciliar” con el que toda arbitrariedad y expolio se justificaban. Digo expolio porque para la Iglesia Católica de España el post-Concilio significó mayor pérdida de tesoros y arte que el producido por el vandalismo del Frente Popular. Archivos históricos, incunables, orfebrería, tallas, pinturas, ornamentos... Todo de alto precio moral, tirado o arrinconado, cuando no malvendido para, por ejemplo, pagar la reparación de un tejado; cuando no robado para aparecer en una almoneda de Europa o Nueva York ofertado por 20 veces lo pagado.
Otra, iniciar en la práctica pastoral la revisión neutralizante o impugnatoria de los anteriores concilios, particularmente el de Trento.
Otra más, aportar "mayores libertades y flexible adaptabilidad" para inventar - ¡cualquier párroco o su diácono! - liturgias y prédicas impensables. Si hasta llegamos a "rezar" en las misas nuevas un credo liberacionista ¡con un Jesús que abandona "ser carpintero para hacerse guerrillero"! Oído en la la iglesia del Espíritu Santo, "mejicanos", de Madrid. De anécdotas como ésta hay mucha documentación.
Así, de entre tantas, traeré otra que también oímos en la parroquia Mosen Sol, de Majadahonda - ciudad residencial de la Comunidad de Madrid -, al párroco de entonces (año 2001, creo), quien al pie del altar dijo: "Nosotros predicamos el Materialismo Histórico". ¡Hala! Ahí tiene usted magisterio vivo.
No fue ese cura sino el citado Pablo VI quien a sus amigos luteranos les regaló esta afirmación:
"Las desviaciones doctrinales actuales son análogas a las que efectuó en su época la reforma protestante." (Alocución del 27 de julio de 1967)
Terminando el siglo J. A. Ratzinger, como Prefecto de la Fe, "elogió" el Concilio Vaticano II llamándolo "el Anti-Sýlabus", de Pío IX y de nuestro Donoso Cortés.
XIX.-«Eso significaría hacer partícipes del error en la fe o de la herejía a todos los Papas posteriores, que han aprobado, todos, como Ecuménico a dicho Concilio.»
R.-No identifico a qué tipo de aprobación se refiere usted: ¿La de los principios y enseñanzas transmitidas desde el último apóstol? ¿La impuesta por el Sistema Métrico Decimal? ¿La de las puertas estrechas del reino de los cielos...? Efectivamente los papas posteriores al CV2, incluso los canonizados, pudieron equivocarse sin perder su condición; no hay dificultad para afirmarlo.
Y ahora vendrá bien decir algo que es de mayor importancia de lo que muchos creen: Que la intuición y el sentido de fe del católico medio son a veces mejores intérpretes que la 'adhesión inquebrantable'. Lo enseña nuestro Divino Maestro: «Conocer por los frutos», como el empresario conoce de su negocio por el balance. (Mt 7, 16; Lc 6, 43-45) Y no olvidemos lo que nos previene el mismo Cristo:
(...) El que permanece en mí y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque sin mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece será arrancado como leño seco y echado al fuego. (...) En esto es glorificado mi Padre. (Jn 15, 5)
Leído esto, si pensamos que en los concilios suelen tratarse esquemas que trascienden a la vida eterna o comprometen la salvación de las almas, fácilmente entenderemos que nuestra adhesión no puede ser ciega a los hombres sino a aquella Buena Nueva transmitida por los Apóstoles y testificada por los mártires.
XX.-«Que un Concilio Ecuménico no defina ningún dogma quiere decir que no quiere imponer las enseñanzas que no han sido definidas previamente como enseñanzas infalibles, pero de ahí no se sigue que se pueda afirmar sin más que el Concilio ha podido equivocarse en esas enseñanzas.»
R.-Afortunadamente usted inicia su proposición reconociendo que el CV2 no enseña con el marchamo de la infalibilidad. Por tanto, ¿para qué escandalizarnos de quienes no lo acojan en todo lo que proponga?
XXI.-«¿Qué serían la Iglesia y el Papado si sólo hubiese obligación de asentir a lo que dice el Papa o a lo que dicen los Concilios Ecuménicos cuando definen expresamente un dogma de fe? El último dogma así definido fue la Asunción de María en 1950.»
R.- Estas preguntas se contestan solas si separamos la disciplina interna de clérigos y autoridades de las reglas generales de salvación. El Credo, la Misa y los dogmas de fe son lo que nos une realmente en un mismo rebaño.
No recuerdo bien, pero me parece que la Asunción era admitida y proclamada ya en el s.V por la Iglesia Católica oriental.
XXII «¿Cuánto de lo que de hecho creen los católicos ha sido definido por un Papa o por un Concilio? También el Magisterio Ordinario y Universal de los Obispos es infalible y debe ser creído con fe teologal.»
R.-Lo de magisterio extraordinario y ordinario no concuerda exactamente con infalible y no-infalible. Con fe teologal creemos todo lo que ha enseñado la Iglesia desde su origen a hoy. Lo pastoral lo acatamos con respeto; siempre que no quebrante las tradiciones recibidas.
También debo subrayar que lo que hoy, todavía, creemos los católicos sigue siendo -¿un 90%?- lo que se definió en el I Concilio de Nicea, de principios del s.IV, y en el IV Concilio de Letrán, del s.XIII.
XXIII.- «Por lo demás, en el tema del Concilio Vaticano II se aplica justamente el asunto de la interpretación y el Magisterio. Quien sostiene que el Vaticano II ha errado en la fe sostiene una interpretación de la fe y del Concilio que es contraria a la que sostiene el Magisterio de la Iglesia. Ahí precisamente, entonces, es que debe intervenir la autoridad del Magisterio para hacer prevalecer en la mente del fiel la interpretación de la Iglesia, que es la de los Papas que han sucedido al Concilio.»
R.- En anteriores respuestas ya está incluida mi opinión. Ésta es que no cuela que lo que se haya de creer de un Concilio repose sobre "interpretaciones de los papas que le sucedan" sin comprometer ninguno la Infalibilidad ni respetar lo que sus antecesores interpretaron, ellos sí, comprometiendo su Cátedra.
XXIV.-«De lo contrario estamos ante una forma protestante de creer, en la cual el juicio definitivo no es el del Magisterio eclesial, sino el del creyente individual.
R.- em>¿Una forma protestante de creer...? ¿Lo dice usted en serio?
Algunos creen que tildarlos de protestantes descalificará a los llamados tradicionalistas o integristas. (¡Qué bellos conceptos usados como insulto!) Muy en particular a los lefebvrianos, el grupo más firme y preparado. Es bien cierto que los protestantes se justificaban en el olvido que la jerarquía renacentista ostentaba con respecto a la doctrina de los Apóstoles, lo cual en un principio honraba la rebeldía protestante. Sin embargo, los que ahora llaman protestantes a los tradicionalistas no citan que éstos rechazan del Concilio Vaticano II precisamente todo lo que se alinea con los protestantes. Y los que les llaman protestantes se contradicen al adoptar aquellas herejías. Veamos.
Quien sea fuente de tal trivialidad debería reciclarse en cualquier Cuarta Planta. Excepto los pícaros hijos del Mentiroso que a la justa alarma por la voladura de la Iglesia la quieren emparentar con la rebeldía de Lutero, quien, muy oportunamente hemos de recordar dijo que la destrucción de la Iglesia Católica empezaría con la del sacrificio de la Misa.
Con texto de un destacado jesuita recordemos los signos inequívocos de lo que es protestante:
En lo estrictamente eclesial, la deriva protestantizante [actual], de la que no están libres ni las más altas esferas del clero, es reconocible donde quiera haya un retroceso en la devoción a la Eucaristía, a María y al Papa; de la piedad sacramental en general; una devaluación de las mediaciones, una disminución o pérdida del sentido de lo sagrado, un olvido o positiva aversión "a los que fueron antes", una pérdida de la memoria, un desamor por las tradiciones; una indisciplina exegética que huela a "Sola Scriptura".(Horacio Bojorge, en su Prólogo a "La Reforma Protestante", de Alfredo Sáenz, Bs As)
Lo cual, en mi opinión, se recrudece en cada nueva "primavera del CV2". Así, por ejemplo y en grado de histérica aversión, contra la virginidad postparto de Santa María, el primado de San Pedro, la Transustanciación, el Santo Sacrificio, el perdón de los pecados, la comunión frecuente, la fe con las obras, la gracia, la devoción y culto a los santos.
Es realmente singular llamar protestantes a los que en esto combaten. Lo cual causa diversos sentimientos de pena e indignación. Pena, por lo extendido y profundo que es el cáncer e, indignación, porque es una indignidad execrable, bajeza propia de los hijos de las tinieblas, de sepulcros blanqueados en la rutina del precepto, raza de víboras que, ¡oh, contrasentido y felonía patológicos!, a pesar de las blasfemias de aquel heresiarca, Lutero, todavía en este tiempo han llegado a proponer, como consta, su rehabilitación y aun el beatificarlo.
¡Estos son los que llaman protestantes a los lefebvrianos!
Nunca calumnia tan mala resultó publicidad tan buena para los calumniados.
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(Última entrega la próxima semana)