Increible Pablo VI ©
Todavía muchos católicos se preguntan cómo fue que aquel papa denunciara la autodemolición de la Iglesia y, peor, nos advirtiera de su invasión por entes preternaturales, o humo de Satanás... tal que si todo ello fuera ajeno a su gestión de Vicario de Cristo y sucesor de San Pedro. Pienso que la respuesta no es tan difícil. Sólo hay que hacer memoria de algunos hitos de su pontificado, de los que en este artículo selecciono los que a mí me parecen más significativos.
De la biografía del papa Montini quedarán aquí sueltos muchos cabos que desconozco o no considero, pues que mi propósito es referirme a su pontificado. Pero hay algunos de antes de ser elegido papa que creo honrado resaltar. Por lo menos, dos realidades significativas que ya anticipan su complicada personalidad y condicionan su ejecutoria.
1ª) Que su padre y su madre descendían de judíos confesos.
2ª) La traición a Pio XII y a la Iglesia toda cuando desde la Secretaría de Estado, por su asistente personal Alighero Tondi, elegido por él de la Gregoriana jesuita, se pasaban a la URSS estanilista los nombres y destinos de los sacerdotes enviados a "la Iglesa del Silencio". Informes que determinaban su tortura y encarcelamiento. Si bien de tal agencia no hubo pruebas bastantes, éstas llegaron años más tarde indirectamente cuando Juan Pablo II acogió de nuevo al privado de Montini reconociéndole la atenuante de "obediencia debida".
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La llegada a la Sede de San Pedro del ex-Pro-Secretario de Estado, Juan Bautista Montini, significó una auténtica revolución. Ya saben ustedes lo que eso es: que lo que antes era, ahora no sea; que lo que estaba arriba pase a estar debajo; que lo negro se llame blanco, y al revés.
Pablo VI impulsó un cúmulo de audaces cambios no superados en la historia. Cambios sin los cuales hoy no podrían ni pensarse las audacias que se pretenden con el imperio de los votos que, de facto, sustituyen a la cathedra de San Pedro. Piénsese que lo que todos los heresiarcas juntos no pudieron conseguir, en el pontificado montiniano lo han obtenido gratis; bien directamente o por las medidas que en fases sucesivas lo han facilatado. Sus lamentos jeremíacos suenan a hueco precisamente porque fue por su gobierno que se adoptaron, de modo que no sabemos si atribuir esos lamentos más a la hipocresía farisaica heredada que por alienada inconsciencia.
Examinemos algunos de los hechos y dichos más destacados.
1.- Increíble fue su discurso a la asamblea de la ONU. Discurso rayano en la coba jabonosa: «Estamos persuadidos de que sois los intérpretes de todo aquello que tiene de supremo la sabiduría del hombre. Al menos, queremos decir, de su carácter sagrado.» (?) Con el florón de que la ONU representaba, para él, Vicario de Cristo -Creador, Padre y Redentor nuestro - y, por tanto, para la Iglesia, «lo que la Humanidad viene soñando en el vagar de su historia. Nos atreveríamos a llamarlo la mayor esperanza del mundo [...] algo que del Cielo ha bajado a la Tierra.» (Nueva York, 1965)
2.- El 7 de agosto de 1965 Pablo VI levantaba al Patriarca Atenágoras la excomunión que León IX, en 1054, lanzara a los cismáticos orientales. Esta generosidad con la pólvora del rey, es decir con la fe católica, en nada se respondía por el Patriarca de entre sus viejos motivos cismáticos. El caso es que, al levantarle la excomunión, la Iglesia Católica pasaba a aceptar la falsa doctrina de ‘las iglesias distintas y hermanas’. Insulso engaño puesto que Jesucristo fundó una única Iglesia.
3.- El 20 de marzo de 1965 Pablo VI recibía en audiencia privada a un grupo de dirigentes del Rotary Club, oportunidad para elogiar sus objetivos y métodos asociativos y de captación -proselitismo "sano y bueno" y no como el católico "agresivo y soberbio"-. Pudo atender la visita sin elogios, pero no, sin importarle la resonancia mediática el Papa prefirió la alabanza y esquivar que en todo el mundo al Rotary Club se le tiene por filial de la anticristiana Masonería.
4.- Con el Motu proprio “Apostólica sollicitudo”, de 1965, Pablo VI instituyó las conferencias episcopales. Un grave peligro aparecía claro para las cabezas más avisadas: que el Primado del Papa se redujera a condición honorífica en una confederación de iglesias autónomas.
5.- El 23 de marzo de 1966, acompañado por el cismático arzobispo (laico) Dr. Ramsey, el Papa Montini visitó la Basílica romana de San Pablo Extramuros y en aquel acto público cedió al anglicano la bendición a los peregrinos. Lo malo no fue ese obsequio sino que al abrazar al hereje contradijo la Bula “Apostolicae curae”, de septiembre de 1896, en la que León XIII anuló para siempre el orden anglicano.
6.- Por el Motu proprio “Sacrum diaconatus ordinem”, de 18 de junio de 1967, Pablo VI admitía al diaconado a hombres de edad madura, tanto si eran solteros como si estaban casados. Un gesto paternal en apariencia que, al suponer una pronta clasificación de sacerdotes casados, determinó que tres años después el mismo Pablo VI no supiera cómo frenar la sangría de secularizaciones y abandono del celibato.
7.- Con la Constitución Missale Romanum en el “Novus Ordo Missae” (si confundimos sus siglas con las de Nuevo Orden Mundial puede que no sea un disparate), Pablo VI sustituyó el antiguo rito romano de la Misa, que seguía en su Canon aquél mismo del cenáculo continuado por San Pedro. Con el supuesto buen propósito de “aggiornamento” el Papa buscó más complacer a los luteranos, aun sin obtener la contrapartida de que “los hermanos separados” aceptaran nuestra fe en la transubstanciación.
8.- En parecida intención e igual respuesta el Papa Pablo regaló a los turcos las banderas que en Lepanto se ganaron para la Cristiandad, en batalla y victoria de la Santa Liga mandada por el príncipe de España, Don Juan de Austria.
9.- En calcada escenificación de humildad renunció a la tiara, la corona pontificia que proclama a Cristo, en su Vicario, esencia y fundamento de los tres poderes: pastor universal, juez de la Iglesia y rey de reyes. No importa mucho, sea verdad o no lo sea, si como se dice la vendió a un judío libanés; aunque, si fue así, no carecería de intención.
10.- Con el motu proprio “Matrimonia mixta”, de 31 de marzo de 1970, pretendía hacer más fáciles los matrimonios entre un fiel católico y cónyuge de otra religión. La fórmula no pudo ser más onerosa para la parte católica ni más rumbosa con la hereje pues que eximió a ésta de comprometerse a que los hijos se bautizaran y educaran en la fe católica, condición milenaria de las uniones mixtas. Para compensar el desequilibrio impuso a los párrocos el deber, casi burla, de informar a la parte no creyente de los citados compromisos a que en su favor se comprometía… la parte católica. (Código de Derecho Canónico, de 1983. c. 1125).
11.- Con el Motu proprio “Ingravescente aetatem” (1970), Pablo VI reglamentaba que los cardenales que hubieran cumplido ochenta años no participaran en el Cónclave. Una medida, como tantas, en que tras la apariencia de practicismo, o si se quiere de piedad, se despreciaba la sabiduría de la edad, consuetudinario tesoro de la Iglesia y de todas las grandes civilizaciones. El objetivo inocultable era sin duda el de apartar de la Curia, del Cónclave y de las diócesis a los prelados tradicionales que pudieran obstaculizar el desarrollo modernista.
12.- El 14 de junio de 1966, abolió el Índice de libros prohibidos con la nota “Post Littera apostolicas”. Esta decisión se justificaba “en la libre responsabilidad de los cristianos adultos”. Aparte de ser una penosa dejación del deber de la Iglesia para con sus hijos, a los que dejaba como ovejas sin pastor ante una jauría de lobos. La permisión indiscriminada de lecturas facilitó la difusión, en las editoriales y librerías tenidas por católicas, de toda clase de herejías, muchas de ellas firmadas por reconocidos doctores anticatólicos.
13.- En 1969, con la Instrucción “Fidei custos” permitió que los laicos distribuyeran la Sagrada Comunión bajo el pretexto de “especial circunstancia o nuevas necesidades”.
14.- Al comienzo de la Instrucción “Memoriale Domini”, redactada en aquel entonces por el masón Mons. Bugnini, Pablo VI prefiere que la Iglesia no distribuya la Eucaristía en la mano, «por el peligro de profanarla» [y] «por el reverente respeto que los fieles le deben». Pero unas pocos párrafos adelante la misma Instrucción nos sorprende autorizando su práctica.
15.- Disminuyó las expresiones de sacralidad esencial visibles en el Dogma de la Eucaristía rebajando la liturgia de la Santa Misa al entendimiento protestante de puro banquete, o memorial de una cena. Con ello, también, el ministerio sacerdotal se redujo a simple presidencia de la asamblea parroquial.
16.- Por la encíclica “Populorum progressio” teníamos que entender que la Iglesia ya no debe centrar sus energías en ganar almas para Cristo y llevarlas a la vida eterna, sino que todos nuestros esfuerzos han de aplicarse a la acción social para promover el humanismo integral que Pablo VI adoptó de su maestro (sic) Jacques Maritain. El Papa se despachó a gusto contra el sistema capitalista no obstando haberse rodeado de auxiliares financieros como Sindona y Marcinkus, entre otros, mezclando a la Iglesia en inversiones incomprensibles; por ejemplo, en el capital de una gran empresa italiana fabricante de preservativos.
17.- Al aprobar el nuevo “Rito de las exequias” Pablo VI aceptaba la cremación de los cadáveres bajo el supuesto de que no se hiciese «por motivaciones anticristianas». Como si fuera fácil saberlo. Esas intenciones anticristianas fueron siempre negar la resurrección de los muertos como postulan los doctrinarios masónicos. Este nuevo rito, contrario a la tradición apostólica, fue ni más ni menos que favor de Pablo VI a las Logias, cuyos socios por ocultar su condición solían pedir tierra sagrada para sus deudos. Según el Papa, este gesto fue «a modo de camino de reconciliación».
18.- Puede suponerse que incluso el más débil creyente desea morir asistido con la última unción por un sacerdote, expirar con un crucifijo en las manos, ser enterrado con su escapulario o su hábito de cofrade… En cambio, qué extraña cosa que el féretro del Papa careciera del mínimo símbolo cristiano. Y no solo esto, que al cadáver se le colocó en el suelo según las exequias judías. (Cf. ‘Regole hebraiche di lutto’, Carucci ed. Roma 1980, p. 17.) Novedad copiada en otros casos notables, como fue con el prelado del Opus Dei, Mons. Álvaro del Portillo.
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Terminaré incluyendo un comentario que pudiera ser oportuno.
Con todo mi respeto y devoción a la jerarquía pero con todo el derecho y deber de bautizado, afirmo que en la Iglesia actual se evidencian pérdidas del sentido sobrenatural, de despiste sobre su fundación objetivada en nuestro rescate del pecado y en la perdurabilidad de nuestras vidas. Nos hemos girado hacia la sola añadidura del ciento por uno en este mundo, como bien social o falso humanitarismo. Y es por esta pérdida de lo fundamental, y por inconsciente compensación, que los católicos actuales necesitan hacer del papa un ídolo mediático de un nuevo star-system o culto a la persona en detrimento de su vicaría. Hasta el extremos de no ver en él al administrador que gerencia para su señor -ata y desata- la hacienda que le fue confiada; ni, tampoco, al mayordomo que usa para su amo las llaves con que guarda de ladrones la casa. A tal absurdo llega esta papolatría que sus enfermos se violentan a sólo ver bienes donde la historia los niega, y nada de los males que se cuentan en sus escombros.
Con esta falsificación de la fe se traspasan al Espíritu Santo compromisos impropios de su asistencia, otorgando al papa una infalibilidad imposible… aunque instrumentable. La asistencia prometida en la definiciónn dogmática señala limitaciones como, por ejemplo, que «[…] no fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación transmitida por los Apóstoles, o depósito de la fe.» (cfr. Dz 1836.)
Porque para el fiel más párvulo es claro como el agua que cuando Pedro negó a Jesús, fue Pedro quien le negaba y no el Espíritu Santo. Que cuando Judas le vendió al Sanedrín, no fue inspirado por el Espíritu Santo sino por su personal frustración política. Que en el incidente de Antioquía, no fue el Espíritu Santo el que exigió la circuncisión sino los judíos, y que tampoco Simón Pedro se inspiró en Él para complacerles, sino en su personal debilidad. Así fue, sin secuestro de teologías, las cuales muchas veces sólo son encajes intelectuales que respaldan el corporativismo de un clero sin Gracia.
Lo seguro es que del Espíritu Santo procedieron las lágrimas de contrición en San Pedro; o que por Él le llegaría a Judas el remordimiento que luego malogró suicidándose. Y, sin discusión, sí que fue el Espíritu Santo el que inspiró a la Iglesia, en la persona de San Pablo, la reprensión a San Pedro afeándole que sometiera el conocimiento de Cristo a las exigencias judías de la previa circuncisión. (Hch 15, 1; Ga 2, 11-14) Un acto aquél muy trascendente pues que fijó en los cristianos su total independencia de supuestos hermanos mayores y desmontó la primacía del Antiguo Testamento. Por tanto, salvo mejor opinión, este episodio de la Historia de la Iglesia patenta prioridades doctrinales y coloca en sus justos límites la infalibilidad pontificia, como arriba subraya la referencia magisterial.
Parece que la canonización de Pablo VI ha de lograrse contra viento y marea. Poco más queda para laurear al Concilio Vaticano II. Al santificar a los papas conciliares se canonizará también esas cabezas de Hidra que son las mentiras nominadas liberalismo (masónico), democratismo (modernista), antropocentrismo (revolucionario), más el materialismo histórico, el progresismo y el comunismo impulsados ya desde su convocatoria. Faltos de razones más consistentes y categóricas, aunque a toda costa dispuestos a su canonización, se acude al sentimentalista argumento de que “realmente Pablo VI sufrió mucho”, en chocante tesis que reivindicaría méritos de santidad para el mismo Belcebú, criatura en eterno tormento.
En realidad, y dado que en el cielo rige la misericordia de Dios, lo que aquí abajo nos queda del pontificado de Pablo VI es que, aun si dijéramos que quiso hacer el bien pese a que “por humana debilidad involuntariamente hizo algún mal”, lo paradójico de su reinado, quizás lo subrecticio, es que el bien lo hizo muy mal y el mal lo hizo bastante bien.
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