El dulce nombre de María. ©

Gruta de la Virgen de Covadonga

Hoy es el día de la Natividad de la Virgen y el próximo miércoles la fiesta de su Dulce Nombre. Dediquemos este post a la Virgen María, madre de Dios, y a su dulce nombre.

Desde que conocí la existencia de este día en honor del nombre de la Virgen, he guardado creciente devoción a su advocación; a invocar a la madre de Cristo y, también nuestra, adoptada, heredada desde aquella tarde que fuimos prohijados en el Gólgota. (Jn 19, 26-27) “Hijo, ahí tienes a tu madre” es siempre algo poco meditado y, por ende, menos entendido. Y hablo de mí mismo, pues que uno se contagia de estos tiempos de Iglesia descafeinada, cerveza sin alcohol, religión dedicada al culto al hombre y que a la Virgen María le rebaja cotización en el universo de las devociones. Síntoma de grave enfermedad de la que urge vacunarnos.

Aunque sólo sea en telegrama conviene decir algo del origen de esta fiesta. El mismo día 12 de septiembre, pero de 1683, un enorme frente de soldados turcos sitiaba Viena. Estaba a punto de caer en sus manos cuando llegó otro ejército de soldados polacos, católicos, al mando del caudillo Sobieski que los puso en fuga iniciando la decadencia del poder otomano. El Papa Inocencio XI solemnizó este acontecimiento instituyendo la festividad del Dulce Nombre de María al que se sabía acostumbraban encomendarse* los ejércitos polacos.

Pero de esto hay algo más que decir. Como cuenta la historia, los polacos ya habían sido ayudados por España en sus intereses contra los protestantes y en otros sobre el equilibrio político centroeuropeo. De lo cual fácilmente se deduce que el Dulce Nombre de María fue festejado en Polonia y en España siglo y medio antes de que el papa lo solemnizara. Consta que su celebración se inició en la Diócesis de Cuenca nada menos que en el año 1523 y, poco más tarde, por los polacos.

Pensemos algo más sobre el nombre de María. La Virgen María es para un católico la madre de Dios. Bueno, esto se ha oído tanto que no se acaba de entender. Ni es posible. ¿Acaso existe entre todas las criaturas de la tierra y del cielo alguna de mayor distinción? ¡Madre de Dios...! Naturalmente del Dios hecho carne en ella, de la que para siempre es "bendito el fruto de su vientre, Jesús".

Para desmenuzar esta maravilla, pensemos. Pensemos. Por ejemplo, que Moisés Maimónides enseñaba que todas las escrituras judías, Antiguo Testamento para los cristianos, son el anuncio de la venida del Mesías. Que sin Él aquellas no tienen más valor que cualquier otro texto sapiencial o educativo. "Maimónides dixit". De esto se interpreta que si prescindimos del detalle de ser la Madre de Dios, María no tendrá más valor para nosotros que cualquier otra mujer. Ambas premisas, las escrituras que anuncian y la madre del Jesús de Nazaret, no valdrían para nada si dicho Jesús no fuera Dios. Por algo es la piedra angular que los malos arquitectos siguen empeñados en desechar. (Mt 21, 42)

Si Jesús es el Mesías anunciado en las Escrituras hebreas, “el que había de venir” (Mateo 11, 2-11), entonces la Virgen de Nazaret es madre del Dios hecho hombre en su seno. «Señor nuestro Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor.» Amamos a María porque amamos a Jesús. Sin Él no tendríamos interés por Ella. Y este nuestro amor por Ella en todo está iniciado en Él. Por tanto, ni Venus, ni Isis, ni Diana, o quien se quiera oponer, importa nada ante María. La Madre de Dios las ha tumbado a todas, que en el mejor de los casos solamente fueron su anuncio.

De modo que los que desdeñan la devoción a la Virgen, los que repugnan su veneración es porque no creen que Cristo es Dios. He ahí el signo de los protestantes y su veneno escondido en el rechazo gratuito a las manifestaciones del pueblo católico. Es de lo más lógico: Si para algunos no está claro que Cristo sea Dios ¿cómo podrán aceptar la maternidad de María? ¿Cómo entenderán la institución de la Eucaristía, la Nueva y Eterna Alianza, nuestra redención, su resurrección, el primado de San Pedro, los sacramentos, el ministerio sacerdotal...?

Mas, por el contrario, todo se facilita si sí creemos que Jesucristo es el Mesías, el limpiador de nuestro ser ontológico y el liberador de nuestro baldón adámico. En esta división o conflicto la Iglesia supo elegir desde el principio... hasta hoy. He aquí la denuncia más escatológica que pudiera imaginarse para muchos nombres de la reciente historia de la Iglesia. Por ejemplo, en España, el Cardenal Arzobispo don Vicente Enrique y Tarancón, vástago de sus camaradas Roncalli y Montini, que se opuso al fervor nunca extremo del pueblo español a su madre la Virgen María.

El alarde de despotismo de Card. Tarancón en el desprecio al derecho de los fieles se enmarca en el tributo de contentar a los enemigos del cristianismo.

La característica del ser de España se marca, en líneas generales y según a mi me parece, en el arrojo de la raza ibérica, reconocida por Aníbal, Escipión y César, y su antiquísima y avanzada cultura visible en la Dama de Elche. Por supuesto, en la romanización absoluta y total que agradecimos haciéndonos proveedores de césares y sabios sin par. Finalmente y sobre este magnífico abono, la cristianización de continentes enteros, cientos de pueblos – de Europa, América y Asia - y civilizaciones de cuya realidad no presumiremos pues que lo entendimos más como frutos de gracias recibidas que como letra de cambio a mandar al protesto. (Pero la historia es la historia y en ella estaremos siempre ...)

De esta sucesión de siglos, que desde la romanización ya son un buen puñado, se heredó que todas las lindes de nuestros mapas sean para tierras de la Madre de Dios. Yo creo que no hay valle de nuestra rica orografía que no tenga un nombre dedicado a la Virgen Nazarena. En este mes de septiembre a la de su Dulce Nombre se suman fiestas, del calendario litúrgico, en número no superado por otro pueblo: la de la Natividad de María, de Nuestra Señora de Guadalupe, de Covadonga, del Coro, de La Encina, de Regla, de Alta Gracia, de la Peña de Francia, del Castañar, del Consuelo, de Los Llanos, Santa María de las Virtudes, Ntra. Sra. de Aránzazu, de Gracia, de las Maravillas, de la Cueva Santa, de Estíbaliz, de la Fuensanta, Santa María del Lluc, Ntra. Sra. de los Dolores, del Camino, la Bien Aparecida, de la Merced, de la Fuencisla...

Si estamos hablando de España como nuncio universal de la divinidad de Cristo, el Cordero de la cruz, a través de la veneración a su madre, no podemos olvidar a Santo Domingo de Guzmán, que recibió de Ella el Rosario en la cueva santa de Segovia. Su difusión dio a los corazones cristianos verdades ignoradas. En particular, los adjetivos de la letanía y los misterios escogidos por ella misma para uso de la Iglesia a través de Santo Domingo.

Y ya que hablamos de su Dulce Nombre, lean la oración o colección de piropos que un sacerdote publicó en 1958. (José Mª Cabodevilla, Aún es posible la alegría, Taurus, Madrid):

Santa María – Dulzura nuestra – Madera olorosa – Cielo con pájaros – Vacaciones – Talla románica – Plaza con niños y bicicletas – Carta de casa – Ventana con sol – Mano para guiar – Mano para apoyar la frente – Mano suavísima – Silla baja – Candela bendita – Huerta de recreo – Señora de los Santos Ángeles – Volver a casa – Casa con las luces encendidas – Campana en el valle – Alivio en la agonía – Aceite claro – Fruta – Zafiro – Seda – Gozo y adorno sin par - «Buenas noches» con sueño – Pan – Agua – Vino – Flor de Albérchigo – Palomica quieta – Vaso de exquisita ternura – Esposa – Hermana – Madre amable:

Dígnate concedernos una templada alegría, amor a los hombres y el conocimiento de las cosas. Amén.


El lector sabrá descubrir en cada invocación muchas y diversas razones de felicidad interior que le inspiren su experiencia de vida y su grado de fe.

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* En 1673 un maltrecho ejército polaco de unos 30.000 caballeros se hincaron en la nieve para rezarle a la Virgen de Czestochowa, tras lo que procedieron a vencer a un ejército turco de más de 70.000 hombres en la batalla de Chocim.

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