«La esperanza que no defrauda» (Rm 5,5) Adviento es la esperanza para los cansados de esperar
Ahora pensamos que es fácil reconocerla porque tenemos la Navidad "domesticada" por un consumismo infernal, pero la verdadera Navidad sigue siendo el acontecimiento más disruptivo de la historia: la encarnación del Dios misericordioso desde las periferias de lo humano.
La salvación entera es detenerse, como el samaritano, ante los imprevistos heridos del camino, para socorrerlos personal y sistémicamente, porque detrás de cada herida evitable y no socorrida, hay una estructura de pecado y una conspiración del mal.
quienes se consideran virtuosos o "gente de bien" suelen protegerse con la falsa coraza de virtud meritocrática, impenetrable a la gracia divina que desconcierta en un Pesebre...Al carecer de "huecos" o vulnerabilidades, se vuelven inmunes a la transformación que solo la gracia puede ofrecer.
El camino del Adviento está señalizado con las víctimas de este mundo, las de las guerras decididas por "la gente importante", los inmigrantes sin más esperanza en sus tierras depredadas por los colonialismos de siempre, los abusados por clérigos del sagrado celibato y los humillados y silenciados de todo tipo. Si no lo transitamos por allí, estamos errando el camino del Adviento.
quienes se consideran virtuosos o "gente de bien" suelen protegerse con la falsa coraza de virtud meritocrática, impenetrable a la gracia divina que desconcierta en un Pesebre...Al carecer de "huecos" o vulnerabilidades, se vuelven inmunes a la transformación que solo la gracia puede ofrecer.
El camino del Adviento está señalizado con las víctimas de este mundo, las de las guerras decididas por "la gente importante", los inmigrantes sin más esperanza en sus tierras depredadas por los colonialismos de siempre, los abusados por clérigos del sagrado celibato y los humillados y silenciados de todo tipo. Si no lo transitamos por allí, estamos errando el camino del Adviento.
Mientras las religiones son la historia de lo que hacen los hombres para buscar a Dios, el cristianismo es lo que hace Dios para encontrarse con los hombres. Dios se hace uno de nosotros y para ello, transita el camino de los pobres, de los no reconocidos, de los no incluidos y fracasados. Jesús da un giro al punto de vista de lo que las prácticas religiosas esperan de Dios...y lo seguirá haciendo.
En su larga evolución, la humanidad llegó a un punto donde Dios nos sorprende haciéndose presente en un lugar no previsto por ellas: un pesebre, entre los descartados de la sociedad, entre quienes “no tienen lugar”, los nadies. Ahora pensamos que es fácil reconocerla porque tenemos la Navidad "domesticada" por un consumismo infernal, pero la verdadera Navidad sigue siendo el acontecimiento más disruptivo de la historia: la encarnación del Dios misericordioso desde las periferias de lo humano.
El Reino de Dios, que Jesús comienza con los desesperanzados del mundo, no es "otra religión alternativa" en la que baste aprender de memoria una doctrina, hacer algunas buenas obras por obligación y para presumir, se reciten como loros oraciones y liturgias. Tampoco es rendir sumisión y pleitesía a una casta "superior" de clérigos que se creen sagrados por una mutilación de su humanidad como es el celibato obligatorio. Actualmente lo que está en crisis es esta concepción religiosa institucional, no la maltrecha esperanza en el Mesías de toda la humanidad sufriente.
Adviento es esperanza, pero esperanza para los cansados de esperar. Para los que ya no esperan nada de este mundo. Una Promesa para los Olvidados por todos los sistemas. En cambio, para los que ya están "saciados", es solo un entretenimiento más, en realidad no esperan nada, sino conservar y seguir acumulando. A ellos se refiere Jesús en Lucas 6,24: "¡ay de vosotros, ricos! porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!..."
Adviento es tiempo de una esperanza nueva, como la que se inició con "Abrahán, el "padre de los creyentes". "Él esperó contra toda esperanza" (Romanos 4, 18). Con este pastor perdido de la mesopotamia, Dios comenzó un Pueblo numeroso como las estrellas del firmamento (Gen 22,17).
Precisamente, el Papa Francisco acaba de publicar la Bula de convocatoria del Jubileo del año 2025 de la Encarnación del Señor, con el título «La esperanza no defrauda» (Rm 5,5). La esperanza es el mensaje central de este Jubileo, que los Papas convocan cada veinticinco años. Y Francisco aprovecha para convocarnos a ser “peregrinos de esperanza”, porque ésta se funda en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino (cf. Rm 8,35.37-39)
Adviento es que la espera de la salvación eterna se convierte en convicción de la salvación entera. Mientras la salvación eterna se centra en el destino final, la salvación entera enfatiza la transformación presente, social y continua del creyente. Es el ciento por uno de los seguidores de Jesús. (Mt 19,23)
Esperar la salvación entera implica trabajar por un mundo más justo y equitativo, estableciendo alianzas con quienes están en lo mismo, sean o no creyentes, donde todos puedan experimentar la plenitud de la vida. La salvación entera es detenerse, como el samaritano, ante los imprevistos heridos del camino, para socorrerlos personal y sistémicamente, porque detrás de cada herida evitable o que no es socorrida, hay una estructura de pecado, una conspiración del mal.
El Adviento nos recuerda la promesa bíblica de un nuevo cielo y una nueva tierra, donde la justicia y la paz reinarán. Es un tiempo para cultivar una esperanza activa por un presente y un futuro mejor, sin evadirnos de la historia, sin"salvaciones místicas" de grupos cerrados que no liberan de nada.
El Adviento de los desesperanzados y vulnerables
Adviento es también la esperanza de Dios sobre los seres humanos, el largo camino para encontrarse con ellos a través de la ventana de su vulnerabilidad, cuyo sinónimo bíblico es "pobreza". Dios entra por una herida, decía Peguy:
“Las peores miserias, las peores mezquindades, las oscuridades y los crímenes, incluso el pecado, a menudo son huecos en la armadura del hombre, huecos en la coraza, por los cuales la gracia puede penetrar en la dureza del hombre. Mientras en la coraza inorgánica de la costumbre todo se desliza, cada espada tiene la punta roma”. Por eso “la gente de bien", los que adoran que los llamen así, no tienen huecos en la armadura, no reciben heridas. No tienen esa entrada para la gracia que es esencialmente el pecado”.(Péguy, El pórtico del misterio de la segunda virtud)
El autor sugiere que quienes se consideran virtuosos o "gente de bien" suelen protegerse con la falsa coraza de virtud meritocrática, impenetrable a la gracia divina. Una coraza de costumbre, reputación y falsa seguridad en sí mismos. Al carecer de "huecos" o vulnerabilidades, se vuelven inmunes a la transformación que solo la gracia puede ofrecer. Su moralina de "superioridad" les hace creer que están más allá de la "chusma", de la que pasan.
Hoy podríamos poner también en la lista de los "perfectos", al clericalismo. Es la iglesia sin adviento y sin historia, solo repetición de un pasado “perfecto” y un paraíso fuera del tiempo controlado por los cancerberos de una ortodoxia sesgada y autorreferencial.
El clericalismo es una iglesia que ha dejado de esperar y buscar, que se cree perfecta, que ya lo sabe todo, ya lo controla todo infantilizando en vez de hacer crecer. Solo procura “apacentar” a los “no-clero”. Investido de falsa sacralidad ejerce la superioridad sobre el rebaño como lobos disfrazados. Se dedica solo a repetir viejas fórmulas de un pasado supuestamente ideal. Al clericalismo podríamos aplicar la sentencia de san Jerónimo: Corruptio optimi, pessima (la corrupción de lo mejor es lo peor)
La paradoja es que también el pecado y la miseria pueden convertirse en puertas de entrada para la gracia. "No he venido a llamar a justos, sino a pecadores" (Lc 5,32). "el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido". (Lc 19,10) Al reconocer nuestra fragilidad y necesidad, nos volvemos más receptivos a la obra transformadora de Dios, dejamos de juzgar y condenar para comenzar a "misericordear", a sensibilizarnos frente al otro y distinto.
La gracia divina es una espada que puede penetrar la coraza más dura. Sin embargo, para que esta espada sea efectiva, es necesario que haya una abertura, una herida que sanar que sea reconocida con humildad.
Péguy cuestiona la moralidad superficial y autosuficiente, sugiriendo que una verdadera transformación espiritual requiere un encuentro con la propia fragilidad y pecado. El arrepentimiento no es solo un acto de reconocimiento del pecado y el daño producido, sino también una disposición a recibir la gracia divina y a cambiar de vida, a sentirse solidario con los demás heridos y peregrinos de una nueva Esperanza. La gracia divina a menudo se manifiesta en los lugares más inesperados y en las personas menos probables.
El camino del Adviento está señalizado con esas personas "menos probables": las víctimas de este mundo individualista y consumista, las de las guerras decididas por "la gente importante", la de los inmigrantes sin más esperanza en sus tierras depredadas por los colonialismos de siempre, la de los abusados por clérigos del sagrado celibato, las mujeres, niños, enfermos y los humillados y silenciados de todo tipo. Si no lo transitamos por allí, no miramos la realidad como el Dios de Jesucristo, estamos errando el camino del Adviento.
Hoy en día, el Adviento sigue siendo una fuente de inspiración para aquellos que trabajan por un mundo más justo y equitativo. Movimientos como el ecologismo, el feminismo, los movimientos por los derechos civiles, los voluntariados, encuentran en el Adviento una profunda resonancia.
Desde la elección de Abraham hasta la encarnación de Jesús, pasando por María, "la bisagra de la historia", la que cantó "el Señor derriba a los poderosos de sus tronos y enaltece a los humildes" (Lc 1, 46), vemos cómo Dios se inclina hacia los marginados y los excluidos. El Adviento, como momento culminante de esta historia, nos recuerda que la salvación de Dios es para todos pero comienza por aquellos que más lo necesitan.
La revolución que Dios nos propone en el Adviento no es de violencia ni de fuerza, sino de amor y de servicio "que hacen lío". Es una invitación a transformar nuestras vidas, nuestras comunidades y el mundo, desde dentro, comenzando por nuestros propios corazones, cambiando hacia estilos de vida más austeros y solidarios. El Adviento anuncia un nuevo orden mundial, el Reino de Dios, donde la justicia, la paz y la fraternidad reinarán como fruto de la Gracia y el compromiso humano.
Tanto las bienaventuranzas como el Adviento nos ofrecen una esperanza activa, una esperanza que nos impulsa a construir el Reino de Dios. Los bienaventurados describen el destino final de aquellos que siguen a Jesús. En el Adviento, nos preparamos para celebrar la llegada de aquel que nos llevará a esa plenitud.
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