Francisco: Poliedro para la Comunión

Francisco: Poliedro para la Comunión
Francisco: Poliedro para la Comunión

El Papa Francisco propone la imagen del poliedro como camino hacia la comunión en las diferencias. La sinodalidad en la que insiste tanto, es este camino, no una estrategia demagógica de gobierno. La realidad es poliédrica y la convivencia está llena de conflictos. Pero estos pueden ser fecundos si se busca armonizarlos en vez de anularlos, lo cual solo alimenta ollas a presión a punto de estallar. En el poliedro social y eclesial es posible recoger lo mejor de cada uno.

la cultura del encuentro, tan distinta a la xenofobia, la discriminación y la intolerancia... Entre los excluidos se da ese encuentro de culturas donde el conjunto no anula la particularidad…me gusta la imagen del poliedro con muchas caras distintas que refleja la confluencia de las parcialidades que en él conservan la originalidad. Nada se disuelve, nada se destruye, nada se domina, todo se integra.

La iglesia vacía es análoga a la España vacía. Es la que ya no da vida, no la reproduce. Es la que ha dejado de comunicarse e intercambiar. La que se ha cerrado en sí misma en una comodidad identitaria que ya no quiere luchar, que no necesita a nadie, ni busca ser parte de algo más grande que la retroalimente. Que no acepta los desafíos y los condena a priori. La que cree que sólo se trata de obtener recursos materiales cuando en realidad ha perdido sus recursos espirituales. La que se enmascara de pasados perimidos, creyendo que por solo disfrazarse con entretenimientos de época, se convierte mágicamente en aquel pasado mítico inexistente. El poliedro en cambio, integra el pasado porque acepta su fuego, sabe abandonar a tiempo sus pesadas estructuras obsoletas que lo apagan y se inclina humildemente para pedir perdón y corregir sus errores y daños, abandonando todo triunfalismo.

Poliedro es Comunión con las diferencias

Poliedro y Periferia son categorías evangélicas que ha tomado Francisco y que definen nuestro blog. Hoy comenzaremos por el primero y nadie mejor que el Papa para definirlo: “El modelo no es la esfera, que no es superior a las partes, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros. El modelo es el poliedro… confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad… recoge lo mejor de cada uno. Allí entran los pobres con su cultura, sus proyectos y sus propias potencialidades.” Evangelli Gaudium, 236.

La paz y fraternidad cristianas no son fruto de la uniformidad impuesta, sino que implican tensiones. “Nosotros estamos en la época de la globalización, y pensamos en qué es la globalización y qué sería la unidad en la Iglesia: ¿tal vez una esfera, donde todos los puntos son equidistantes desde el centro, todos iguales? ¡No! Esto es uniformidad. Y el Espíritu Santo no construye uniformidad. ¿Qué figura podemos encontrar? Pensemos en el poliedro: el poliedro es una unidad, pero con todas las partes distintas; cada una tiene su peculiaridad, su carisma. Esta es la unidad en la diversidad. Es por este camino que nosotros cristianos realizamos lo que llamamos con el nombre teológico de ecumenismo.” (visita a Pastor Protestante en Caserta, 28 de agosto de 2014).

El Papa Francisco propone la imagen del poliedro como camino hacia la comunión en las diferencias. La sinodalidad en la que insiste tanto, es este camino, no una estrategia demagógica de gobierno. La realidad es poliédrica y la convivencia está llena de conflictos. Pero estos pueden ser fecundos si se busca armonizarlos en vez de anularlos, lo cual solo alimenta ollas a presión a punto de estallar. En el poliedro social y eclesial es posible recoger lo mejor de cada uno. A este respecto el Papa dice algo sumamente interesante: “aun las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse”. Se prioriza así el pecador amado por Dios sobre el pecado.

La solidaridad es un modo de hacer la historia, un proceso donde “la unidad es superior al conflicto y el todo es superior a la parte” (FT). En esta historia, los conflictos pueden alcanzar una unidad pluriforme que expande la vida. No es un sincretismo ni la absorción de uno por otros sino la resolución en un plano superior que conserva en sí lo valioso de las polaridades en pugna.

En la Historia de la Salvación hay cosas buenas mezcladas con malas, como el trigo con la cizaña. Esto no es relativismo, sino discernimiento, no sea que terminemos por rechazar o quemar cosas buenas. No hay nadie tan malo que no tenga algo bueno, ni alguien tan bueno que no deba rectificar algo. Necesitamos una mirada de fe para creer en la positividad del trigo, en la potencialidad de la mecha humeante y la caña partida, para no distraernos con la persecución enceguecida de la cizaña.

Hay que salir de la mentalidad “anti” para pasar a la actitud misionera de “hacer el cristianismo” como Jesús. Es la propuesta del Vaticano II cuando salió de la lógica amurallada y defensiva anti-ilustración, anti-protestante, anti-judíos, etc. para pasar a de la valoración de todo lo bueno que ya existe y el anuncio del Evangelio para compartir los gozos y esperanzas de los hombres, sanar sus heridas y ser signo de Comunión.

Ello nos aleja de las posturas quejosas y alarmistas de los profetas de calamidades. Dios aprecia la bondad que hay en cada uno y comienza su Redención con los pecadores: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Lc 5, 35) y los crucificados de este mundo: “bienaventurados los pobres, los que sufren, los que son perseguidos, etc. (Lc 6, 20)

Pero Jesús también asume no solo a los pecadores y descartados del mundo, sino a los otros que, sin saberlo, le dan de comer (Mt 25, 35) o trabajan por el Reino: «No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro” (Mc 9, 38-40). El Evangelio es un camino de integración poliédrica de los diferentes en una nueva unidad, porque para Jesús la comunión es más importante que la diferencia.

Dice Francisco: “entre ustedes hay personas de distintas religiones, oficios, ideas, culturas, países, continentes. Hoy están practicando aquí la cultura del encuentro, tan distinta a la xenofobia, la discriminación y la intolerancia... Entre los excluidos se da ese encuentro de culturas donde el conjunto no anula la particularidad…me gusta la imagen del poliedro, una figura geométrica con muchas caras distintas que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan la originalidad. Nada se disuelve, nada se destruye, nada se domina, todo se integra.” (Encuentro Mundial de Movimientos Populares 28-10-2014).

La uniformidad no es católica... La unidad católica es diversa, pero es una. ¡Es curioso! El mismo que hace la diversidad, es el mismo que después hace la unidad: el Espíritu Santo. Hace las dos cosas: unidad en la diversidad. La unidad no es uniformidad, no es hacer obligatoriamente todo junto, ni pensar del mismo modo, ni mucho menos perder la identidad. La unidad en la diversidad es precisamente lo contrario, es reconocer y aceptar con alegría los diferentes dones que el Espíritu Santo da a cada uno, y ponerlos al servicio de todos en la Iglesia. La unidad es saber escuchar, aceptar las diferencias, tener la libertad de pensar diversamente, y manifestarlo. Con todo respeto hacia el otro, que es mi hermano. ¡No tengáis miedo de las diferencias! (A las Asociaciones Carismáticas de Alianza, 31-10-2014)

Poliedro y encuentro

Poliedro: antídoto del fundamentalismo y el relativismo

El fundamentalismo es el cercenamiento de alguna verdad desvinculada de la totalidad de los factores, “una verdad que se ha vuelto loca” (Chesterton). Paradójicamente, por ejemplo, la obsesión ortodoxa por afirmar ciertas verdades (“Santificado sea tu nombre”, por ej.) y olvidarse de otras (“construir el reino y su justicia”) termina convirtiéndose en una herejía (hairetikós) espiritualista y desencarnada.

Resulta curioso que la mayoría de las llamadas herejías en la historia de la Iglesia, han provenido de visiones rigoristas (vb. J. Guitton, Las Crisis de la Iglesia). No en vano dice Francisco que detrás de un rígido siempre hay un hipócrita. Tenemos el ejemplo cercano de grandes fundadores tenidos por campeones de la ortodoxia y salvadores de la iglesia, que luego resultaron ser pederastas y cometer otros abusos derivados del poder que les confería esta áurea. Los mayores enemigos de Jesús no son los pecadores “oficiales” sino fariseos, campeones de la defensa de la ley, tan engañados con sus falsos méritos que no reconocen al Dios entre nosotros.

El poliedro no es maniqueo, no es “anti-mal” o “cazador de brujas”, sino “pro-bien”, porque el mal como decía San Agustín, es “la ausencia de bien debido”. La Redención en cambio, es el tsunami de la multifacética Misericordia de Dios que arrasa toda discordia y transforma nuestras vidas resecas por el egoísmo. Mientras el mal moral es un desorden intencional de bienes elegidos que produce daño, el bien es la afirmación del Ordo Amoris, el orden del Amor de Dios manifestado en la Creación y la Redención, don y tarea, gracia y libertad. Es el Reino de Dios entre nosotros, un proceso, una historia, un “ya” que se consumará en la Parusía.

El otro extremo es el relativismo, no sólo teórico (Ratzinger), sino cotidianamente “práctico” como insiste Francisco. Es una renuncia a la posibilidad de la verdad como un bien esencial para los seres humanos. Es una postura que muchas veces nace del rechazo (K. Popper) a los fundamentalistas de Dios, la Patria, la clase social, el mercado, etc., que han hecho mucho daño a la humanidad como ejemplifican las guerras mundiales y todos los sistemas totalitarios. Pero este extremo opuesto es la exaltación del subjetivismo. No advierte que cuando la verdad no existe, sólo cuenta la imposición de las subjetividades más poderosas, que, de modo violento o sutil, dominan para satisfacer sus intereses particulares en desmedro de los demás y el bien común.

Abrazo-Papa_anciana

Poliedro es la reconciliación con la Historia y la Tradición

La iglesia vacía es análoga a la España vacía. Es la que ya no da vida, no la reproduce. Es la que ha dejado de comunicarse e intercambiar. La que se ha cerrado en sí misma en una comodidad identitaria que ya no quiere luchar, que no necesita a nadie, ni busca ser parte de algo más grande que la retroalimente. Que no acepta los desafíos y los condena a priori. La que cree que sólo se trata de obtener recursos materiales cuando en realidad ha perdido sus recursos espirituales. La que se enmascara de pasados perimidos, creyendo que por solo disfrazarse con entretenimientos de época, se convierte mágicamente en aquel pasado mítico inexistente. El poliedro en cambio, integra el pasado porque acepta su fuego, sabe abandonar a tiempo sus pesadas estructuras obsoletas que lo apagan y se inclina humildemente para pedir perdón y corregir sus errores y daños, abandonando todo triunfalismo.

Ese narcisismo localista es un espíritu cerrado que por temor prefiere crear murallas para autopreservarse. Pero no es posible ser sanamente local sin una sincera y amable apertura a lo universal y viceversa: “una cultura sin valores universales no es una verdadera cultura” (FT 146). Sin dejarse enriquecer por otras culturas o solidarizarse con los dramas de los demás pueblos, que son los propios de una u otra manera, porque todo está conectado.

También en el poliedro del Dios de la Vida, los muertos cuentan y merecen nuestra consideración. No solo porque “somos enanos subidos a los hombros de gigantes” (Bernardo de Chartres) sino porque nos sentimos parte de un pueblo que no nace de un proyecto racionalista autosuficiente sino en una historia y un entramado de vidas pasadas que llegan hasta el presente con su legado. La Historia de la Salvación es verdadera historia porque nadie está solo, sino que, ante todo, pertenece a una familia con continuidad en el tiempo. “El tiempo prevalece al espacio”.  Miente quien dice que solo somos individuos sin naturaleza, sin historia, sin pueblo…y por lo tanto sin Dios hecho historia.  Un vacío así, no lo llena todo el consumismo del mundo.

Toda la naturaleza es un anhelo de complementariedad, de armonía. El reduccionismo a un individuo neutro, sin diferencias, global, sin pueblo, sin historia, sin trascendencia, etc. es solo un individuo consumista, manipulable, imposible de complementarse con un distinto, que solo es un competidor en este mundo de “competencias”.

 Las flagrantes desigualdades económicas, sociales, etc. no se solucionan con el odio destructivo del otro, que solo cambia al dominado por el dominador. Ni con la homogenización que destruye las identidades con una modernidad líquida, amor líquido, familia líquida, etc. (Z. Bauman). 

La propuesta evangélica del poliedro nos invita a poner en juego las tensiones, agravadas por el ego y el pecado, con la complementariedad de los talentos diferentes dados por Dios y la cultura del encuentro que deriva de una Misericordia más grande que vive entre nosotros.

Guillermo Jesús

poliedroyperiferia@gmail.com

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