Batman en Barcelona: El Caballero del Dragón saldrá a la luz el 29 de mayo. No estamos recomendando un comic, aunque sea una fantástica noticia (ni mucho menos). Esto es una excusa para poner un tema sobre la mesa: que cuánto más se acerca el ser humano a la precisión tecnológica, más se aleja de las otras cuestiones (morales, psicológicas, éticas, religiosas) que le conciernen a su vida diaria, pero que no caben en la Ciencia, y que tiene que recuperar por otros caminos.
Lo mío no es el comic, sinceramente. Es más, nunca me apasionaron los cuentos con ilustraciones, porque los dibujos del papel no solían coincidir con los dibujos que se formaban en mi cabeza mientras leía. Las pocas veces que me acercado a una librería especializada ha sido, o bien para hacer un regalo, o bien en compañía de mi hermana, para hacer un regalo. Creo que, aunque lo he intentado, lo más parecido a un comic que he leído ha sido Calvin y Hobbes. Hace unos años me llevaron al Salón del Comic de Madrid, y lo único que recuerdo fue a unos chavales, ya creciditos, disfrazados de personajes manga, subidos a una tarima cantando apasionados canciones en japonés. Si alguien me pide que defina lo que es el friquismo, he ahí su interpretación.
Creo que el ejemplo extremo de cómo me aburren los comics es que nunca he sido capaz de pasar de la segunda o tercera página de Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay (2000), de Michael Chabon, y eso que la novela va de artistas judíos en Nueva York, tema con el que espero ganarme la vida algún día.