Con los ojos de Jesús

Nos enseñaron una religión basada en un Jesús de Nazaret mucho más como Dios que como ser humano. Escuchábamos la Palabra de los evangelios desde el desenlace victorioso de la Resurrección y no desde el conflicto que vivió el Hijo del Hombre por amar, encarnado en un judío de Galilea con todo el peso socio-religioso y cultural que imperaba en aquél lugar y el momento histórico que le tocó vivir. Y desde esa realidad, su humanidad padeció el sufrimiento, la incomprensión, el fracaso y la traición.

Aún así, renunció a privilegios divinos o humanos de cualquier tipo, dejando bien claro que el poder mundano no formaba parte de su Reino; es más, lo rechazó expresamente en varias ocasiones que le hubiese venido muy bien tenerlo. Por tanto, en lugar de leer y meditar los evangelios desde la victoria final (que llegará porque Dios cumple sus promesas), es preciso repensarlos para acertar en el cómo, en la actitud que mostró el Maestro sin los atajos que tanto nos gustaría transitar para eludir aquellas experiencias de sufrimiento, incomprensión, fracaso y traición. No es que hay que ir a buscarlas, como tampoco lo hizo Jesús, sino arrostrarlas cuando lleguen por ser fieles al evangelio.

Jesús no tenía como meta de su vida sufrir ni buscó la muerte; por el contrario, para Jesús y para el Padre, el sufrimiento de los hombres, especialmente el de los más vulnerables, era el epicentro del proyecto de Dios. Anunciar al Dios liberador y amor se da de bruces contra el dios dominador y opresor aunque sea en forma de una religión entendida desde el poder humano. Jesús estimula la acción solidaria, comprensiva, liberadora... Toda su actividad está centrada en ayudar y compartir anunciando con hechos que en esta dirección encontraremos nuestra alegría, la realización personal, el amor y la fraternidad.

Oremos pues en meditación sobre las actitudes de Jesús, pensando en las dificultades que tuvo, en las tentaciones humanas que superó a base de oración y aceptación de la voluntad del Padre. Qué fácil lo hubiese tenido con aflojar un poco la crítica a los escribas y fariseos para hacerse un hueco de prestigio a cambio de descafeinar su Mensaje. No reflexionamos suficiente sobre el aparente fracaso que se fue labrando poco a poco, cuando a medida que se mantenía fiel, se sentían cuestionadas las autoridades teocráticas judías. Su fidelidad acabó muy mal de tejas abajo pues apenas un puñado de mujeres y el discípulo más jovencito estuvieron cerca en la crucifixión, despreciado por todos. De tejas abajo, Jesús fracasó porque el pueblo que le aclamó en muchas otras ocasiones le abandonó; fue incomprendido y traicionado, sufrió.

Han pasado los siglos y el amor, como el germen de mostaza, ha convertido a Jesús en el motor de la Historia. Pero nuestro ejemplo está diluido en el consumismo y la estructura de poder de las instituciones religiosas se mantiene en el Primer Mundo alejadas de las enseñanzas y prácticas de Jesús (Estado vaticano con inmunidades a la cabeza de un aparato que tampoco hoy goza de ser ejemplar, ni mucho menos). El mismo Papa Francisco es torpedeado desde dentro porque los cambios que propugna se ven casi como blasfemos al pretender una Iglesia Pueblo de Dios a la que le estorba las mismas cosas que atesoraban los jerarcas judíos del tiempo de Jesús. Diríase que existe una similitud en las críticas fuertes de Jesús a la hipocresía y la soberbia de los doctos religiosos de entonces con las denuncias del Papa actual.

El triunfo de Cristo no lo llegó a ver Jesús de Nazaret. Y eso nos asusta, porque queremos el éxito de nuestros desvelos ahora y aquí para disfrutar de la vanagloria de sentirnos queridos por todos. Pero el camino de la Verdad pasa por desprendernos de nuestros rangos privilegiados materiales para luchar con las armas de la fe, la esperanza y el amor, sin actitudes arrogantes que reproducen demasiado bien los escenarios por los que tuvo que transitar Jesús... de una determinada manera. Que el Reino de Dios no es el nuestro. Necesitamos trabajar fijos los ojos en Jesús, el que pateó Palestina codo a codo haciendo el bien. Lo demás vendrá por añadidura.
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