Siendo preguntado Jesús por el mandamiento mayor, muestra que hay dos mandamientos superiores, no uno, porque en el fondo es un solo mandamiento. Es imposible amar a Dios si no se ama al prójimo Ama y haz lo que quieras

Evangelio del 31º domingo del tiempo ordinario. Ciclo B. 31-10-2021.

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En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?»

Respondió Jesús: «El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser." El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos.»

El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.»

Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios.» Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.                                                                                                                                                       Marcos 12, 28b-34

La pregunta clave que hemos de hacernos en nuestra vida es «¿Qué es aquello que da sentido y convierte cualquier otra cosa en secundaria?» Se trata de una reformulación de la pregunta que el versado en leyes hace a Jesús: «¿Cuál es el primer mandamiento?». Se trata de un planteamiento que debe ser entendido a la luz de la dinámica que el judaísmo de la época de Jesús vivía sobre el cumplimiento de la ley de Dios y el castigo asociado a su incumplimiento. Era un lugar común para muchos judíos afirmar que la situación de postración ante los distintos imperios que les había sometido, en esa misma época era Roma, se debía al castigo derivado del incumplimiento de la ley. Dios utilizaba a las potencias extranjeras para castigar el incumplimiento de su ley. Esta fue la interpretación de los redactores de la Biblia en el Exilio en Babilonia y tras la vuelta a Israel entre los siglos VI y IV antes de Cristo. Por los muchos incumplimientos, Dios había permitido que Nabucodonosor hiciera prisionero al pueblo y destruyera su Templo, aquel que supuestamente les había mandado construir. Por sus rebeliones ante Dios, ahora debían pagar. Este mismo esquema de pensamiento se extiende hasta la dominación romana. Muchos escribas y fariseos interpretan que solo el cumplimiento estricto y exacto de la ley divina les otorgará el favor de Dios y les liberará de la opresión.

La pregunta dirigida a Jesús va por este camino. Puesto que hay muchos preceptos, cuál de ellos es el principal, y por tanto, cuáles serían secundarios. La respuesta de Jesús, viendo que aquello tenían una aviesa intención, es recurrir al origen de las normas: el amor a Dios sobre todas las cosas. Pero, Jesús añade el amor al prójimo como precepto vinculado al primero. De tal modo que no habría amor a Dios sin amor al prójimo, pues en este último se sustancia aquél. Siendo preguntado Jesús por el mandamiento mayor, muestra que hay dos mandamientos superiores, no uno, porque en el fondo es un solo mandamiento. Es imposible amar a Dios si no se ama al prójimo. Todo lo demás es secundario, todo lo demás está en relación a estos dos mandamientos. Por eso, el jurista saca la consecuencia y muestra la hipocresía de su pregunta: «Muy bien, Maestro, tienes razón en lo que dices…». Deja claro que aquello era una trampa para ver si Jesús se dejaba enredar en las cuestiones disputadas entre los judíos. Jesús no se deja enredar porque va a la esencia de la fe. En esa esencia no caben ni lo sacrificios ni los holocaustos. Todo eso no vale nada en comparación con el amor a Dios y al prójimo. Y así lo reconoce el jurista. Jesús se da cuenta de que si eso es reconocido, el Reino de Dios está cerca, pues el Reino no se construye con misas ni con ritos; no se construye con fórmulas litúrgicas ni con precisos rituales. El Reino de Dios se construye con el amor que es capaz de cambiar de forma radical el mundo. Se trata de un amor radical que solo se centra en lo esencial, en la clave para entender las relaciones entre Dios, el ser humano y la realidad. El amor, entendido como fuerza transformadora, es el que realmente libera, no el cumplimiento de normas y preceptos.

Si nos dedicamos a cumplir preceptos, nos perderemos lo más importante de la vida: vivir. El precepto mata. Ama y haz lo que quieras.

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