Fallecimiento del Obispo de Roma In memoriam: "La revolución de la ternura"
Algunas anotaciones personales desde el corazón
| Hanzel J. Zúñiga Valerio

Hace unos años, cuando Religión Digital pidió a sus colaboradores escribir un texto de respaldo a las reformas del obispo de Roma Francisco, recordé la tarde de su elección. Señalé algunos "símbolos del despojarse" [1] vistos ese día en el balcón de la Plaza de San Pedro y hoy no puedo dejar de hacer memoria, con dolor pero con profundo agradecimiento, de estos doce años de pontificado que han marcado un nuevo estilo en cómo la Iglesia se debe acercar al mundo.
Jorge Mario Bergoglio fue el primer papa que no participó directamente del acontecimiento llamado Vaticano II. Después de la muerte de Juan XXIII y Pablo VI, los papas del Concilio, se había experimentado un clima de freno a las reformas impulsadas en los años 60. Varios teólogos, peritos del Concilio, como Karl Rahner y Hans Küng, habían descrito los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI como un "invierno eclesial". No es este el momento de entrar en la polémica de la continuidad, la ruptura o la "reconciliación" que habría significado el Vaticano II en la historia reciente de la Iglesia Católica. Solo quiero destacar aquí que, siendo Francisco el primer papa que no fue "padre conciliar", inauguró una nueva etapa en la recepción del Concilio, una "primavera eclesial" que logró salirse de los esquemas tradicionales del "progresismo" o "conservadurismo": "No defiende una posición liberal, sino una posición radical en el sentido originario de la palabra, esto es, que se retrotrae a la raíz (radix)". Por eso, "Él no encaja en ningún esquema, ni tradicionalista ni progresista. Al tender puentes hacia el origen y la fuente, se ha convertido en constructor de puentes hacia el futuro" [2].
Francisco fue un radical, sí. En este sentido su vuelta al Vaticano II fue un retorno al Evangelio sin más. Por supuesto que esta propuesta asustó a muchos, en particular a quienes entienden la Iglesia como garante de una "doctrina monolítica", por lo que dejó claro desde el inicio de su pontificado cómo el Evangelio posee una riqueza que no se agota en la diversidad de líneas de pensamiento dentro de la comunidad de fe [3]. Hizo suya una actitud muy propia de los orígenes del movimiento de Jesús: no se trata de uniformidad, sino de unidad para el diálogo en la diversidad (Hechos 15 como modelo sinodal). Y ese programa ad intra del catolicismo lo llevó consigo al diálogo ecuménico e interreligioso, entendiendo que Dios no es propiedad de nadie, sino defensor de todas las personas. Así lo proclamó con el Imán Ahmad Al-Tayyeb en Abu Dabi: "En el nombre de Dios y de todo esto […] 'asumimos' la cultura del diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio" [4].
La verdad profunda del Evangelio nos hace salir de nuestras comodidades. Nos obliga a escuchar en las crisis a Dios. Esto nos descoloca. En aquella oración extraordinaria al inicio de la pandemia en marzo de 2020 nos recordó que "Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos" [5]. Fue una llamada para toda persona, pero que resonó primero "en casa", en la Curia Romana y en los estamentos jerárquicos, porque siempre habló del "clericalismo" y de la "mundanidad espiritual" (frase tomada de Henri de Lubac) como graves pecados que viven de la rigidez: "Nos corresponde, pues, discernir, comprender lo que la contemporaneidad nos pide, pero teniendo presente que la rigidez no es cristiana, porque niega el movimiento del Espíritu. La rigidez es sectaria. La rigidez es autorreferencial. La rigidez es una herejía cotidiana" [6].
Dicha rigidez impide reconocer el proyecto de fraternidad universal, "proyecto de hermanos" diría José Ignacio González Faus, al cual estamos llamados y sobre el cual hizo hincapié. Sus constantes señalamientos contra la guerra y sus promotores, colocando nombres y apellidos en lo que respecta a la crisis ecológica vinculada con la crisis social en una economía de acumulación del capital, demostraban esa claridad evangélica que molestaba a muchos porque no disociaba la vida y la fe, así como tampoco lo hacía Jesús. Tenía claro que las decisiones económicas implican a todas las personas y nos terminan matando si solo abogan por el individuo aislado: "El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal" [7]. La espiritualidad cristiana debe encarnarse, comprometerse, implicarse en la política y la sociedad.
No podría hacer un balance de su pontificado en todos los aspectos. Esa no es mi intención. Otros y otras, con más maestría que yo, lo harán. Quedan en el tintero muchos otros asuntos: su apertura en temas sociales y políticos, su ida ad extra que prefiere "Iglesia accidentada" antes que una "Iglesia acomodada", su mano firme en la atención de la crisis de los abusos a menores en la Iglesia, su discusión en torno al papel de la mujer en la Iglesia (reiterando la negativa a la ordenación femenina, pero nombrando a mujeres en puestos de poder de la Curia), su ambivalencia al afirmar el Catecismo con respecto a la homosexualidad, pero también hasta llegar al punto de bendecir personas que viven en uniones del mismo sexo, etc.
Sí quisiera, como biblista, recordar su llamada de atención a quienes tenemos una responsabilidad más allá de los escritorios. En su Carta Apostólica Scriptura Sacrae Affectus, con ocasión del XVI centenario de la muerte de San Jerónimo, subrayaba cómo el estudio científico de la Biblia tiene una alta dimensión "diaconal": se pone al servicio de quienes no pueden comprender la Palabra de Dios en razón de las distancias temporales, espaciales y culturales. Así pues, nuestro trabajo está en función del Pueblo de Dios porque traducir no es solo "pasar" palabras, incluso es más que interpretar, es crear puentes de comunicación y espacios de hospitalidad:
[…] la traducción no es un trabajo que concierne únicamente al lenguaje, sino que corresponde, de hecho, a una decisión ética más amplia, que está relacionada con toda la visión de la vida. Sin traducción, las diferentes comunidades lingüísticas no podrían comunicarse entre sí; nosotros cerraríamos las puertas de la historia y negaríamos la posibilidad de construir una cultura del encuentro. En efecto, sin traducción no hay hospitalidad y se fortalecen las acciones de hostilidad. El traductor es un constructor de puentes. ¡Cuántos juicios temerarios, cuántas condenas y conflictos surgen del hecho de ignorar el idioma de los demás y de no esforzarnos, con tenaz esperanza, en esta prueba infinita de amor que es la traducción! [8].
Dicho de otro modo, toda la labor de la Iglesia y en la Iglesia debe estar radicada en el servicio a la humanidad. La Iglesia no debe ser la institución egocéntrica que a veces es, sino que su razón de ser es el Reino de Dios predicado por Jesús. Salir de nosotros mismos y apostar por lo novedoso da temor, en particular con estructuras institucionales de tanto peso, pero es necesario. Cuando alguna vez se le preguntó cuál era la reforma más urgente que necesitaba la Iglesia respondió sin titubeos "¡La reforma del corazón!" [9]. Solo así la comunidad de discípulos de Jesús puede ser auténtica pues "[...] al final de la existencia no se nos exigirá que hayamos sido creyentes, sino creíbles". En el cristianismo de los orígenes, el testimonio era la carta de presentación. En ese sentido, "Crecemos por atracción, no por proselitismo" porque el cristianismo es un estilo de vida revolucionario, es "La revolución de la ternura" [10].
¡Gracias, Francisco, por recordarnos esto con palabras, pero, sobre todo, con tu forma de vivir!
Referencias
[1] Cf. Teología para una Iglesia en salida: símbolos del despojarse
[2] W. Kasper, "Introducción": Papa Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, Santander: Sal Terrae, 2014, p. 14-15.
[3] Cf. Evangelii Gaudium n° 40. En la edición recién citada, p. 54.
[4] Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (8 febrero 2019), p. 10.
[5] Momento extraordinario de oración presidido por el Santo Padre (27 de marzo de 2020) | Francisco (Consultado en línea el 21 de abril de 2025)
[6] Francisco, Esperanza. La autobiografía, Bogotá: Plaza Janés, 2025, p. 320.
[7] Francisco, Carta Encíclica Fratelli Tutti n° 168, Estella: Verbo Divino, 2020, p. 111.
[8] Francisco, Carta Apostólica Scriptura Sacrae Affectus, Ciudad del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 2020, p. 45-46.
[9] Che tempo che fa | L'intervista integrale a Papa Francesco (youtube.com) (Consultado en línea el 21 de abril de 2025).
[10] Francisco, Esperanza. La autobiografía, Bogotá: Plaza Janés, 2025, p. 319, 321 y 324.