¡Ay de mí si no evangelizara!

Desde hace ya varios años venimos hablando de la descristianización de Europa y de algunas naciones de América Latina. Es verdad que no hay que absolutizar los números de las estadísticas, pero éstos suelen darnos pistas para entender cómo y por dónde van las cosas. En América Latina, llamado “continente de la esperanza”, estamos viendo el fenómeno de la disminución de los católicos. Países donde hasta hace poco eran mayoría, ahora los católicos son una extrema minoría.

Lo podemos comprobar en Centro América, donde la casi totalidad de las naciones arroja un porcentaje menor del 50% de católicos. Quizás el más dramático de estos casos sea Honduras, que según recientes estudios arroja un 33% de la población global que se identifica como católicos. Un país donde se desarrollaron las comunidades eclesiales de base, los ministerios laicales y los delegados de la Palabra y que fue punto de referencia para otros tantos países, ahora está en una situación muy peculiar.

En Venezuela no escapamos de esto. Sigue la disminución del número de católicos. Hacia la década de los 80 se podía asegurar que teníamos un porcentaje cercano al 90 % de católicos. Hoy, según estudios recientes estamos en un 73%. Hay regiones en las cuales incluso el número de católico está bajando el 50%. Si a esto unimos otro dato de importancia podríamos decir que la situación es preocupante y alarmante: apenas el 5 % de la población que se confiesa católica acude semanalmente a la eucaristía dominical.

Según estudios de hace poco tiempo para acá, ha disminuido el número de los católicos y se mantiene más o menos estables el de los protestantes (que incluyen los evangélicos y pentecostales). Ha crecido el número de participantes de grupos pseudo-religiosos de carácter esotérico (santeros y paleros); pero llama poderosamente la atención el crecimiento vertiginoso de quienes dicen no creer en Dios o no querer pertenecer a la Iglesia o de alejados de la misma y de la práctica personal y comunitaria de la fe.

Cuando se trata de ver las causas, todos apuntan a hechos y situaciones o tendencias externas; solemos decir que se tata de la influencia de las sectas; del secularismo y del relativismo ético. También se habla del paso de una sociedad y cultura de carácter rural a una más urbana con los efectos que de acá se desprenden. No deja de haber razón en esto. Y es importante tenerlas en cuenta a la hora de hacer estrategias pastorales.

Los católicos, laicos y ministros ordenados, así como los miembros de la vida consagrada, solemos siempre buscar esas causas fuera de nosotros. Es generalizada la actitud de hacer diagnósticos de las situaciones. Queremos leer esas situaciones como “signos de los tiempos” pero quedándonos allí. Sin embargo hay una falla muy grave: no nos situamos nosotros mismos dentro del panorama para ver nuestras responsabilidades. ¿Cuál es nuestra cuota de responsabilidad? ¿No habría que buscar las causas también dentro de nosotros mismos?

Revisemos algunas cosas que nos den señales para entender que no siempre todas las causas son de carácter externo. Mencionemos algunas de ellas: ¿Por qué no revisar la educación católica? ¿Es verdaderamente considerada como bien lo plantea el magisterio eclesial (especialmente latinoamericano) como una educación evangelizadora? ¿Por qué de nuestras escuelas católicas no salen ni líderes cristianos eclesiales ni mucho menos vocaciones sacerdotales y religiosas? ¿Por qué en nuestras escuelas y universidades católicas además de insistirse muy poco en la dimensión testimonial del cristiano, tampoco se conoce la Doctrina Social de la Iglesia?

¿Por qué sigue costando implementar el Concilio Plenario de Venezuela? Por ejemplo, en lo referente a la promoción de las comunidades eclesiales que podrían y deberían ser un instrumento para acercarse más a la gente y brindarle la formación necesaria para enfrentar las diversas situaciones que se viven en el país. ¿Por qué a todos los agentes de pastoral nos gusta más hablar de política que del Evangelio y del mensaje social de la Iglesia? ¿En relación a temas candentes pero importantes como el de la ideología de género y el mal llamado matrimonio igualitario, el aborto y el tráfico de personas por nuestras fronteras, preferimos decir que son temas secundarios y no presentamos la doctrina de la Iglesia al respecto? Y así podríamos mencionar muchos otros temas o situaciones que ameritan nuestra reflexión y toma de posición desde la Palabra de Dios.

Hace falta enfatizar más en la evangelización. Pero, cuidado, ésta no se puede reducir a planes pastorales y estrategias de acción eclesial (que se requieren ciertamente) o a operativos misioneros periódicos. Se necesita una audaz acción evangelizadora. Bien sabemos que la evangelización es la esencia y la vocación de la Iglesia. Esta existe para evangelizar nos recordaba Pablo VI. Si la Iglesia no evangeliza se va minimizando y se va encerrando en lo apenas necesario, hasta caracterizarse por la mediocridad.

Cuando la Iglesia asume de verdad la evangelización, experimenta lo que sintieron y anunciaron los primeros cristianos en el libro de las Hechos. Se iba aumentando el número de los que querían salvarse. Entonces, salta hasta nosotros una interrogante clara: ¿no será, apoyada por otras causas externas, la razón de ser de la disminución de los católicos en muchos de los países tradicionalmente conocidos como “católicos”? Si de verdad se toma en serio la evangelización habrá vocaciones, surgirán muchos laicos más comprometidos, se consolidarán los hogares cristianos, brillará la luz del Evangelio a través del testimonio de los cristianos

San Pablo nos ofrece una enseñanza muy directa acerca de esto. Él confesaba que su vida era Cristo y animaba a todos a imitarlo. Felicitaba a las comunidades eclesiales donde no sólo se había aceptado el Evangelio sino que también se había animado a difundirlo para que cundiera el mensaje de salvación. El había dado el ejemplo al ser un evangelizador. Más aún, se lo puso como condición. Así lo podemos ver en la famosa expresión que gritara en la Primera Carta a los Corintios: ¡Ay de mí si no evangelizara! En el fondo, se está autodesafiando: si él no evangelizara, sencillamente no podría decir que su razón de ser y de vivir es Cristo. Estaría encerrado, a lo mejor en actitudes pietistas… Desde su conversión entendió que su vocación y misión era la evangelización.

En la hora actual de Venezuela –y del mundo- en medio de tantas oscuridades, lo que en verdad la Iglesia debe seguir haciendo es EVANGELIZAR. Al cumplir con esta vocación, no se está aislando de la realidad. Al contrario; pues estará cumpliendo la tarea de ser luz para la nación con la fuerza transformadora y liberadora de Cristo. En este sentido, sin darle más vueltas al asunto, los cristianos de Venezuela debemos asumir el reto de Pablo y que cada quien sea capaz de poner en práctica lo que Pablo nos enseña: ¡AY DE MI SI NO EVANGELIZARA!
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