Francisco y pueblos originarios de Chile
En la mayoría de sus servicios informativos, los medios de comunicación lo que más resaltan son conflictos, problemas, denuncias, descalificaciones de los otros, accidentes, robos, etc. Unos subsisten económicamente porque a eso se dedican, y hay público al que le atrae consumir este tipo de noticias y comentarios.
Durante la reciente visita del Papa Francisco a Chile, ¿qué resaltaron? Casi en forma obsesiva y repetitiva, las inconformidades de algunos grupos, muy minoritarios por cierto, la quema de iglesias, las imputaciones contra un obispo a quien se acusa de encubrimiento de un sacerdote pederasta, las peticiones de perdón por los abusos clericales contra menores, los gastos del viaje, etc. Casi nada publicaron de lo que dijo el Papa sobre asuntos de suma trascendencia para la vida social, política y religiosa de esos países. Si usted le pregunta a alguien qué recuerda de esa visita, sólo le hablará de los problemas que difundieron muchos medios no eclesiales, y nada tendrá en cuenta del mensaje evangélico del Papa.
PENSAR
Podría traer a la memoria varios mensajes que tocaron situaciones muy delicadas, sobre todo el problema de la corrupción; pero sólo retomo algo que, por mi cargo en el CELAM para la pastoral con los pueblos originarios, me parece que se debe resaltar.
En Santiago, dijo a las autoridades civiles:“Es preciso escuchar a los pueblos originarios, frecuentemente olvidados y cuyos derechos necesitan ser atendidos y su cultura cuidada, para que no se pierda parte de la identidad y riqueza de esta nación… La sabiduría de los pueblos originarios puede ser un gran aporte. De ellos podemos aprender que no hay verdadero desarrollo en un pueblo que dé la espalda a la tierra y a todo y a todos los que la rodean. Chile tiene en sus raíces una sabiduría capaz de ayudar a trascender la concepción meramente consumista de la existencia para adquirir una actitud sapiencial frente al futuro” (16-I-2018).
En Temuco, al sur del país, con gran población indígena, expresó:“Quiero detenerme y saludar de manera especial a los miembros del pueblo Mapuche, así como también a los demás pueblos originarios que viven en estas tierras australes: rapanui, aymara, quechua, atacameños, y tantos otros. Esta celebración la ofrecemos por todos los que sufrieron y murieron, y por los que cada día llevan sobre sus espaldas el peso de tantas injusticias. Y recordando estas cosas nos quedamos un instante en silencio ante tanto dolor y tanta injusticia. Una de las peores amenazas que golpea y golpeará a los suyos y a la humanidad toda será la división y el enfrentamiento, el avasallamiento de unos sobre otros. ¡Cuántas lágrimas derramadas!
La unidad no nace ni nacerá de neutralizar o silenciar las diferencias. La unidad no es un simulacro ni de integración forzada ni de marginación armonizadora. La riqueza de una tierra nace precisamente de que cada parte se anime a compartir su sabiduría con los demás. No es ni será una uniformidad asfixiante que nace normalmente del predominio y la fuerza del más fuerte, ni tampoco una separación que no reconozca la bondad de los demás. La unidad pedida y ofrecida por Jesús reconoce lo que cada pueblo, cada cultura está invitada a aportar en esta bendita tierra. La unidad es una diversidad reconciliada porque no tolera que en su nombre se legitimen las injusticias personales o comunitarias. Necesitamos de la riqueza que cada pueblo tenga para aportar, y dejar de lado la lógica de creer que existen culturas superiores o culturas inferiores.
La unidad que nuestros pueblos necesitan reclama que nos escuchemos, pero principalmente que nos reconozcamos, que no significa tan sólo recibir información sobre los demás… sino recoger lo que el Espíritu ha sembrado en ellos como un don también para nosotros. Es imprescindible defender que una cultura del reconocimiento mutuo no puede construirse en base a la violencia y destrucción que termina cobrándose vidas humanas. No se puede pedir reconocimiento aniquilando al otro, porque esto lo único que despierta es mayor violencia y división. La violencia llama a la violencia, la destrucción aumenta la fractura y separación. La violencia termina volviendo mentirosa la causa más justa. Por eso decimos «no a la violencia que destruye», en ninguna de sus dos formas.
Estas actitudes son como lava de volcán que todo arrasa, todo quema, dejando a su paso sólo esterilidad y desolación. Busquemos, en cambio, y no nos cansemos de buscar el diálogo para la unidad. Por eso decimos con fuerza: Señor, haznos artesanos de unidad” (17-I-2018).
Y en la Universidad Católica de Santiago, recalcó:“Es indispensable prestar atención a los pueblos originarios con sus tradiciones culturales. No son una simple minoría entre otras, sino que deben convertirse en los principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios” (17-I-2018).
ACTUAR
Estos mensajes valen para toda la Iglesia y para la sociedad. No los echemos en saco roto. Reflexionemos en su hondo contenido humano y cristiano, y también nosotros aprendamos a respetar y valorar a nuestros muy variados pueblos originarios, que no son un lastre, sino una riqueza. ¡Conozcámoslos!
Y seamos críticos, para no dejarnos apabullar por el negativismo informativo de algunos medios.