Orar es imprescindible para el cristiano
Mirada y grito de amor. Sólo quien ama está en disposición de entender estas palabras de santa Teresa. Quien ha descubierto que Dios es amor y le ama personalmente, quien ha descubierto que Dios se interesa por todos los seres que poblamos la tierra, tratará de responder a esa manifestación de amor. Y esa respuesta de amor se puede hacer de muy diversas maneras: en forma de alabanza, de petición, de pregunta, de queja… y Dios escucha siempre el «clamor de su pueblo». (cf. Ex 3, 7)
¿Qué actitudes debemos cuidar para orar bien? En el diálogo personal con Dios es preciso cuidar de manera especial el silencio, tanto el exterior como el interior. Vivimos en una sociedad muy ruidosa, nosotros mismos somos muy ruidosos. Necesitamos hacer silencio. Silencio mientras estamos en el templo, vamos de paseo o mientras estamos en nuestro rincón de oración. Pero necesitamos hacer sobre todo silencio interior, acallar las voces internas que nos hacen estar excesivamente pendientes de nosotros mismos, de manera que podamos escuchar con atención y respeto la Palabra de Dios que es viva y eficaz y que calienta el corazón, como a los discípulos de Emaús.
Otro aspecto al que debemos prestar atención es la sinceridad. La incoherencia, la doblez de corazón, la impureza, el mal trato a los hermanos, el abuso y rechazo a los otros… impiden el encuentro con el Dios del Amor, del perdón, de la fidelidad, de la santidad.
En cambio, el buen ladrón confiesa con sinceridad: «Nosotros, en verdad, recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio este no ha hecho nada malo»; y añadía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino.» (Lc 23, 41-42). En ese diálogo en clima de verdad y de sinceridad pudo escuchar la palabra liberadora y salvadora de Jesús: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso.» (Lc 23, 43)
Hermoso ejemplo de una oración escuchada cuya respuesta fue, ciertamente, más allá de lo que el buen ladrón podía sospechar. Dios no se deja ganar nunca en amor y en generosidad.
Durante esta Cuaresma intensifiquemos los tiempos de escucha personal y de diálogo amoroso con Dios, nuestro Padre, y dejemos que sea el Espíritu Santo quien guíe y acompañe nuestra oración, ya que «el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.» (Rm 8, 26)
† Cardenal Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona