Santuarios marianos
En Lourdes todo comenzó en 1858, cuando Nuestra Señora se apareció a una sencilla adolescente de 14 años, Bernadette Soubirous, en una cueva natural a orillas del río Gave, en pleno corazón de los Pirineos. El paisaje verde y amable, la sencillez y humildad de la receptora de los mensajes, todo habla allí de una fe proclamada con inocencia y sin jactancia, como la de la Virgen misma en el Magníficat.
La escena se ha repetido en otros enclaves en todo el mundo. En Europa, junto con Lourdes son famosos el Pilar de Zaragoza, Fátima, Loreto, Czestochowa, Montserrat y tantos otros. Sin ir más lejos, el Santuario de Nuestra Señora de Misericordia de Reus.
Durante unos años del postconcilio, por una mala interpretación de su espíritu y textos, se menoscabó el valor de las devociones populares, como si fueran residuo de una fe ignorante del pueblo menos instruido. No se tuvo en cuenta lo que los teólogos llaman el sensus fidei, es decir «lo que ha sido creído en todas partes, desde siempre y por todos», según una de sus definiciones.
La Iglesia tiene el deber de podar o rechazar de plano las creencias poco firmes de pretendidos fenómenos espirituales, pero también es su misión estar al lado del pueblo en aquellas devociones que se avienen con la fe y ayudan a amar a Dios venerando las huellas de Jesucristo, la Virgen María o los santos.
El 11 de febrero de este año 2017 el Papa Francisco adoptó una resolución significativa. Mediante la carta apostólica Sanctuarium Ecclesia transfirió las competencias sobre los santuarios católicos, que hasta ahora dependían de la Congregación del Clero, al Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización.
El mensaje es que los santuarios, cada uno con su espiritualidad propia, son instrumentos muy válidos para evangelizar. Dice Francisco: «Pueden ser verdadero refugio para encontrarse a uno mismo y para hallar la fuerza necesaria para la propia conversión».
Con la proclamación de la Palabra y los sacramentos, sobre todo de la eucaristía y la penitencia, son escenarios donde puede abrirse paso la paz en corazones agitados. Visitarlos, a veces incluso como meros turistas, puede convertirse en un aldabonazo para una revisión de vida, para encontrar la fe olvidada o una alegría interior nunca antes experimentada.
† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado