De Sicilia a los Andes

Hay historias que se asemejan más a una novela de aventura, amor y éxitos, como los mejores escritores. Ha caído por azar en mis manos un pequeño libro en italiano con el título de esta crónica y el apéndice de “la historia de nuestros orígenes venezolanos”. Un famoso artista plástico en Asís, Mario Cerruti se ha interesado por conocer sus antepasados que hicieron fortuna en tierras merideñas y en Barranquilla. Su abuelo Augusto Cerruti casó con la nona Modesta y de esa unión nacieron seis retoños. El abuelo trabajaba en un molino de agua en un pequeño enclave llamado Serravalle. Como la situación no le generaba suficientes ingresos decide dejar el oficio y enrolarse en los Carabinieri donde fue aceptado.

Después de ocho años de servicio en su tierra natal, cerca de Spoleto, obtiene su traslado a Sicilia pues allí ganaría el doble, debido a los peligros provenientes de los bandidos que pululaban en la isla. Fue destinado a Enna donde duró poco tiempo, pues con un suboficial les tocó capturar a dos peligrosos bandoleros en medio del bello lago de Pergusa. No les fue difícil capturarlos pero cuando los trasladaban en medio del lago intentaron huir y entrambos, con buena puntería, mataron a los dos fugitivos.

La noticia corrió como pólvora y los superiores les recomendaron a ambos que pidieron traslado a la península pues sus vidas corrían peligro. El abuelo Augusto ni corto ni perezoso pensó que quedarse en Italia no le daba ninguna seguridad. Le escribió a su mujer Modesta, le explicó la situación y le comunicó que se embarcaba para el nuevo mundo, en concreto para Mérida en Venezuela. Corría el verano de 1912. No tenemos datos que expliquen esta extraña escogencia. Lo cierto es que al poco tiempo llegó a La Guaira y emprendió el largo viaje hacia Mérida en una camioneta Ford TT, a la intemperie y sentado en unos rústicos bancos de madera.

En el camino solo encontró un alimento elaborado con harina de maíz, por nombre arepa y unos plátanos fritos. La fruta que le atrajo fue la piña, muy buena y nutritiva. El trayecto del primer día, Caracas Valencia; el segundo Valencia Acarigua y la tercera etapa lo llevó de la ciudad llanera hasta Mérida. Le tocó comer un plato llamado “hervido” con un contorno abundante de un tubérculo local llamado yuca.

Lo sedujo el torrente del río Chama y se acordó de su primitivo oficio de molinero. El sitio que escogió para construir el primer molino de agua fue Escagüey. La molienda de granos fue de alto rendimiento tanto para los campesinos como para el musiú que se “amañó” a la tierra y a la querencia de una bella mujer criolla natural de San Cristóbal con la que había procreado una niña. De pronto se entera de que su mujer, Modesta, decide dejar Italia y venir al encuentro de su marido. Sin pensarlo mucho, Augusto decide huir a Barranquilla donde un amigo italiano Tanino se había instalado, para no toparse con su mujer a quien ya no quería.

Duro golpe para Modesta a quien le costó reponerse pero no se arredró. Vio que el negocio era bueno para sostener a toda la familia. Regresó a Italia a los pocos meses porque una de sus hijas había muerto. Era el comienzo de la primera guerra, 1914, lo que le impidió regresar a Escagüey hasta 1918 en compañía de su hijo mayor Rómulo quien mejoró el molino. Por supuesto que el abuelo Augusto no volvió a Escagüey y se estableció definitivamente en Barranquilla. Rómulo es el padre del autor del libro, quien nunca ha estado en Venezuela. En Escagüey queda el molino y la fábrica de jabón “única” y el viejo puente sobre el río Chama. En el periódico “Patria” del jueves 24 de junio de 1930 hay un reportaje a página completa con el título “Las grandes industrias del Estado. Cruciani Hermanos y Cía. Escagüey, molinos harineros, fábrica de jabón, fábrica de fideos”.

Así se construye la historia y este curioso mestizaje genético y cultural entre el viejo y el nuevo mundo. Una historia de aventura, de amor y de progreso. Así son las cosas.

Cardenal Baltazar Porras Cardozo, arzobispo de Mérida (Venezuela)
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