El arco iris
Llama la atención que, al inicio de la cuaresma (conocida como un tiempo de penitencia y de ayuno, donde se suele privilegiar la característica sacrificial de los creyentes) la Iglesia haga mención del “arco iris” y de lo que ellos supuso. No lo hace como un símbolo cualquiera. Ha acabado el diluvio, y Noé, junto con los suyos comienzan a bajar del arca y a extenderse por la tierra, aún húmeda. Dios toma la iniciativa y, en un modo muy peculiar, realiza un gesto profético: “Yo hago un pacto con ustedes y sus descendientes, con todos los animales que les acompañaron… Hago un pacto con ustedes: el diluvio no volverá a destruir la vida, ni habrá otro diluvio que devaste la tierra”. Al final del desastre, como un compromiso de Dios, realiza un pacto o alianza.
La alianza siempre tiene un signo que la va a recordar en todo momento. En la Biblia, Dios repite esa alianza en varias ocasiones: con Abrahán, Con Moisés y su pueblo en el Sinaí y, en la plenitud de los tiempos, con Jesús, cuya sangre va a sellar la nueva y definitiva alianza. Al terminar el diluvio, Dios se adelanta para tranquilizar a Noé y sus descendientes: se trata de la iniciativa de un Dios de vida y no de muerte. El quiere hacer resurgir de la oscuridad de la tormenta la luz de una nueva forma de relación. Así como en el inicio, del caos y oscuridad que reinaba en la nada, hace surgir la luz. Curiosamente, también es la luz la que aparece creada en primer lugar; ahora, el símbolo que va a poner Dios para su alianza es un signo de luz: el arco iris: “Esta es la señal del pacto que hago con ustedes y con todo lo que vive con ustedes, para todas las edades. Pondré mi arco en el cielo, como señal de mi pacto con la tierra”. Es un signo de la presencia de Dios en la creación y de seguridad de su parte para que demostrar que no sucederá nada en contra de la humanidad.
¿Por qué la liturgia se vale de esta imagen para iniciar la cuaresma en este ciclo “B”? Pueden darse muchas interpretaciones. Pero proponemos tres ideas que nos pueden ayudar: en primer lugar, es una señal del amor de Dios que recupera a la humanidad y con ella a la creación; es un símbolo de luz, que habla del triunfo de ésta sobre la oscuridad; es una llamada a los hombres a vivir en comunión con Dios. En el fondo, estas ideas nos permiten orientar, desde el inicio de este tiempo litúrgico, lo que debe ser la cuaresma. No hay que pensar sólo en términos negativos, como se suele hacer cuando se planifica la cuaresma; como si se tratara de un tiempo de tristeza y de pura renuncia.
La cuaresma es un tiempo particular dedicado a recordar, es decir a hacer presente una realidad fundante para nuestra vida de fe: el amor de Dios sigue actuando en medio de nosotros. De nada vale que hagamos prácticas devocionales a lo largo de las próximas semanas, sino no recordamos que Dios sigue amándonos y para ello estableció el signo de una luz maravillosa para guiarnos y hacernos sentir la fuerza de su misericordia. Dios siempre está dispuesto a recuperarnos, a renovarnos y purificarnos. Y en este tiempo, se nos invita a intensificar, mediante la oración, el ayuno, las obras de misericordia, esa acción re-creadora de Dios, con su gracia y con la fuerza de su amor. No sólo hay que pensar en nosotros. También, `para estar en sintonía con el Papa Francisco, es un tiempo para pensar en la “casa común”, que Dios nos ha entregado no para destruirla sino para hacerla crecer y brillar.
Por otro lado, la cuaresma nos va preparando para la celebración de la Luz, con la pascua de Jesús, el Liberador de la humanidad de esa oscuridad terrible del pecado. Para ello, en estas próximas semanas, la actitud década creyente debe ser la de afinar mejor la visión de la fe, para poder así ver y hacer ver el arco iris de la luz salvífica de Dios. Y, como ya lo indicáramos, tomando la imagen del “arco iris”, el pacto o la alianza apunta también a fortalecer la comunión nuestra con Dios. Comunión que, además, conlleva la fraterna comunión y unidad con los demás hermanos, hijos de Dios.
Desde este símbolo, podemos y debemos aprovecharnos de la gracia que nos ofrece Dios a través de la Iglesia en este tiempo de cuaresma. San Pedro en su Primera Carta, nos recuerda otro contenido que es esencial y que está incluido en el hecho de la alianza de Dios con Noé y la humanidad: “Aquello fue un símbolo del bautismo que actualmente les salva”. Con el bautismo hemos entrado ya en la plenitud de los tiempos y en la nueva alianza. Ahora, como bien lo enseña Pablo en variadas ocasiones, nosotros somos “luz en el Señor”; y, por tanto desde el bautismo, fiel reflejo, donde estemos y vayamos, de ese “arco iris” del Dios de la vida y la salvación. No se debe limitar la vida cristiana a la limpieza de cualquier suciedad corporal; hay que limpiar todo tipo de inmundicia provocada por el pecado con una conciencia pura, nacida y enriquecida por la Resurrección de Cristo.
Toda alianza siempre nos recuerda cómo Dios desde lo oscuro, o desde lo imprevisto, o desde la esclavitud… hace brotar la libertad y la dignidad de la misma humanidad. Cuaresma es un hermoso tiempo para reafirmar esta realidad presente en nosotros. Hemos dejado la oscuridad para ser luz; hemos ido pasando de lo viejo a lo nuevo; hemos dejado lo que nos separaba de Dios para fortalecer nuestra unión con Él y con los hermanos. Todo ello porque formamos parte de la alianza nueva sellada con la sangre de Cristo.
La cuaresma es un tiempo para pensar, renovarnos y mirar hacia adelante; mostrando la luz verdadera, que puede destruir todas las tinieblas que se nos vayan presentando. Para ello, podemos y debemos tener en cuenta lo que el salmista nos invita a cantar en este primer domingo de cuaresma: “Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad para los que guardan tu alianza”. Que esta cuaresma nos ayude a reafirmar que queremos guardar y ser fieles a la alianza de Dios con nosotros.