El profeta
Sin embargo, desde el punto de vista bíblico, la palabra profeta se refiere a la persona que presta su voz y sus labios para anunciar la Palabra de Dios. En hebreo, la palabra nabî indica a quien ejerce esta función en nombre de Dios. Puede haber falsos profetas, que se distinguen por alejarse de quien debería haber inspirado su mensaje.
La tradición escrituraria suele identificar a Moisés como el modelo a seguir por parte de los profetas. Él es considerado también como el “profeta” por excelencia. No sólo porque pronunció las palabras que recibía de Yahvé, sino porque se iba cumpliendo lo que Él enseñaba. Un ejemplo de ello lo encontramos en la liberación de Egipto y posteriormente la realización de la alianza en el Sinaí, con lo cual Dios manifestó que Israel era su pueblo y Él su Dios. Poco a poco, se fue creando la idea de que el modelo de todo profeta era Moisés. Los que fueron surgiendo debían inspirarse en ese modelo y actuar según el estilo personal de cada uno pero imitándolo a él.
El libro del Deuteronomio nos presenta lo que significa el ser profeta y anuncia que se va a dar un Profeta suscitado por Dios mismo. Con eso se avizoraba la figura del Mesías, quien debía manifestarse, al igual que Moisés, como el Profeta que iba a conducir al pueblo y a cumplir la promesa de Yahvé a los primeros padres. En ese libro (Dt. 18,15-20) se nos dan algunas pistas para saber quién cumple con las funciones del Profeta suscitado por Dios.
En primer lugar, surgirá de entre los miembros del pueblo: “de entre tus hermanos como yo”. Es decir, surgirá del pueblo como Moisés mismo lo fue. Las palabras que pronuncie no serán suyas. “pondré mis palabras en su boca”. Quien hable en nombre de Dios con palabras que no son de Él morirá; lo mismo si habla en nombre de dioses extranjeros. A la vez, todo lo que Él diga y enseñe tendrá cumplimiento si lo hace en comunión con Dios. Es decir, el verdadero profeta es aquel que proclama la Palabra de Dios, una Palabra que se cumple. Y el Mesías, será de verdad, entonces un profeta.
Cuando Jesús comienza su ministerio público, se presenta como maestro que enseñaba con la autoridad de un auténtico profeta. Lo que predica se cumple: se sanan los enfermos; los demonios son expulsados y se le someten. Estas y otras manifestaciones hacen que la gente empiece a ver en Él el profeta prometido. En el caso de Jesús, al ir conociéndolo mejor, como nos enseña Juan en su evangelio, nos damos cuenta que es profeta con una enseñanza muy especial que se cumple. El mismo es la Palabra; y quien lo ve a Él, así como quien lo escucha, sencillamente puede ver a Dios Padre. El cumplimento de su profecía comienza cuando se encarna; pero adquiere una mayor relevancia en la Cruz y en la Resurrección, porque se convierte en el Liberador y creador del pueblo de la Nueva Alianza. Es el nuevo Moisés que realiza la nueva Pascua.
La respuesta que todos debemos dar a la profecía, es decir a la Palabra de ese nuevo profeta nos la ofrece el salmista: “¡Ojalá escuchen ustedes hoy su voz! No endurezca el corazón”. Es la actitud sapiencial de oír y luego poner en práctica. Sapiencial, pues conlleva la apertura del corazón y de la mente, actitud propia de quien tiene la sabiduría que viene de Dios.
La Iglesia ha recibido la vocación profética de parte de Jesús. No para aparentar ni para usarla de vez en cuando. En unos momentos puede intensificar su denuncia del pecado y consecuencias; en otros será para alentar y acompañar a quienes lo necesiten. Pero, en todo momento, la Iglesia –y cada uno de sus miembros- debe ejercer la profecía para proclamar la Palabra de Dios; una Palabra que se cumple de muchas maneras, pero de modo particular en el testimonio de vida de cada creyente. Así, se puede decir que se actúa en el nombre del Señor Jesús, el Profeta de los nuevos tiempos.