El cardenal de Barcelona cumple 75 años con la tarea de reflotar la credibilidad de la Iglesia española Juan José Omella, ¿dispuesto a echar el resto?
"Al arzobispo de Barcelona le queda cuerda para rato. Una etapa de tres años como mínimo y de cinco como máximo. El tiempo suficiente para echar el resto y ayudar al Papa a remodelar el mapa episcopal español y poner a nuestra Iglesia a la hora de Roma"
"Subir decididamente a la Iglesia española al carro de la primavera y de las reformas eclesiásticas. Con tres palancas principales: cambio de obispos, cambio de imagen o recuperación de la credibilidad de la institución y sinodalidad"
"Para conseguirlo tendrá que pensar más en el futuro de la institución que en sí mismo y arriesgar, implicarse a fondo, vencer esa tentación tan episcopal de esconderse tras los pliegues de la santa prudencia que oculta una profunda cobardía, y moverse rápidamente y en profundidad"
"Una Iglesia que deje de servir de muleta en sus medios de comunicación a la derecha y se ponga abiertamente del lado de los que, como dice el Papa, tienen derecho a las tres T (techo, tierra y trabajo)"
"Para conseguirlo tendrá que pensar más en el futuro de la institución que en sí mismo y arriesgar, implicarse a fondo, vencer esa tentación tan episcopal de esconderse tras los pliegues de la santa prudencia que oculta una profunda cobardía, y moverse rápidamente y en profundidad"
"Una Iglesia que deje de servir de muleta en sus medios de comunicación a la derecha y se ponga abiertamente del lado de los que, como dice el Papa, tienen derecho a las tres T (techo, tierra y trabajo)"
Felicidades, señor cardenal, larga vida y buen servicio en la viña del Señor. Juan José Omella cumple 75 años, la edad de la presentación obligatoria de la renuncia, en la que muchos de sus compañeros de mitra se colocan en posición de salida o, al menos, de 'pato cojo'. Pero al arzobispo de Barcelona le queda cuerda para rato. Una etapa de tres años como mínimo y de cinco como máximo. El tiempo suficiente para echar el resto y ayudar al Papa a remodelar el mapa episcopal español y poner a nuestra Iglesia a la hora de Roma.
Tres años de prórroga como mínimo, hasta el 2024, porque son los que le quedan al frente de la presidencia de la CEE. Y cinco como máximo, porque son los que lleva de añadidura su predecesor en Añastro, el arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez. O incluso más, teniendo en cuenta que Omella es el 'hombre de Francisco en España', designado por el dedo del propio Papa y eso es un aval de continuidad y permanencia.
Cinco años, que posiblemente también coincidan con los últimos del Papa Bergoglio, para subir decididamente a la Iglesia española al carro de la primavera y de las reformas eclesiásticas. Con tres palancas principales: cambio de obispos, cambio de imagen o recuperación de la credibilidad de la institución y sinodalidad.
Para conseguirlo tendrá que pensar más en el futuro de la institución que en sí mismo y arriesgar, implicarse a fondo, vencer esa tentación tan episcopal de esconderse tras los pliegues de la santa prudencia que oculta una profunda cobardía, y moverse rápidamente y en profundidad. Sin vacilaciones. Con dotes de mando. Sin avasallar, pero templando, como usted sabe hacer bien. Sin apabullar ni imponerse a tiempo y a destiempo, pero manteniendo el rumbo fijo y claro.
Decidido a romper la ley no escrita del escalafón eclesiástico y buscar obispos nuevos en línea con los vientos de Roma. Todavía los puede encontrar entre los últimos que vivieron a fondo la mística y la aplicación del Concilio. O entre los religiosos, porque la vida religiosa siempre se mantuvo en frontera y no se dejó arrastrar por la involución imperante durante el invierno eclesial. Ése es el caladero de mitras.
El funcionariado clerical español nunca vio con buenos ojos a los frailes con mitra y siempre los consideró como advenedizos en su coto privado, al igual que sucede en la dinámica pastoral. No es de recibo que, en un país como España, donde proliferan los religiosos bien formados y con hondura evangélica sólo haya cuatro obispos religiosos. Ésa es una buena cantera, monseñor.
En segundo lugar, movilice a las bases eclesiales con un gran Sínodo nacional, que las ilusiones y las muestre ante la gente como son: gente sencilla y humilde, que no quiere imponer nada a nadie, que no vive en la edad media y que es capaz de dar su vida por los demás.
Una Iglesia redimensionada, que vaya soltando lastre y estructuras heredadas de la época de la cristiandad en seminarios, curias, cabildos, templos. casas rectorales, fincas...Vamos (por las buenas o por las malas) a la época de la levadura en la masa, de la minoría significativa.
Una Iglesia samaritana en el fondo y en la forma, que haga suya la causa de los pobres, de los parados, de los jóvenes, de los sin techo y de las mujeres, que son las causas de Jesús. Una Iglesia que deje de servir de muleta en sus medios de comunicación a la derecha y se ponga abiertamente del lado de los que, como dice el Papa, tienen derecho a las tres T (techo, tierra y trabajo). Aunque, al hacerlo, pierda audiencia y, por lo tanto, publicidad y dinero.
El mensaje explícito y oculto que llega continuamente a la gente a través de sus grandes medios de comunicación es que la Iglesia está casada con el PP, insulta a los partidos de izquierdas y no sigue ni la doctrina social de la Iglesia ni las pautas que proclama el Papa Francisco. En una abierta disonancia. Y eso es lo que percibe la mayoría de la población española, no los discursos del Papa ni de los obispos.
Mientras todo eso no cambie y de una forma radical, la imagen de la institución seguirá por los suelos. La gente no quiere una Iglesia polarizadora ni aliada con un solo bando, sino una Iglesia hospital de campaña, donde caben todos, especialmente los descartados y los que no tienen voz.
La tarea es ardua, lo reconozco. Las inercias de la etapa anterior pesan como una losa. La mayoría de los obispos, unos por edad y otros por convicción, no le seguirán o lo harán a regañadientes y sin entusiasmo. Pero estoy seguro de que usted sabrá hacerlo.
Y es que, sin excesivas alharacas, Omella tiene algo. Desprende carisma. Hace pensar en el cardenal Tarancón, incluso. Con su mismo sentido del humor, aunque menos socarrón que el cardenal de Burriana. Con su voz radiofónica y menos aguardentosa que la del cardenal de la Transición. Con su misma personalidad y carisma, que, desde la sencillez, le permite conseguir autoridad moral ante sus pares y hacerse querer por la gente. El Omella-Tarancón que la Iglesia española necesita como agua de mayo.