Juan José Omella, un obispo-párroco

Un aragonés de la periferia catalana para el corazón de Cataluña. El Papa ha elegido a uno de los suyos, Juan José Omella, como nuevo arzobispo de Barcelona, para suceder al incombustible cardenal Martínez Sistach. Una elección, en la que Bergoglio ha tenido muy en cuenta el 'placet' del hasta ahora titular de la sede catalana, asi como las cualidades y el recorrido vital de este obispo 'franciscano' antes de Francisco.

Llega a Barcelona el primer obispo-párroco de la era Bergoglio. Francisco no quiere prelados de despacho ni doctrinarios asociales. Quiere que sus obispos sean eminentemente pastores y servidores de sus comunidades, presidiendo sus diócesis no a baculazo limpio, sino desde la caridad. Como acaba de demostrar en Italia, con los nombramientos de dos párrocos para los importantes obispados de Palermo y Bolonia. Y el hasta hoy obispo de Calahorra-La Calzada-Logroño encarna a la perfección este nuevo perfil episcopal franciscano. Porque de párroco ejerció Omella en la zona del bajoaragón durante casi 20 años.

Un cura de pueblo, pero con una sólida formación intelectual y que nunca abandonó ni la letra ni el espíritu del Concilio, siguiendo la línea episcopal que va desde Tarancón a Díaz Merchán, pasando por Osés, Echarren, Úbeda, Jubany, Yanes o Sánchez. Y, por eso, se puede decir que ha sido una de las 'parteras' de la actual primavera de la Iglesia. Porque Omella nació y creció y se mantuvo siempre alineado en el sector "social" de la Iglesia y del episcopado. Es decir, entre los obispos convencidos de que la Iglesia debe ser, ante todo, samaritana o, como dice el Papa “hospital de campaña”.

Párroco, preparado, enamorado de los pobres y siempre 'encarnado' (no de rojo, sino de metido) en la realidad. Una encarnación que, en Cataluña, le va a ser más fácil por su procedencia. Omella nació y se crió en Cretas, un pueblo de Teruel, donde se habla el lapao o el 'chapurriao', un dialecto mezcla de catalán y castellano, una lengua que el obispo nunca ha olvidado y que habla con soltura, siempre que tiene ocasión. Amén de dominar también el francés y el italiano.

Eso sí, necesitará una rápida inmersión en los entresijos de la sociedad catalana. Desde la prensa a los intelectuales, pasando por políticos, teólogos, fundaciones y asociaciones. Es decir, integrarse a fondo en el tejido social y eclesial catalán, requisito imprescindible para que Omella sea plenamente acogido en Barcelona, cuente en la sociedad catalana y lidere con garantías la conferencia episcopal tarraconense.

Algo relativamente fácil para un prelado que está adornado con muchas y variadas cualidades personales. Omella es un pastor sencillo, cercano, afable, de los que buscan las distancias cortas y pisar barro. De los obispos servidores de la comunidad que tanto gustan al Papa. Un cura acostumbrado a salir y a conectar con la gente. Primero en los pueblos bajoaragoneses de Daroca, su primera parroquia, para pasar después a Castelserás y Calanda, el pueblo de la tamborrada y de Luis Buñuel. En todas sus parroquias fue un cura querido por todos, especialmente por los jóvenes con los que se volcó.

Nacido en Cretas el 21 de abril de 1946, en el seno de una familia de agricultores, estudió Humanidades en el seminario de Zaragoza, para pasar en Filosofía al seminario de los Padres Blancos, con los que terminó la Teología en Lovaina. Como miembro de los misioneros de África, se fue a la misión del entonces Zaire (hoy Congo) y allí estuvo un año. El tiempo suficiente, para que no perdiese nunca el gusanillo de África y de las misiones.

De allí regresó de cura a los pueblos de Zaragoza, hasta que, en 1990, Elías Yanes, su amigo y protector, se fijó en él y lo nombró su vicario general, para pasar a obispo auxiliar de la sede del Pilar unos años después, en 1996.

Por poco tiempo, porque el 27 de octubre de 1999 fue nombrado obispo de la diócesis de Barbastro-Monzón, de la que tomó posesión el 12 de diciembre de 1999. Cinco años después, el 8 de abril de 2004, pasa ya a ocupar una diócesis importante, la de Calahorra y La Calzada-Logroño.

Además de su experiencia y de su excelente recorrido pastoral, tiene "padrinos". Omella es amigo personal de dos de los cardenales más cercanos del Papa, el también turolense cardenal Santos Abril, arcipreste de la Basílica romana de Santa María la Mayor, y del cardenal hondureño Rodríguez Maradiaga, moderador del G-9 y probable presidente del nuevo dicasterio romano de 'Justicia y Caridad', que se pondrá en marcha tras la reforma de la Curia vaticana. Y no sólo eso. Omella conoce personalmente al Papa, desde su época de arzobispo de Buenos Aires y mantiene una estrecha relación con él.

Además de esos apoyos externos, Omella puede presumir (aunque nunca lo haga) de contar con buen predicamento incluso entre sus compañeros obispos. De hecho, fue elegido por sus pares presidente de la comisión de Pastoral Social. Y, recientemente, de Roma le llegaba otro espaldarazo: el nombramiento de miembro de la comisión de Obispos, la fábrica romana, dirigida por el cardenal Ouellet, donde se cuecen los nombramientos episcopales de todo el mundo.

Hasta ahora no era habitual que un simple obispo formase parte de esa potente comisión. Los últimos miembros españoles en ella son dos cardenales: Santos Abril y Cañizares. Y de ella formó parte durante décadas el cardenal Rouco Varela.

El hecho de que Omella entrase en ese sancta sanctorum fue, ya entonces, un claro guiño del Papa hacia el prelado riojano. Un guiño que escondía un aval de cara a su designación como arzobispo de la Ciudad Condal.

Posiblemente las fuerzas vivas eclesiásticas catalanas quisiesen a un prelado nacido en Cataluña, recordando la vieja reivindicación del 'volem bisbes catalans', repetida desde los años 70. Pero no podrán ponerle 'pegas' a Omella por nada.

En Barcelona, la sede emblemática de Cataluña, aunque no sea la primada, Omella tendrá que ejercer de pontífice (el que tiende puentes) y hacer que la Iglesia regrese, en sus relaciones con la política, a la época de Tarancón. El cardenal de la Transición mantuvo siempre con el Gobierno una relación de “mutua independencia y sana colaboración”. La Iglesia no bajaba a la arena política y se mantenía como una instancia de autoridad moral. Con excelentes resultados: la Iglesia taranconiana era siempre la institución mas valorada por los españoles en todas las encuestas de credibilidad social.

Esa estrategia comenzó a romperse con la llegada a la presidencia del episcopado del cardenal Suquía y, sobre todo, con la del cardenal Rouco Varela. El vicepapa español casó a la Iglesia con el PP y ejerció de auténtica oposición al Psoe en época de Zapatero. Tanto es así que le montó una gran manifestación anti matrimonio gay al Gobierno socialista, con la presencia de más de 30 obispos tras la pancarta por vez primera en la historia. En esa manifestación no estaba Juan José Omella, quien, sin embargo, sí asistía, solo una semana después, el 26 de junio de 2005, a la marcha contra la pobreza, que también se celebró en Madrid.

Partidario de una Iglesia neutral en política y, sobre todo, que muestre entrañas de misericordia con los que más sufren la crisis. Durante los años del 'reinado' de Rouco, la Iglesia no sólo estuvo casada con el Papa, sino que parecía dedicarse sólo a defender sus privilegios, a encerrarse en sí misma y a mostrarse sorda y afónica (rouca) a los gritos de dolor del pueblo.

Una dinámica que rompió precisamente Juan José Omella, consiguiendo que la Plenaria del episcopado aprobase este mismo año un documento absolutamente franciscano. 'Iglesia, servidora de los pobres' es un texto antológico, histórico, profético y misericordioso. No se paría algo así desde el ya lejano 1994, cuando los obispos publicaron otro documento con un título muy parecido: 'La Iglesia y los pobres'. Con la diferencia fundamental de que el documento de 1994 no era de la Plenaria. En cambio, el de 2015, sí. Aprobado por la Plenaria y con sólo 9 votos en contra.

Un documento, hechura de monseñor Omella, que, después de años de silencio cómplice, rompe también con esa dinámica de hacerle el caldo gordo al PP y, por ende, no mojarse, no denunciar las injusticias de las políticas de recortes puestas en marcha por el Gobierno. O a lo sumo, hacerlo con sordina.

Con Omella en Barcelona, el Papa podrá contar en España con dos arzobispos plenamente 'franciscanos', en las dos grandes capitales del país. Omella, en Barcelona y Osoro, en Madrid. Un tándem llamado a poner el reloj del episcopado español a la hora de Francisco, a apretar su paso, para seguirle más de cerca y a recuperar la imagen perdida de la institución eclesial. Para pasar de la doctrina a la misericordia. De la aduana al hospital de campaña. Pura doctrina papal, la que va a encarnar Omella en Barcelona y en España.

Tanto el Papa, como sus dos hombres en España, no tienen demasiado tiempo. Omella y Osoro se mueven en la misma horquilla de edad, rozando los 70. A ambos les quedan cinco o seis años de dedicación pastoral. Por eso, tendrán que pisar el acelerador a tope y repetir aquello que decía Tarancón de los obispos españoles de su tiempo: “Tenemos tortícolis de tanto mirar a Roma”. La primavera de Francisco llega al episcopado español, para quedarse.

José Manuel Vidal
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