El Papa antirigorista
Aún siendo un acontecimiento mayor y pleno de parresía, el Sínodo no está por encima del papa. Francisco no le entregó su agenda ni dotó de poderes deliberativos a la asamblea sinodal. Y al final, él y sólo él tendrá la última palabra sobre todos los temas que aborde el Sínodo, incluidos los más polémicos y sensibles, como el de los divorciados vueltos a casar civilmente.
Por eso, todas las campañas (y van ya muchas) de los rigoristas se centran en denunciar que cualquier “alejamiento de la disciplina”, lo haga el Papa o el Papa apoyado en el Sínodo, es una “traición a la doctrina”.
Los rigoristas son esa especie eclesial, poco numerosa pero muy ruidosa en ciertos círculos especialmente de Internet, que, al igual que los fariseos imponen “cargas pesadas” sobre las espaldas de la gente. Y lo hacen con absoluta desfachatez, siempre seguros de sí mismos, de su interpretación de la doctrina. Una docrtrina a la que dicen defender a capa y espada, porque ellos y solo ellos lo hacen con absoluta transparencia y sin buscar para nada el aplauso de la gente.
Gente y pueblo que, lógicamente, en su interpretación doctrinaria no sólo es pecadora y busca permanentemente pecar y no salir del pecado en el que se refocila como puercos en lodazal, sino que, además, como masa que es, desconoce la doctrina, se deja llevar siempre por el diablo y quiere vivir sin valores morales.
Es ésta, la de los rigoristas y fariseos, una especie antigua, que sacaba de sus casillas al propio Cristo, y que se ha perpetuado en la historia de la Iglesia, que siempre los condenó taxativamente, como su maestro.
Ya en el primer Concilio de Nicea, allá por el 325, excomulgó a los llamados “puros” y se consideraban como tales.
Hace unos días, Francisco recordó que los divorciados vueltos a casar no están excomulgados. Al recordar y explicitar, con su habitual estilo catequético, la doctrina común de la Iglesia, el Papa marcaba el camino de la misericordia a los padres sinodales. Pero, sobre todo, señalaba a los rigoristas de hoy. A los que le acusan de ser un Papa débil.
Al proclamar que los divorciados no están excomulgados, está diciendo a los rigoristas que son ellos los que a menudo los tratan como tales y que eso no es evangélico ni doctrinal. Y, además, que con esa actitud no están defendiendo el matrimonio ni entienden el significado doctrinal profundo de la eucaristía.
Los rigoristas patrios y ajenos ni se han enterado ni se enterarán. Lo que dice el Papa sólo va a su misa, si coincide con su cristianismo doctrinario e ideologizado. Y seguirán tronando desde sus pequeños púlpitos y disparando con tirachinas, creyendo que son misiles.
No saben conjugar el verbo misericordear. Hasta abominan de él y, por lo tanto, del Evangelio de Cristo, que coloca en su frontispicio al Dios Padre misericordioso.
En cualquier caso, ya es hora de que sepan estos 'cátaros' de hoy que el silencio habitual de los buenos no implica que comulguen con sus 'chinas doctrinales'. Los buenos callan, pero siguen al Papa y, sobre todo, al Dios de la misericordia.
José Manuel Vidal