El Papa que derribó el 'muro del Caribe'
USA puede ser la cruz y Cuba será, sin duda, la cara. Bergoglio nunca pisó la 'gran isla'. Estuvo a punto de ir en 1998, para acompañar a Juan Pablo II, pero, a última hora, tuvo que suspender el viaje. Sin embargo, unos meses después, escribió un breve ensayo elaborado con el "Grupo de reflexión Centesimus Annus", dirigido y coordinado por el entonces arzobispo de Buenos Aires.
Titulado 'Diálogos entre Juan Pablo II y Fidel Castro', el libro de Bergoglio del 98 establece la siguiente tesis de fondo: En su diversidad, Wojtyla y Castro se han encontrado, han hablado, se han escuchado recíprocamente con afecto y respeto, y han inaugurado el camino del diálogo, el único camino cierto y duradero para convivir en armonía y colaboración.
16 años después, Bergoglio-Francisco sigue pensando lo mismo y llega a Cuba con la misma receta del diálogo bajo el brazo, aderezada con la misericordia, el lema y el objetivo máximo de su pontificado. El diálogo misericordioso. El diálogo convertido en instrumento político y en iniciativa diplomática. Un diálogo serio y profundo que, como ya decía entonces en su libro sobre Cuba, " se contrapone a la expresión monologada y subordina al espíritu en la búsqueda de la verdad".
Con el diálogo y la misericordia por banderas, Francisco está activando la dinámica de la "paz samaritana". Tanto en Cuba como en todo el mundo. Se trata de cultivar como actitudes sociales las del buen samaritano: Ver, conmoverse, servir e incluir.
Ver, con la mirada del corazón, a la persona descartada o el pueblo orillado en la cuneta de la vida o de la historia. Dejarse interpelar desde las entrañas por su situación y conmoverse, es decir moverse-con o pasar a la acción. Una acción, que si es samaritana, se plasma en servicio y, mediante él, termina en la inclusión. En la Iglesia hospital de campaña.
Un héroe, un padre...
Con esas 'armas', el Papa está derribando el 'muro del Caribe'. Los cubanos lo saben y le van a recibir como se merece. Como un héroe. Como un padre de la patria. Como el "misionero de la misericordia y de la ternura de Dios" (como el propio Papa se definió a sí mismo), que trae la paz samaritana a la isla icono de tantas cosas. Para lo bueno y para lo malo.
En la isla, a Francisco le espera un pueblo mayoritariamente católico y muy dado al sincretismo en un régimen ateo. Las autoridades católicas sostienen que alrededor del 60% de los 11,2 millones de cubanos ha sido bautizados, aunque apenas el cinco por ciento asiste regularmente a misa. Protestantes, anglicanos, judíos, espiritistas, ortodoxos y hasta musulmanes se mezclan -en la sincrética religiosidad cubana- con religiones de origen africano como la santería, con las que se relaciona entre un 75 y 85% de la población.
Pero sólo la Iglesia del incombustible cardenal de la Habana, Jaime Ortega, supo tensar la cuerda sin romperla. El purpurado cubano recoge, ahora, con la ayuda del Papa argentino, la cosecha de la siembra del diálogo samaritano que llevó adelante durante décadas. Con la contra de algunos de sus compañeros mitrados, pero siempre con el aval de Roma. Ahora, Francisco, con su carisma, corona la obra de la paz samaritana cubana.
José Manuel Vidal