Reflexiones sobre el cese de Juan Masiá
Somos genética e historia, contaba… Juan además, es mi compañero de fatigas en la Universidad. En facultades distintas, en aulas diferentes, en campus distanciados por kilómetros, pero compañeros y partícipes de un mismo proyecto al fin y al cabo.
Juan tiene que irse. Juan, por eso de la obediencia que hace años prometió y optó, tiene que irse. Después de algunas conversaciones y muchas presiones, por carta le han comunicado a Masiá que “antes de que acabe este fin de enero” (la carta lleva fecha del 20) dejará de ser Director de la Cátedra de Bioética y que “al finalizar este curso dejarás por completo de prestar tus servicios en la Universidad”. ¡Menos mal (falso consuelo) que es jesuita, que vive en comunidad y que tiene los gastos “solucionados”! ¿Os llegáis a imaginar que eso le pase a un padre de familia?, ¿a un trabajador que depende de su sueldo para vivir? Ya se, ya se que ese no es el problema pero…
Para su sustitución en la Cátedra y el cese en la misma se aduce únicamente sus “tomas de postura, orales y publicadas, en algunos temas de bioética”, sin explicitar cuáles son esas posturas ni de qué temas se trata. ¿Será el libro Tertulias de Bioética, publicado en la editorial Sal Terrae en octubre pasado? ¿Será la reciente conferencia en el Aula Arrupe? ¿Será el crítico artículo publicado aquí en Eclesalia titulado “De vuelta en mi país”?
Juan es sencillo, es valiente: no ha querido seguir la recomendación de que no acceda a los medios de comunicación ni escriba sobre temas de Bioética a nivel de divulgación. Opina que hay que apoyar a “aquella parte de la iglesia que trata de caminar por la línea del Vaticano II, Juan XXIII y Pedro Arrupe, dando prioridad a la preocupación pastoral más que a la política eclesiástica y a la misión evangélica más que a las instituciones, confiando en la apertura a la esperanza de la Iglesia en este país”. A los 40 años del Concilio que abría las puertas y los caminos, el quiere seguir caminando por ahí.
Cuando me enteré de su cese, el viernes 27, celebrábamos en la Universidad la fiesta de Santo Tomás de Aquino. Me costó mucho celebrar esa fiesta con alegría y con ilusión. ¿Buscar la Verdad? ¿Crear Conocimiento? ¿Debatir, pensar, discernir? ¿Para qué está la Universidad? Me cuesta pensar en el silencio obligado de un jesuita, de una persona, de un profesor. Como el de tantos y tantos otros que en este mundo, en esta sociedad, en esta Iglesia, han sido silenciados, obligados a callar. Leonardo, Ernesto y ahora Juan, por sólo destacar tres nombres.
Juan era (es) mi profesor. Me ayuda a pensar lo humano, incluso hoy, incluso fuera de las clases. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
Gracias Juan. Carlos Ballesteros, profesor de la Universidad de Comillas. (Eclesalia).