Secretos del Concilio Vaticano II

Hace poco, la BAC publicó el libro Hablemos de la amistad, coordinado por Joaquín Luis Ortega, donde se recogen 46 testimonios de otros tantos autores. Uno de ellos es Recuerdos de mi mejor amigo, que monseñor José María Cirarda, arzobispo emérito de Pamplona, escribe sobre el cardenal Marcelo González, arzobispo emérito de Toledo, y Primado de España. Y recuerda su participación en el Concilio Vaticano II, de cuya clausura se cumplen ahora 40 años.

Siempre he tenido muchos amigos. Pero uno ha sido mi mejor amigo. En agosto de 2004, se me murió. Y le debo carta. No voy a hablar de la amistad, sino de mi mejor amigo. Nuestra amistad nació en Comillas, en los años del Seminario. Fuimos íntimos. Y seguimos siéndolo durante años, aunque la vida se nos fue complicando. Entendimos pronto que nuestra amistad era un don de Dios.

No nos contentábamos con el trato en los días del Seminario. Empezamos escribiéndonos largas cartas. Luego, sacerdotes ya, yo iba a Valladolid, donde él vivía; y él hacía escapadas a Vitoria, donde terminé viviendo. Cada vez que iba a Valladolid, volvía con una o dos maletas llenas de lentejas, de garbanzos, de harina y de no sé cuantas cosas más, que nos ayudaban a ir trampeando en aquellos años de mucha penuria.

Yo era ocho meses mayor que él. Los mismos en que lo adelanté en el episcopado. Marcelo, como es claro, estuvo en la catedral de Vitoria cuando el nuncio Antoniutti me ordenó obispo. Naturalmente, yo fui uno de los tres obispos que lo consagraron obispo en la catedral de Valladolid.

Estuvimos juntos en el Concilio. Sólo recuerdo una intervención de Marcelo en el Aula sobre el sacerdocio. El Papa Pablo VI la escuchó por radio, y quedó sorprendido. Tampoco yo intervine más de una vez. Me habían encargado de informar a diario a los periodistas sobre los debates conciliares y de atender la Oficina de Información. No tenía tiempo para más.

Recuerdo el día en que se votó en el Concilio dónde debíamos hablar de la Virgen María. Había dos hipótesis. El cardenal Santos, filipino, defendió que se le dedicara un esquema completo; el cardenal Bea propuso que era mejor centrar en la Virgen el capítulo final del esquema sobre la Iglesia. El tema saltó a la calle. La prensa diaria y los semanarios lo discutieron ampliamente y con bastante falta de sentido.

El cardenal Santos nos dio una conferencia a los obispos españoles defendiendo su tesis. Al final, los Padres decidieron lo más conveniente: 1.114 Padres votaron por dedicar el último capítulo del De Ecclesia a la Virgen; 1.074 apoyaron un esquema aparte para ella. La votación se hizo pública a las doce del mediodía, inmediatamente antes del rezo del Ángelus. No hubo vencedores ni vencidos: ¡cuarenta votos de diferencia entre vencedores y vencidos! Fue la votación más igualada de todo el Concilio.

Los Padres escuchamos en silencio el resultado. Marcelo se me acercó inmediatamente para preguntarme: «¿Qué has votado?» –«La dedicación del último capítulo del De Ecclesia a la Virgen». –«Yo también –me dijo–, pero no vamos a decírselo a nadie porque creo que la mayoría de los obispos españoles han votado lo contrario».+ José María Cirarda
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