El báculo de madera de cayuco y el altar sobre la patera

Francisco se fue a visitar la puerta por la que entran en el supuesto paraíso europeo cientos de emigrantes árabes y subsaharianos. Se fue a ver la puerta de la esperanza que, para algunos, se convierte en tumba. Se fue a ver Lampedusa, la isla que acoge a los 'sin papeles' en busca de una vida digna. Se fue a palpar con sus propias manos y ver con sus propios ojos el llanto de los olvidados, encerrados durante meses y años en una isla italiana. Con el paraíso al alcance de la mano, pero sin poder tocarlo.

Una visita a los últimos, sus preferidos. Un viaje corto, pero cargado de mensajes y de símbolos. Una visita para sacudir la conciencia de las autoridades europeas que siguen manteniendo los CIES (centros de internamiento para extranjeros) que son auténticas cárceles para inmigrantes y refugiados.

Se fue Francisco a Lampedusa a rezar por los muertos. A llorar a los que nadie llora. Y en su honor, mandó detener el barco que lo trasladaba al muelle de Cala Pisana, para lanzar al mar una corona de flores. Una corona por todos los muertos en todos los "estrechos" del Mediterráneo, en todas las fronteras electrificadas, como la de EEUU, y en todos los muros, como el de Israel.

Oración por los muertos y abrazos a los vivos "aparcados" en la isla. Ya en el muelle quiso que los primeros en saludarlo fuesen los inmigrantes. Allí, uno de ellos, temblando de emoción, a duras penas fue capaz de leer una cuartilla en árabe, que, a duras penas también, iba traduciendo al italiano otro compañero.

Una cuartilla en forma de SOS: "Ayúdenos, Santo Padre. Hemos sufrido y hemos sido secuestrados por diversos traficantes. Hemos sufrido tantísimo para llegar aquí... Pedimos la ayuda del Santo Padre. Le damos gracias a Dios por su ayuda. Querríamos que otros países europeos nos acogiesen".

Simbólicos restos de barcas

Y el Papa recoge la cuartilla del chaval árabe y se la guarda. Como una reliquia. Por él y por sus compañeros, los vivos y los muertos, ha venido a Lampedusa para hacer visible su situación. Para que nadie, a partir de ahora (especialmente en los despachos europeos) pueda cerrar los ojos ante este drama.

Un drama que Francisco denunció con palabras y símbolos. Entre estos últimos, el cáliz de madera o el ambón de restos de barcas y un viejo timón. Pero lo que más me llamó la atención fue el báculo y el altar de la misa. Nunca antes habíamos visto a un Papa con un báculo de madera de un cayuco naufragado. Lo más parecido, el báculo de madera de monseñor Casaldáliga, el obispo de los indios brasileños.

Un báculo de madera de cayuco y una patera de altar. Con esos símbolos, Francisco quiso agradecer el "don de la caridad" de los lampedusanos. Pero también aprovechó para pedir perdón "por la globalización de la indiferencia". Porque en Europa ya no hay lugar para el llanto ni la compasión. Porque se han secado nuestros corazones ante el sufrimiento de nuestros hermanos.

Porque ya no contestamos a la pregunta de Dios a Caín: "¿Dónde está tu hermano?". Y, cuando queremos contestar, nos lavamos las manos, con el clásico "la culpa no es de nadie, porque es de todos". Como en Fuenteovejuna, la comedia de Lope que el Papa citó expresamente.

Y concluyó reiterando, de nuevo el perdón "por aquellos que con sus decisiones a nivel mundial han creado situaciones que conducen a estos dramas. ¡Perdón Señor!". Y se volvió a Roma, con el corazón encogido por el llanto de los olvidados y el báculo de madera de cayuco naufragado. ¡Bendito báculo de Francisco, esperanza de los que buscan una vida digna!
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