La visita del Papa de la esperanza
Latinoamérica está cambiando. Ya no es el furgón de cola del tren de la pobreza. Se está desarrollando y está creciendo. Con un crecimiento desigual, como en todas partes. Con un desarrollo tutelado, en muchos de sus países, por "los mercados" y el FMI. Y con países, como Ecuador o Bolivia, que, cuando no se dejan tutelar del todo, tienen problemas.
Latinoamérica mira cada vez más a Roma. Porque allí está uno de los suyos. Alguien que le quiere y que le entiende. Que sabe de sus penas y alegrías. Que conoce por experiencia lo que los diversos países latinoamericanos sembraron entre lágrimas y, ahora, comienzan a recoger entre cantares.
Una cosecha que no llega para todos ni para todos por igual. Una cosecha desigual y mal repartida. Porque también allí hay descartados, que necesitan que el Papa se convierta en su abogado defensor. Que quieren que Francisco les insufle un poco de esperanza de que un mundo mejor (y más justo) es posible.
Va a llegar, precisamente, el Papa con su encíclica ecológica bajo el brazo. Todo un tratado de ecología integral. Una encíclica verde, impensable hace tan sólo dos años en un Papa de Roma. Una encíclica que consigue lo más difícil todavía de superar la dicotomía derecha-izquierda, para situarse en el corazón del Evangelio de Jesús.
Va el Papa a decirle a los ricos que tienen que pagar su deuda ecológica con los pobres, que no hay un derecho absoluto a la propiedad privada y que la 'mano invisivle' del mercado no es mano ni es invisible.
Va a proclamar Francisco en su querido hogar latinoamericano que la economía no puede mandar sobre la política y ésta tiene que colocar en el centro de su ser y de su hacer a las personas, no al dios dinero. O que no se puede amar a Dios, sin amar la naturaleza y a los más desfavorecidos.
Va a subrayar que los católicos tiene que convertirse y practicar una esiritualidad ecológica, es decir convertirse a la austeridad y evitar el consumismo, que amenaza con acabar con el planeta, llevándose primero por delante a los pobres, no en vano viven en los márgenes, donde sólo hay un hilo fino entre la vida y la muerte, entre la dignidad y la indignidad, entre la persona y el objeto.
Llega el Papa de la esperanza al continente de la esperanza. Con el pan de su palabra que entienden hasta los pobres. Con el maná de sus gestos que llegan al alma del pueblo. Con su credibilidad de obispo de Roma que predica con el ejemplo y, por eso, se ha convertido en el líder mundial más respetado y más querido. El único, quizás, que está haciendo posible que podamos seguir soñando en la posibilidad real de construir un mundo más justo y mejor. Un Papa que anuncia el Reino. Un Papa que vuelve a casa a sembrar esperanza. ¡Buena siembra, sembrador!
José Manuel Vidal