Leprosos...amados "Me acerqué a él, y de rodillas, dejé que le hablasen la fe y la esperanza: 'Si quieres, puedes limpiarme'"
"Él extendió su mano –aunque todavía no era la hora de la cruz-, me tocó, y me dijo: 'Quiero: queda limpio'"
"Allí me habían dejado solo la ley y sus intérpretes, el bienestar de los escogidos y su futuro, la ortodoxia y el sentido común"
"Aquella mano extendida me devolvió a la comunidad y a la casa del Señor"
"En este domingo, eres tú, la comunidad reunida para la Eucaristía, quien se acerca a Cristo resucitado; eres tú quien le dice tu fe y tu esperanza: 'Si quieres, puedes limpiarme'"
"Aquella mano extendida me devolvió a la comunidad y a la casa del Señor"
"En este domingo, eres tú, la comunidad reunida para la Eucaristía, quien se acerca a Cristo resucitado; eres tú quien le dice tu fe y tu esperanza: 'Si quieres, puedes limpiarme'"
Estaba en el lugar que me asignaba la ley. No era siquiera un pecador: era simplemente un leproso, un excluido, un señalado, una amenaza, un peligro… un divorciado, un emigrante.
Harapiento, despeinado, con la barba rapada y gritando: «¡Impuro, impuro!», para que los puros no se contaminen… fuera de la comunidad, fuera de la comunión… un divorciado, un emigrante.
Allí me habían dejado solo la ley y sus intérpretes, el bienestar de los escogidos y su futuro, la ortodoxia y el sentido común. Y allí me hubiese quedado hasta que la muerte amiga viniese a quedarse con mi impureza y mi soledad, con mi enfermedad y mi pecado, con mis miedos y mi desesperanza.
Pero Jesús salió del campamento, vino a mi encuentro… Aquel hombre decía palabras que traspasaban de esperanza el corazón: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos… no he venido a llamar a justos sino a pecadores”.
Olvidada la ley que me excluía y la ortodoxia que me señalaba, buscando pureza en aquel sacramento de misericordia, me acerqué a él, y de rodillas, dejé que le hablasen la fe y la esperanza: “Si quieres, puedes limpiarme”.
Entonces me abrazó su compasión, él extendió su mano –aunque todavía no era la hora de la cruz-, me tocó, y me dijo: “Quiero: queda limpio”.
Aquella mano extendida me devolvió a la comunidad y a la casa del Señor; pero él, Jesús, se quedó con mi lepra, y se quedó fuera, en lugares solitarios –aunque todavía no era la hora de que lo sacasen fuera de la ciudad, al lugar donde, para destruir la lepra y manifestar la pureza, extendió sus brazos en la cruz-.
“Dichoso el que está absuelto de su culpa”; dichosos los leprosos, a los que se les ha contagiado la pureza de Dios: que se alegren con su Señor; que lo aclamen todos los días de la vida.
En este domingo, eres tú, la comunidad reunida para la Eucaristía, quien se acerca a Cristo resucitado; eres tú quien le dice tu fe y tu esperanza: “Si quieres, puedes limpiarme”; y eres tú quien escucha la palabra de la verdad: “Quiero: queda limpio”.
Ya no podrás olvidar este encuentro, pues en él se te han revelado misterios que sobrepasan todo conocimiento: el misterio del amor de Dios, el misterio de la vulnerabilidad de Dios, el misterio de tu comunión con él en el amor y en la vulnerabilidad.
Si no olvidas el misterio en que has entrado, tampoco olvidarás tu salmo de alabanza por lo que has conocido de Dios: “Tú eres mi refugio; me rodeas de cantos de liberación”.
Feliz domingo a todos los amados de Dios.