Para los obispos BEATO MARCELO SPÍNOLA
Obispos, sed santo como:
| José María Lorenzo Amelibia
BEATO MARCELO SPÍNOLA
ABC de Sevilla
* San Fernando (Cádiz) 14-1-1835 + 19 enero 1906 en Sevilla
Su padre perteneció al cuerpo de Artillería de la Armada; por eso Marcelo hubo de tener la formación en colegios de distintas ciudades. Fue inteligente, y se hizo abogado. En Huelva comenzó a ejercer su profesión. Allí se interesa de una manera especial por los obreros del puerto y de las minas a quienes defiende y ayuda incluso en lo económico.
Estando con sus padres en Sanlúcar de Barrameda deja la abogacía y se prepara para el sacerdocio; en Sevilla es ordenado ministro del Señor. Entonces renuncia al título de Marqués de Spínola que le correspondía por ser el hijo mayor. Ejerce su ministerio en Cádiz y pronto pasa a Sanlúcar, donde viven sus padres. Es capellán y muy adicto al confesonario.
Se fija en él el arzobispo de Sevilla y lo nombra párroco de San Lorenzo en la capital. Su vida de ministerio es el confesonario muy de mañana. Y pronto ha de prolongar, cual otro cura de Ars, esta misión, porque corre su fama de santo por la capital andaluza y son innumerables los que a él acuden para reconciliar su alma y pedir consejo. Desde aquel rincón orientó y colaboró en la fundación de las Esclavas del Divino Corazón. Fue la fundadora la viuda del marqués de la Puebla de Obando, Celia Méndez. Pero no se limitó su labor en la parroquia al confesonario. Fundó un centro obrero, varias escuelas católicas y un asilo de niñas. Además, fomentó mucho los Ejercicios Espirituales. Pronto lo hicieron arcipreste de la capital y de veinticinco pueblos que había de visitar. Nunca olvidó su principal misión de confesor; incluso después de su nombramiento de canónigo.
Obispo auxiliar de Sevilla
“Todo lo puedo en Él” fue el lema de su escudo episcopal. Y es que don Marcelo no confiaba en sí mismo; no se veía capaz. Pero con Él, todo lo conseguiría. Cambió su status clerical, pero no su actitud humilde, de entrega y trabajo generoso. Ahora sus visitas son pastorales y nunca deja de atender en todas las partes al confesonario. Allí estaba en las parroquias adonde acudía hasta altas horas de la madrugada. No olvidaba los conventos, porque también era pastor de las almas consagradas. Y, sobre todo, la oración, esa oración personal para la que sacaba tiempo siempre. Allí gozaba del amor de Dios y de allí sacaba fuerza para su vida heroica. Su descanso y gozo, estar con el Señor.
Obispo de Coria y Málaga
Todos creían que al morir su Cardenal – Arzobispo Mons. Lluch, sería él digno sucesor. Pero le acusaron de ¡carlista!, político, cosa nada real en aquel hombre que sólo procuraba ser de Dios. Por eso lo enviaron como obispo de Coria – Cáceres. Él lo aceptó sin malas caras. Aquella diócesis era muy dura. Allí estaba la marginación de las Hurdes a las que visitó. Muchos años se recordó aquella visita en plena epidemia de cólera. Se desvivió y hasta albergó a enfermos en el palacio episcopal de Cáceres; los socorría con sus propios recursos. En Coria fundó aquella obra comenzada en sus tiempos de cura: Las Esclavas del Divino Corazón. Llevaba muy en el alma la educación religiosa de la juventud, por eso se desvivió por esta fundación.
Y de Coria, a Málaga. Allí se aprecia más su sensibilidad por los problemas sociales. Fue su pastoral predecesora de la Encíclica de León XIII “Rerum novarum”. Creó en Málaga entre clero y pueblo un ambiente para apreciar el gran problema social. Y con el deseo de ayudar al Reino de Dios en este terreno aceptó el cargo de senador, a pesar de ver las dificultades de la política incluso entre los obispos que habían asumido un cargo semejante. Pero nunca fue hombre político. Lo suyo era ser pastor. Acudía a todos los pueblos de su diócesis con la misma actitud de siempre. Él era el padre, el confesor, el pastor que quiere conocer a sus ovejas. Llegó incluso a los pueblos más distantes de la serranía.
Arzobispo de Sevilla y Cardenal
Después de permanecer diez años en Málaga es nombrado arzobispo de Sevilla. Y, a pesar del recibimiento apoteósico que tuvo en Sevilla, llegaron los disgustos a causa de calumnias lanzadas contra él en prensa anticlerical. Los suyos, los buenos quisieron desagraviarle y le hicieron homenaje. Él era poco amigo de estas cosas y en confianza dijo a alguien: “Más me mortifican los desagravios en que se me prodigan exageradas alabanzas que los insultos”. Así reaccionan los sencillos hombres de Dios.
Sufrió también mucho cuando trajo a Sevilla su obra social educadora, las Esclavas del Divino Corazón. Nada menos le acusan desde el anonimato de relaciones impuras con la fundadora madre Celia Méndez. Él sufre sobre todo porque le han creado una situación difícil al quitarle el prestigio para seguir su ministerio con fruto. Y decía a este propósito: “Deseo no dejarme llevar ni de arrebatos ni de desalientos, sino lograr hacer la voluntad de Dios, pura y simplemente, consultando no al corazón, sino a lo que la razón y la conveniencia dicten”.
Y siguió en lo suyo: sus sacerdotes, que sean santos. Quiere ayudarle a ello dirigiéndole los Ejercicios Espirituales. Procura exquisita formación espiritual para ellos. Instala el seminario en el palacio de San Telmo que ha recibido como legado y consigue sea facultad de Teología y de Derecho Canónico. Además, Spínola fue el fundador de “El Correo de Andalucía” con el deseo de que sirva para difundir la verdad y la justicia. Y que esta fundación muera antes de que deje de cumplir este compromiso.
La devoción a la Virgen fue en él algo sustancial. La vivió y la propagó. En la imagen de Nuestra Señora de los Reyes encontró el modo. Con el fin de fomentar la devoción ella promovió su coronación.
Don Marcelo no se contenta, por supuesto, con una vida exquisita de piedad. Vive las exigencias de la caridad que anida en su corazón. Como muestra diremos de una hambruna que hubo en la región a causa del calor excesivo que arruinó las cosechas. Él decía: “Yo mismo iré a todas las partes; pediré limosna de puerta en puerta. Buscaré real a real las pesetas para remediar el hambre y la desesperación”. Y eso hizo. Todos vieron a su arzobispo mendigando por las calles de Sevilla. Los santos carecen de respetos humanos. Era el mes de agosto y ni siquiera reparaba en el tremendo calor. Llegó a reunir más de trescientas veinticinco mil pesetas de las de comienzo del siglo XX. ¡Una fortuna! Cuando el rey le felicitó dio esta respuesta: “No he hecho otra cosa que cumplir con mi deber de obispo. Por eso le llamaban “El Arzobispo mendigo”. Y lo crearon cardenal cuando le faltaba poco para morir. Ni siquiera vistió la “sagrada púrpura”, como no sea la tejida por los sufrimientos de su enfermedad. “Fue un hombre extraordinario – dice el obispo Jesús Domínguez – del que uno no sabe qué admirar más, si su santidad o su ciencia; su espíritu de trabajo o su profunda vida interior; la alegría vital de que gozaba o su acendrada mortificación... Spínola admira sin humillar; anima sin molestar; comprende sin claudicar; exige sin agobiar; alegra y conforta sin banalizar”.
José María Lorenzo Amelibia
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