Para los Obispos San Francisco de Sales, obispo y doctor
Obispos sed santos como.
| José María Lorenzo Amelibia
San Francisco de Sales, obispo y doctor
Píldoras de fe
* En la Alta Saboya 1567 + Lyón 27-12-1622 Memoria 24 enero
San Francisco de Sales: hechiza a muchas almas por su sencillez, su virtud, su profundidad de vida interior. Es un buen maestro de maestros. Su origen pertenece a la nobleza de este mundo, aunque, como dice su padre, eran una familia "más rica en blasones que en doblones". Es el santo de las pequeñas virtudes y uno de los que más han profundizado en el amor de Dios y a Dios. Escribió mucho y bien. Estas líneas suyas pueden ser como resumen de su interioridad: "A mí me gustan estas tres virtudes insignificantes: la dulzura de corazón, la pobreza de espíritu y la sencillez de la vida. Y me gustan estos ejercicios poco vistosos: visitar a los enfermos, servir a los pobres, consolar a los afligidos, y todo ello sin darle importancia y haciéndolo en plena libertad".
Como ninguno sabe animar a todos los cristianos a la santidad. Sabe fomentar la verdadera devoción y la verdadera piedad en todos y esto nos lleva indefectiblemente al cumplimiento del deber. Todos los ambientes entran en sus objetivos: los sacerdotes, los casados, los obreros, los militares, los médicos.
Su padre lo destinaba al mundo de las leyes, por eso, después de estudiar en París lo envía a la Universidad de Padua, donde se hace abogado "in utroque". Su padre también le busca una novia, lo hace Señor de Villaroget y le facilita el camino para senador. Pero el hijo elige el camino del Altar ante la decepción del autor de sus días. Aquel joven se adentra por el camino de la cruz, según él mismo escribía: "El camino más seguro lo encontramos en las florecillas que nacen a los pies de la cruz: la humildad, la sencillez y la dulzura de corazón".
Sacerdote recién ordenado ha de marchar a Ginebra, lugar dominado por los calvinistas, en plena lucha entre católicos y protestantes. El padre se enoja y dice: "Os he entregado a mi hijo para que hagáis de él un confesor, no un mártir". La misión allí era poco menos que imposible, mas para Francisco fue un éxito: "Cuando llegué aquí - escribía al Papa Clemente VIII - apenas se podían contar cien católicos en todas las parroquias reunidas. Hoy apenas se pueden contar cien herejes". Y es que una persona santa, humilde y sencilla influye enseguida aun en los ambientes más torcidos. Su secreto fue la dulzura, el buen carácter. Siempre manso y sencillo; jamás se irritaba ni anatematizaba. Sabía que con una gota de miel se atrae mejor que con toneladas de hiel. Así decía: "Puesto que el corazón de nuestro Salvador no tiene otras leyes que la dulzura, la humildad y la caridad, nosotros actuaremos siempre conducidos por este suave yugo". El diálogo privado le encantaba; sin herir a nadie.
Por supuesto que en aquel ambiente nadie iba a escuchar sus sermones. Por eso comenzó con otro recurso: escribir todas las semanas unas octavillas con la verdadera doctrina. La gente culta las leía con avidez y dialogaba con paz sobre el tema. ¡Por estas hojitas semanales le han nombrado patrono de los periodistas! Y luego en el trato, amor, dulzura, mansedumbre: "Siempre he dicho - afirma - que quien predica con amor está predicando contra la herejía, aunque no diga una palabra contra ella... Sabiendo condescender oportunamente, tratamos al prójimo como debemos tratarle: con agrado y buenos modos".
José María Lorenzo Amelibia
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